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Los lados oscuros de la maternidad
Andrea Pulido Watts comment 0 Comentarios

La literatura y el cine son medios de expresión que permiten mostrar diferentes lados de una misma historia. Dos formas de expresión distintas, que en ocasiones se complementan, en especial cuando hablamos de adaptaciones de libros a la pantalla grande. Cuando esto se logra con éxito, el resultado visual amplía el entendimiento inicial de la lectura. Este es el caso de la adaptación de La hija oscura (Lumen), una de las primeras novelas de la aclamada escritora, Elena Ferrante. Maggie Gyllenhaal, una reconocida actriz de Hollywood, utilizó esta obra de Ferrante para crear su ópera prima como directora, The Lost Daughter (disponible en Netflix), la cual recibió diversas nominaciones a los Premios Óscar, entre estas a mejor guion adaptado. Si bien el filme de Gyllenhaal no sigue al pie de la letra la narrativa de Ferrante, sí eligió cuidadosamente los momentos clave y los símbolos más relevantes para mostrarnos otro panorama de una misma conversación que ambas autoras exploran; una conversación incómoda, pero necesaria en nuestra sociedad actual: la imperfección en la maternidad.

Hablar de los lados oscuros de ser madre es un tema tabú, incluso en esta segunda década del siglo XXI. Son pocas las novelas que protagonizan a madres jóvenes, menos aún a madres adultas y las culpas que llevan dentro. Elena Ferrante nos transporta al monólogo interior de Leda, una madre de casi 48 años que se acaba de separar de sus hijas adultas. En sus vacaciones en una playa mediterránea, Leda se encuentra con una familia grande y escandalosa, y se ve hipnotizada por una madre joven y su hija pequeña que forman parte de este círculo. Primero, esta visión de los inicios de la maternidad que observa cuidadosamente Leda es como la que nos han plasmado por décadas en la cultura popular: una mamá casi perfecta, alegre de compartir todo su tiempo junto a su hija, un lazo inquebrantable y sagrado. Esta imagen parece tan importante que se duplica, la niña pequeña incluso actúa como una madre perfecta con su muñeca, una mímesis del deber y el placer materno. Sin embargo, esta perfección trastorna a la protagonista y su mente la fuerza a recordar momentos turbios de su propia experiencia como madre.

Gyllenhaal retoma este símbolo de la muñeca y lo incluye, al igual que lo hizo Ferrante, al centro de su narración. Leda, tanto el personaje literario como el interpretado por la ganadora del Óscar, Olivia Colman, se transforma a través de esta muñeca. El juguete está lleno de suciedad en su interior, un reflejo de los errores que cometió la protagonista cuando era una madre joven, de su egoísmo con sus hijas, de todo lo terrible que implicó ser madre para ella. Es también un reflejo de su culpa, que intenta apaciguar al cuidar a esta hija oscura, perdida y falsa; una hija de trapo y plástico que, si rompe o maltrata, no podrá reclamarle después. Es una necedad y un impulso infantil de un personaje bien construido, una mujer multifacética que, más que juzgarla, las autoras nos invitan a tratar de entenderla. Leda y su muñeca simbólica son el retrato de los variados matices de la maternidad, algunos hermosos de los que todas quieren presumir, pero también aquellos que las personas no quieren mencionar, esas sombras que acechan a cualquier madre joven o a cualquier mujer que esté ponderando la idea de ser mamá.

Algo importante que cambia Gyllenhaal es una revelación sombría de la protagonista. Ferrante la incluye casi al inicio de su historia, mientras que Gyllenhaal la deja casi hasta al final. Un secreto que la protagonista comparte sin pensarlo, se le escapa al conversar con los otros personajes. Pareciera que este detalle debe ser el clímax de la historia, es lo que inicia la evolución de Leda en la novela, pero Gyllenhaal lo usa más como un pequeño plot twist en su película. Sin embargo, al igual que en la novela, este momento oscuro de Leda no es lo más importante del personaje. Ambas autoras usan esta revelación como un catalizador para mostrarle al público ese lado tenebroso e imperfecto de la maternidad, una situación que se le suele atribuir más a la representación paterna: el concepto del abandono. Dice mucho sobre este personaje, pero no la define por completo. El objetivo no es perdonar, ni excusar a Leda, tampoco sentenciarla, sino enseñar que la maternidad jamás es perfecta, ni debe ser idealizada. Se rompe el mito para destruir también esa presión y responsabilidad inquietante que llevan consigo todas las mamás.

La hija oscura y The Lost Daughter son dos diferentes perspectivas de una misma moneda: una narración simple, que hace una exploración psicológica compleja, la cual invita a sus lectores y espectadores a iniciar una conversación que lleva años esperando a ser contada. Si bien leer y observar esta historia es difícil por los temas complicados que trata, también es una mirada novedosa a una situación que aflige constantemente a las mujeres. Se necesitan historias como esta, escritas y entendidas por mujeres para quebrantar entre nosotras aquellas imágenes de una perfección inalcanzable que nos han obligado a cumplir sin descanso. Se necesitan más protagonistas imperfectas, oscuras y misteriosas: enigmas de lo que significa ser mujer que podemos seguir descubriendo en conjunto.

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