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Los 8 + odiados… en la literatura
Ismael Martínez comment 0 Comentarios

Aquí el odio, los celos, la prisa y la indiferencia forman una espuma que es como una loca imitación del vivir. Éstos son nuestros camaradas.

—Virginia Woolf, Las olas

Cuando no sabemos a quién odiar, nos odiamos a nosotros mismos.

—Chuck Palahniuk, Monstruos invisibles

Sip. Tú los conoces. Yo los conozco. Todos los odiamos. Me refiero a esos jijos de su repelísima que no tienen mandarina ni en gajos. Esos engendros de Satán que cuando te acuerdas de todas las barbaridades de las que son capaces te dan ganas de arrojar el libro por la ventana proverbial, que le pase un camión muy literariamente por encima y que hasta el perro virolo de tu vecino lo manche con unas deposiciones bien aguadas. Esos esbirros del mal que de sólo recordar sus sandeces se te revuelve el estómago y quieres salir a boxearte al árbol más fantasmagórico de tu campiña.

Antes dije que tú y yo los conocíamos. Y es verdad. Ya sé que la historia lectora no puede ser idéntica en cada cabeza, pero sí hay en la literatura algunos villanos universales —por arquetípicos, quizá—, precisamente porque están escritos para representar a la ruindad más vil que uno pudiera imaginar.

Bueno, pongámonos serios y preguntémonos, pues, ¿qué es lo que nos hace odiarlos tanto?

Su ideología.

Sus acciones.

Su malignidad.

Y, por tanto, los antivalores que representan.

Así, tras pensarlo exactamente durante tres semanas, yo creo que pueden dividirse en cinco grandes grupos: 1) los torturadores y asesinos, los que son capaces de atrocidades, de crímenes de lesa humanidad, de masacres y holocaustos; 2) los cretinos y abusadores, los que pervierten la dote del poder y ejercen su dominio para rebajar a los demás; 3) los mentirosos y traidores, aquellos que engatusan y embaucan; 4) los ideólogos de oposición, que amenazan nuestra forma de vida, mediante política e ideología, agentes del cambio social y filosófico (para “bien” o para “mal”, según quien lo mire); 5) los tibios, los que nos desesperan, por incautos, por inocentones, por bobalicones (¿Bridget Jones estás ahí?).

Ahora bien, ya que esta lista puede ser tan infinita como todo el rencor del que podamos ser capaces (y vaya que hay gente con grandes cámaras para ello en su mente), limitémonos, por cuestiones de salud, a sólo unos cuantos por categoría (y agárrense bien la vesícula, porque puede que derramen mucha bilis recordando):

1. Hitler. Nah, él no vale. Ojalá sólo hubiera sido escrito lo que ese señor ocasionó en Europa casi a mediados del siglo XX (aunque no evito mencionarlo por todos los miles de libros que esa tragedia ha inspirado).

Verdadero 1. Pennywise (el monstruo fantasmagórico)

Ay, nanita. Ojalá jamás hubiera leído todas las barbaridades que este demonio ocasionó en el pobrecito pueblo de Derry, Maine. Tanta gente se echó este villanazo que ni puedo contarla. Pero de quien sí me acuerdo es de George Denbrough. Pobre, dulce George. Esa escena en la que le arrancaron su bracito con todo e impermeable amarillo en medio de una tormenta aún me persigue por las noches. Stephen King ha escrito muchísimo, pero nada me ha dado tanto miedo como encontrarme —en su novela It (Eso) (Debolsillo, — con ese demoniaco payaso arácnido. Yo no sé ustedes, pero a la fecha tengo especial cuidado de no cruzarme la calle frente a una coladera, no se me vaya a asomar Tim Curry empalidecido y malchapeado a decirme que “todos flotan”.

