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Los amigos apasionados
Rodrigo Duarte comment 0 Comentarios

Durante la extensa gira mediática por el lanzamiento en España de su última novela Cualquier verano es un final (Alfaguara, 2023), Ray Loriga debió responder centenares de preguntas de la prensa ibérica sobre haber estado al borde de la muerte -fue operado de un tumor cerebral en el 2019- y cómo esa experiencia casi fatal había transformado su vida, con reporteros deseosos de conocer alguna posible revelación mística que este cínico agnóstico podía haber tenido, o cómo fue adaptarse a las importantes secuelas físicas con las que convive tras su convalecencia hospitalaria.

Por un lado, el interés por estas cuestiones extraliterarias era lógico y no solo meramente sensacionalista: el protagonista del libro comparte sus mismos padecimientos recientes y la novela fue concebida y escrita durante el largo postoperatorio que el autor debió atravesar, siendo la muerte un tema central en la historia. Pero Loriga, lejos tanto de los excesos narcisistas de la autoficción y de lo que él mismo ha llamado en entrevistas la literatura de “los grandes dramas y las grandes causas”, como de los libros de enfermedad como Mortalidad de Christopher Hitchens o la Joan Didion más crepuscular, no se dejó tentar por los facilismos sentimentales y narrativos que ofrecen las historias de “superación” y ha tomado este episodio personal para crear una historia luminosa y complicadamente entrañable, opuesta a la grandilocuencia y solemnidad de las obras-testamento.

Por el contrario, Cualquier verano es un final es una ficción imprevisible, mordaz, que roza la picaresca -uno de los géneros literarios españoles por antonomasia- y confirma el estado de gracia actual del último Loriga, luego de su gran comeback apocalíptico Rendición (Premio Alfaguara 2017) y el thriller melancólico Sábado, domingo (Alfaguara, 2019).

El punto de partida es simple: un hombre, Yorick, es intervenido de un tumor (fin del componente autobiográfico; Loriga cree en la supremacia del relato, no del dato) y en medio de su recuperación, se entera que su mejor amigo, Luiz, ha decidido viajar a Suiza para poner fin a su vida en una lujosa clínica de suicidio asistido. Yorick no puede concebir una existencia sin Luiz, un bon vivant enigmático y afectivamente remoto que es una cruza entre Jay Gatsby y Orson Welles, por lo que decide ir, maltrecho y todo, en busca de su amigo para disuadirlo de sus planes mortales.

La novela seguirá a estos dos personajes mientras viajan de tierras helvéticas a Madrid, de la Nueva York del downtown trendy a la placidez de un pueblo pesquero en Portugal, yendo para atrás y adelante en el tiempo para narrar la historia de amistad entre Yorick y Luiz, así como también la aparición del tercer elemento en este triángulo de amor bizarro y no del todo heterosexual: la ilustradora Alma (una autocrítica a la manera de referencia cinéfila que nos entrega Loriga, quien dirigió películas y hasta fuese guionista de Almodóvar: Alma era el nombre de la esposa de Alfred Hitchcock y también de la protagonista de la película El hilo fantasma, dos mujeres abnegadas que sufrían por sus ensimismados y a veces crueles maridos artistas).

Con una ligereza magistral, Loriga no solo se mete -y sale con éxito- con un tema tan espinoso y en boga como el suicido asistido (decenas de países han debatido en los últimos meses el derecho a la eutanasia y celebridades como Jean-Luc Godard han recurrido a ella para poner fin a sus vidas), sino también se adentra en los debates de la nueva masculinidad post-#MeToo. Después de todo, con sus narradores atribulados y solitarios de sus salingerianas primeras novelas (Lo peor de todo, Caídos del cielo), su relación amorosa con la exquisita cantautora pop Christina Rosenvinge y los homenajes a David Bowie en su obra (Héroes es el título de su segunda novela), ¿no es acaso Ray Loriga el softboi original de las letras en español?

Por eso, cuando en un reportaje reciente, Loriga afirmó que su nuevo libro es una historia de amor entre dos hombres y afirma que la mayor inspiración del libro fue Regreso a Brideshead, ese clásico del homoerotismo codificado del escritor británico Evelyn Waugh, sabemos que sus palabras no son una provocación ni mucho menos un acto de queerbaiting. Aunque se trate de un amor platónico y no sexual, la motivación de Yorick a lo largo del libro -y el objeto de algunos de sus más descarnados monólogos- es su intenso amor por Luiz, considerando incluso en un momento de desesperación quitarse la vida para desalentar a su amigo de continuar con su idea de matarse. Pocos hubiesen imaginado que la novela más melodramática de este 2023 hubiese venido de la mano de Loriga, pero aquí están estos personajes que sufren y aman en silencio en medio de grandes vistas y escenarios suntuosos.

Sin embargo, por más propulsiva y sorprendente, Cualquier verano es un final no es el tipo de libro que vive o muere por su historia. Ray Loriga es, antes que nada, un estilista superlativo y no un guionista de miniseries de streaming, y luego de las mucho más contenidas Rendición y Sábado, Domingo, impulsadas principalmente por sus tramas, Loriga vuelve a emplear en toda su potencia esa voz conversacional cercana, irónica, que lo transformó en un ídolo literario a comienzos de los 90, y que es, a fin de cuentas, como también lo es en el caso del recientemente fallecido Martin Amis, la mayor fuente de placer al acercarse a un libro suyo.

Leer Cualquier verano es un final provoca además una inesperada revelación. Pese a la lejanía en el tiempo y las circunstancias históricas y biográficas disímiles, Loriga parece estar siguiendo la trayectoria de H.G. Wells, quien tras consagrarse con relatos fundacionales de ciencia ficción como La guerra de los mundos y El hombre invisible, sorprendió publicando la historia intimista de Los amigos apasionados, un melodrama sobre un amor inolvidable y un triángulo amoroso sufriente. De la misma forma, Loriga puso pausa a sus coqueteos con el género -que comenzaron a finales de los 90 con Tokio ya no nos quiere– y escribió una novela sobre el amor y el paso del tiempo que nos recuerda que, pese a al hype inicial de ser considerado la respuesta ibérica a Bret Easton Ellis o su reputación de malditista, Loriga siempre ha sido un autor humanista y profundamente romántico. Cualquier verano es un final es una prueba inmejorable de ello.

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