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Maternar no es sinónimo de ser mujer: Pilar Quintana
Carlos Priego Vargas comment 0 Comentarios

La narradora colombiana arremete con brillantez contra los mitos fundacionales de las personas contemporáneas, se llamen padre, madre, pareja, hogar o sexo.

“Pienso en mi madre enamorada, pienso en su imposibilidad. Pienso en mi propio fracaso. En lo que será mi enfermedad futura. En el mal que ella sembró en mí al traerme al mundo. En esa enfermedad de los nervios que nos separó y a la vez nos hunde en el fango del mundo”, cuenta la narradora de Caballo Fantasma, de Karina Sosa. La protagonista —que, por medio de la lectura de los diarios que escribió y acumuló a lo largo de diez años, reconstruye la vida de su madre— dice en otro momento de la historia: “Hubo un tiempo de ausencias: 1990, el año de mi nacimiento. Mi madre aparece poco, o mejor dicho, no aparece”.

A través de la ficción —una novela que se acerca por momentos a la autoficción— la escritora interviene en la discusión actual sobre la soledad, la enfermedad, el fracaso amoroso o los problemas que acompañan a la maternidad, todo  percibido y retratado por los hijos. Estrategias parecidas encontramos en libros de Margarita García Robayo, Tatiana Tîbuleac, Vivian Gornick, Alice Munro, Alaíde Ventura, Valeria Luiselli o Doris Lessing. Proliferan relatos y novelas de autoras de todo el mundo que fabulan alrededor de la maternidad, la paternidad y sus conflictos, casi siempre con una intención política.

El tratamiento sobre los miedos de infancia y cómo ésta se despierta por el peso de las circunstancias familiares se volvió medular en la literatura contemporánea y en ella los editores están encontrando, gracias a una renovada generación de escritores, los temas que las anteriores fueron incapaces de imaginar. Las nuevas mitologías, que los lectores sin duda necesitan, son construidas por los narradores mediante la hibridación de sus cosmovisiones acerca de sus propias maternidades y paternidades, los miedos y los retos de la crianza, y el uso de técnicas narrativas para dar cuenta de su propio tiempo y de las series de mandatos contemporáneos que lo rodean.

Tras un canon que exploró sobre todo el tema de la maternidad —plagado de estereotipos extremos, que van desde la madre abnegada hasta la figura materna autoritaria— siempre dominada por la mirada masculina, llegaron nuevas aportaciones que relatan la maternidad de forma valiente, honesta y, sobre todo, en primera persona. Si los autores anteriores dibujaron madres luchadoras, como la Anna Fierling de Bertolt Brecht; o emprendedoras como Úrsula Iguarán en Cien años de soledad, de García Márquez; incluso tiranas, como la que habita en La Casa de Bernarda Alba, de Lorca, las escritoras nacidas en las últimas décadas versionan ideas de infancias especialmente castigadas por las tensas relaciones que se viven al interior de los matrimonios que las engendran, determinadas por una visión de la maternidad socialmente impuesta que está presente siempre en el horizonte y con un mundo de varias generaciones de mujeres atrapadas a un modo de vida del que no pueden escapar. Las une la voluntad de sacudir los estereotipos y convencionalismos entorno a la maternidad idealizada que reflejan la fuerte violencia estructural de una sociedad machista: quienes no se sitúan directamente en una posición feminista, se mueven en el ámbito de  la denuncia y todos configuran imaginarios muy diversos.

En muchos de ellos el tema de mujeres condenadas a vidas incumplidas aparece como una constante clave y dolorosa. En la novela Los abismosPremio Alfaguara de Novela 2021— de la colombiana Pilar Quintana —por ejemplo—, Claudia, la protagonista, desde su mirada infantil es capaz de naturalizar situaciones enrarecidas o incluso siniestras que se producen a partir de acontecimientos que suceden en su familia. Así lo expone la narradora: “antes de la pelea de mis papás, la pelea de mi mamá y mi tía, de que llegara Gonzalo a la familia, yo tenía certezas. Las mamás tenían hijos porque los deseaban” y en otro momento de la novela, en una plática con su madre, la narradora la cuestiona: “¿Y casada no pensaste ir a la universidad?“ La respuesta fue contundente: “Cerró la revista, era una ¡Hola! En la portada, Carolina de Mónaco con un vestido strapless de fiesta y joyas reales de rubíes y diamantes” y lo que siguió fue un: “Porque naciste vos“. A partir de escenas como estas, el lector es capaz de percibir, al final de la lectura, cómo a causa de dichos acontecimientos la mirada infantil pasa a ser otra cosa. La novela retrata el paso entre la mirada inocente de la niña a la conciencia de un adulto.

La lectura política es obvia: Claudia está frente al reflejo —condensado en su madre— de varias generaciones de mujeres encerradas en una vida que no eligieron. Pero no lo es tanto su interpretación. Mientras la madre de Claudia, una mujer vulnerable, desapegada, y muchos momentos de la historia hostil, lucha con su depresión y sus coqueteos con el suicidio, la protagonista de ocho años —al principio de la novela—  recibe como regalo de cumpleaños una muñeca, Paulina, a la que adopta como una hija y al final decide —durante unas largas vacaciones familiares— desprenderse de ella tirándola por un abismo. Dos fuerzas chocan en ese relato: el poder de la maternidad impuesta y el de la maternidad elegida y de una vida familiar. De la síntesis de estos dos hechos, parece decirnos Pilar Quintana, dependerá la lectura de la novela.  

“Yo soy hija de una generación de mujeres que no pudieron decidir qué querían ser en la vida, porque el mandato social les decía que tenían que dedicarse a la familia, que tenían que casarse y tener hijos”, declaró en una entrevista la escritora Colombiana. Los abismos se trata de un volumen de no más de 250 páginas que se desarrolla en la ciudad de Cali durante los años 80 del siglo pasado y se apropia de ciertos recursos de la novela de iniciación para imaginar un catálogo de situaciones que no se han tratado con profundidad en la literatura y que no persigue el entretenimiento sino la denuncia: retrata la opresión de las mujeres vista a través de los ojos de una niña.  No deja de ser significativo que la protagonista y su madre comparten el mismo nombre: Claudia. Antes que madre, Claudia es una compañera que le hereda a su hija su nombre y su destino y le anuncia un futuro fracaso ya decidido desde que ambas nacieron niñas. El lenguaje sigue siendo una herramienta útil para denunciar situaciones violentas normalizadas dentro de la sociedad.

Aunque todo narrador está interesado en la tradición y en la memoria, las últimas décadas del siglo pasado vieron nacer a una camada de escritores que de la novela a la poesía, pasando por la crónica o la autobiografía, viven un momento de esplendor intergeneracional y que dialogan de cerca con la realidad social y política de sus países de origen. Todos ellos embisten con brillantez a los mitos fundacionales sobre la persona ya sean padres, madres, pareja, hogar o sexo. Los abismos se componen de cuatro capítulos dedicados a esos temas tan vigentes en la actualidad, su exactitud no sólo se mide por la precisión milimétrica que logra al dar voz una niña que impugna sus orígenes y su destino, sino también, y quizá sea esto sea lo más significativo, por la pertinencia y la ambición de su denuncia social: la mordaz crítica al conjunto de mitos y símbolos que, en cada momento, funcionan efectivamente como de una mente social colectiva a partir de las cuales construimos nuestro lugar en el mundo. El resultado es, por lo tanto, un libro profundamente vanguardista que debe ser considerado un objeto cultural bueno para ponerse a pensar.

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