2. Cersei Lannister (el monstruo humano)

Ya sé que me van a decir que la saga de Canción de Hielo y Fuego de George R. R. Martin está plagada de gente mala. Y sí. Pero esta señora hizo todo lo mismo ruin que los demás y ella solita. Asesinó, engatusó, traicionó, vejó, humilló, malcrió, hasta con su hermano se metió… Todo eso que la judeocristiandad nos dice que no se hace lo hizo esta méndiga copetuda. Eso de mandar apuñalar la barriga de una embarazada no se vale, verdad de Dios. Si alguna vez llega Martin a terminar la saga, ojalá que se muera ahí también, y pior.

3. La reina de corazones

Y siguiendo con monarcas atroces, he aquí el primero que muchos, de pequeños, llegamos a conocer. Esta reina que en toda su vida había dicho menos veces “por favor” y “gracias” que ejecutado una orden sumaria es todo lo que uno de chiquillo debe aprender a detestar: el autoritarismo, la vanidad, la estulticia, el rencor y la violencia física y verbal. Qué bueno que Alicia, en su País de las Maravillas, nos los dejó bien claro, de la mano de Lewis Carroll.

4. Negan

Está en mí la potestad de arruinarles uno de los mayores dolores en la historia del cómic americano, que sucede precisamente en The Walking Dead de Robert Kirkman, Tony Moore y Charlie Adlard. Pero no lo haré, porque sé que a muchos les gusta mantener el suspenso (je, je). Sólo diré que este rufián no merece el perdón de Dios. Claro que entendemos que se necesita de mucha fortaleza para sobrevivir un apocalipsis zombi, pero eso de perder casi toda tu humanidad en la conformación de una cofradía de pillos, eso de encamarse a todas las muchachas a la redonda a cambio de “favores” que deberían ser propios del más elemental derecho humano, y emponzoñar a los débiles y temerosos hasta convertirlos en esbirros despreciables, algo de muy malo debe tener. Negan: jamás te perdonaremos eso que le hiciste a tú sabes quién.

5. La peor señora del mundo

¿Hace falta explicarme? ¡Lo dice el nombre! Esta vieja verrugona, que ha dado fama y fortuna (espero, con su casi millón de ejemplares vendidos) a su papá Panchito Hinojosa, vaya que era una señora de cuidado. Inspirada en una de esas colonas insoportables que todos llegamos a tener (ay, ¡vaya que es así!), esta señora representa el peor engendro de la vecindad posible. Esa “Karen” a la que nada le parece ni nada la apacigua. Qué bueno que todos en su pueblo se compincharon para expulsarla ideando un astuto engaño.

6. La señora Reed

Ya sé que ni la propia Jane Eyre la odió. Pero ustedes entenderán que uno como lector no puede quedar indolente ante el genuino maltrato de esa amargada tía política. Es algo curioso, y muy vil, cómo el amor verdadero (el que el tío de Jane prodigaba a su dulce sobrina) puede ser capaz de engendrar una envidia tan mal encausada y que pronto se convierte en ruindad. Nosotros, que lo leímos desde fuera de las páginas nos duele la vileza de una mujer que, por embustera, se convirtió (incluso al pie del veliz) en canalla. Todos (bueno, casi todos) tenemos ese familiar que, por malvado, detestamos. Sirva este ejemplo —escrito por la grandísima Charlotte Brontë a mediados del siglo XIX— para prevenirnos de que el mal ronda cerca, y puede meterse hasta en la propia casa.

7. Tronchatoro y la familia de Matilda (y los Dursley de Harry Potter, también)

Vamos por un momento a ignorar todas las tropelías de las que eran capaces este grupúsculo de intratables. Pero eso de castigar la lectura y de mal entender la disciplina (o abiertamente condonar los peores instintos infantiles, como hacían los tíos de Harry Potter) es una lección que no puede infligirse así a los menores. Muchas gracias al señorón Dahl (y a la señorona Rowling) por dejarnos esta fábula del poder que nos renueva mediante una justa y bien entendida libertad.

