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Los libros que nunca tuve (pero que me hubiera gustado tener) en mi infancia
David Velázquez comment 0 Comentarios

Tienes cuatro años. Tu hermano, de seis, acaba de entrar a la primaria y está fascinado con el alfabeto. Tanto, que por las tardes, al llegar de la escuela, pega una hoja de papel en la puerta del cuarto y dibuja una a una las letras que lo integran: A, B, C.

Las palabras que antes eran oscuras, incomprensibles, conjuros destinados sólo a los mayores (y no a todos), cobran sentido poco a poco para él. D, E, F. Pero eso no es suficiente. Necesita compartir con alguien este descubrimiento maravilloso, que le permite acceder a un conocimiento oculto hasta ahora, casi prohibido. G, H, I.

Entonces viene y te llama, coloca frente a la puerta un pequeño banco de plástico y te pide que te sientes. J, K, L. Exige tu atención, mientras explica la forma y el sonido de cada letra y te cuenta cómo cada una de ellas puede mezclarse con otras y producir otros sonidos más complejos, primero muy cortos, y luego cada vez más largos. M, N, Ñ.

El hechizo transforma tu mente. De pronto, las letras ya no son extrañas, un alma propia que las distingue y las anima, aun cuando parecen amontonarse en el papel en formas caprichosas. O, P, Q.

Lo mejor de todo: de las palabras surgen voces, imágenes, presencias que no están a la vista, que se invocan desde dentro, motivadas por el simple negro de sus trazos en el papel. R, S, T. La lectura hace posible acceder a las historias contenidas en las revistas que colecciona mamá y en los diarios que papá compra todos los domingos. U, V, W.

Pero papá y mamá no leen mucho más que eso; esas historias no son muy interesantes para ti, salvo por la maravilla de poder, por fin, acceder a ellas. ¿Dónde están las historias que importan? ¿Dónde hallar esas palabras que alimentan tu imaginación, esas que convierten la magia de leer en una aventura extraordinaria? X, Y, Z.

Esta historia está inspirada en una anécdota curiosa de mi vida: fue mi hermano mayor quien me enseñó a leer, como un juego, sin pensar en que esa se convertiría un día en la actividad con la que me ganaría la vida. Pero en casa no había muchas lecturas acordes a nuestra edad. Salvo algunos libros que mis hermanos más grandes habían reunido en la preparatoria (recuerdo Pedro Páramo, que no llamó mi atención hasta algunos años después, pero que me maravilló enseguida) y algunos extraños ejemplares de diversa procedencia (como uno sobre grandes felinos con sangrientas escenas de cacería y otro llamado Vicios y drogas, que de haberme interesado me hubiera ahorrado muchos problemas), los materiales de lectura eran escasos y debíamos ingeniárnoslas para sacarles provecho.

Mucho me hubiera gustado acceder, al crecer, a lecturas más acordes con mi espíritu infantil. Por ello, va esta lista de títulos que me hubiera gustado leer en mi infancia, y que les ruego acercar a cualquier infante que tengan a su alcance:

  1. Cuentos extraños para niños peculiares, Ransom Riggs

Estos relatos van del horror a la fantasía, de la magia a la crudeza con tanta levedad, que más que un libro de cuentos uno siente que lee anécdotas de un mundo paralelo. El libro, además, está bellamente ilustrado con viñetas que acompañan a cada relato. Spin off de la novela El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares, que se puede leer de forma independiente.

2. Mujercitas, Luise Mary Alcott

Una querida amiga me descubrió este libro cuando, en una reseña que se publicó en este mismo blog, confesó la íntima relación que este libro propició entre ella y su madre, quien se la leía de pequeña antes de dormir. Una historia conmovedora en la que vemos crecer a cuatro hermanas mientras florece su extraordinaria complicidad.

3. El Superzorro, Roald Dahl

Conocí esta historia por la divertida película de Wes Anderson, y no supe que era un libro hasta mucho después. Es curioso porque otras historias de Dahl me llegaron de la misma forma, aunque mucho antes: Matilda, Charlie y la fábrica de chocolate y El gigante bonachón, Las brujas… Grandes clásicos del cine de pantalla chica que mis hermanos y yo disfrutamos tanto, y que hubiera devorado con igual fruición si hubiera tenido entonces los libros.

4. Harry Potter y la piedra filosofal, J. K. Rowling

Debo ser honesto y decir que no soy un gran fanático de esta saga literaria, aunque disfruté mucho las películas. Para algunas personas esto es un gran sacrilegio, pero en mi defensa diré que llegué tarde a la fiebre de las varitas mágicas; para entonces yo ya era un adolescente rebelde y confundido. Quizá si hubiera tenido en mis manos estos libros cuando niño, entendería por qué esta saga sigue generando tanta fascinación, muy a pesar de la penosa ideología de su autora.

5. La historia interminable, Michael Ende

Podría llenar esta lista con títulos de Michael Ende que me hubiera gustado leer de pequeño, pero escogí este por ser el ejemplo más claro de la poderosa imaginación de su autor. La historia interminable es un juego narrativo que, en efecto, es inagotable. Con cada lectura vuelvo a ser un niño y a asombrarme por el poder que tienen las historias para cambiar nuestras vidas. Mención especial a Uyulala, la voz del silencio, esencia pura del lenguaje que, cómo no, se expresa siempre en verso.

6. Percy Jackson y el ladrón del rayo, Rick Riordan

Al igual que con Harry Potter, esta saga me alcanzó ya tarde como para engancharme, pero ¡vaya!, la idea de reencarnar el panteón griego en un grupo de adolescentes es un argumento suficiente como para llamar mi atención y mantenerme pendiente de la serie. Aventura, mitología y drama adolescente se combinan en una historia emocionante sobre la amistad y el coraje.

7. Toda Mafalda, Quino

Esta mención en realidad es una trampa, porque sí había en casa un ejemplar con algunas tiras de Mafalda pero, dada la naturaleza de estas historietas, se me acabaron muy rápido y las leí tantas veces que terminaron por aburrirme. ¡ojalá hubiera tenido entonces las tiras completas con las aventuras de Mafalda, Susanita; Felipe y compañía.

8. El libro de la selva, Rudyard Kipling

Un verdadero clásico de aventuras, edulcorado por Disney en su versión cinematográfica. Acostumbrado a las sangrientas viñetas de aquel libro sobre felinos que antes comenté, me hubiera fascinado leer esta historia que no es exactamente infantil, pero que narra las aventuras y desgracias de un niño perdido en la selva, adoptado por lobos y educado por un oso y una pantera. Una fábula en toda regla.

9. Había una vez… Mexicanas que hicieron historia, Pedro J. Fernández y Fa Orozco

Como varón tuve el privilegio de ver siempre representados a mis congéneres en todas partes, no sólo en los libros sino en la cultura en general, sobre todo en los medios. Como tampoco tuve hermanas y mamá cumplía el rol de ama de casa que sacrifica sus aspiraciones en favor de su familia, me pregunto, ¿sería una persona distinta si hubiera tenido como referencia otras figuras femeninas, que compartieran la importancia y la admiración que antes sólo se les daba a los hombres? Quizá un libro como este hubiera nutrido esa ausencia.

10. Pokémon. La guía esencial definitiva, Varios autores

Nunca tuve el privilegio de tener una consola de videojuegos, o figuras, o las cartas de juego que eran la sensación de otros chicos, pero sí tenía televisión y pronto me convertí en fanático de esta serie. Con el gusto que desarrollé por las enciclopedias y mi empecinamiento en aprenderme todos los nombres de estos curiosos bichejos, hubiera sacado harto provecho de un libro como este.

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