8. Humbert Humbert

Él ya estaba BASTANTE grandecito para saber lo que hacía, pero su Lolita era apenas una púber, hay quien diría que hasta pasaba por niña pequeña. No hay mucho más que decir. Valga esta mención para llamar a la reflexión (como al parecer el mismo Nabokov quiso hacer, según sus propias y ulteriores palabras) sobre la facilidad de romantizar lo criminal, y de qué tan sencillo es caer en una apología de lo moralmente indefendible cuando lo vemos obrado por el protagonista de una historia que nos gustó (¿se han puesto a pensar cuánto nos daña la miríada de glorificados antihéroes —y de abiertos villanos— que pululan ahora por la literatura, el cine y la televisión?).

9. Judas Iscariote (el traidor)

No nos vamos a meter aquí si es o no “verdad” lo que nos cuenta el Nuevo Testamento cristiano. Pero lo que no se me va a discutir es que el nombre de este señor ya nadie se lo pone a sus hijos porque es hasta sinónimo de traición. Lo que hizo este seudoamigazo de Jesús no tiene perdón: entregar al rabí con un beso (vaya imagen para la ingratitud). Como dijo el Hijo de Dios, según testimonio de Mateo 26, 24: “… Más le valdría a ese hombre no haber nacido”.

10. Saruman

Cada que pienso en este viejito traidor de El Señor de los Anillos,deJ. R. R. Tolkien, me hierve el hígado. No sólo era (y tenía que ser) el más alto y sabio de los enviados divinos para COMBATIR el mal en la Tierra Media, sino que era su propósito llevar BALANCE a las fuerzas político-mágicas del mundo. Entonces, de repente, seducido por la promesa de poder del Anillo Único, va y se alía(somete) con el Señor Oscuro, traiciona a Gandalf, captura al espíritu del río, tala e incendia el bosque de Fangorn (donde ya sólo existían unos pocos y antiquísimos ents, “pastores de árboles”), azuza y arma a las tribus bárbaras del sur y del este contra los hombres de Oesternessë, confabula para reclutar a los Uruk-hai (una muy sanguinaria subespecie de orcos) y diseña la acometida para borrar a los hombres libres de la faz del planeta. ¿Debo continuar? La caída de Saruman el de Muchos Colores por siempre se contará como una de las más ruines de la historia de la literatura.

11. La Bruja Blanca

Una cosa es ser malo y actual mal. Pero otra, acaso peor, es querer influir en los otros (¡y los más pequeños!) para que hagan efectivamente el daño que uno busca. Pues esto hizo (digamos que intentó, pues) Jardis, la Bruja Blanca de Narnia en el libro inaugural de este mundo fantástico que a tantas infancias inició en la literatura de la imaginación: El león, la bruja y el ropero de C. S. Lewis. Edmund nunca será el personaje favorito de nadie, pero no podemos olvidar que fue debido al rencor exacerbado de esta malvada señora que casi se nos cambia de bando para traicionar a sus propios hermanos. Y siempre la odiaremos por ello. (¿Se acuerdan cuando ser “bruja” era malo? Yo también, y no se me olvida.)

12. Los hombres grises

Cómo molesta que lo anden apurando a uno. Y peor bajo argumentaciones tan pusilánimes. “El tiempo es dinero”, dicen. Pero ¿para qué querría yo ese dinero sino para precisamente comprar más tiempo para emplearlo en lo que me venga en gana? Mejor seamos todos como Momo y su pandilla: sigamos en los nuestro, viviendo con atenta escucha y parsimonia. Tal como nos recomienda Michael Ende, y no como esos trajeados sombrerudos grises nos dicen que debemos.

Ahora bien, no quisiera terminar este texto sin agradecer a todos aquellos villanos que lograron, en su momento, recapacitar. Y de entre ellos, muy notablemente, destaquemos a dos:

El Grinch. Yo no sé ustedes, pero si alguien me quita la Navidad sí me agüito. Y no hablo de las decoraciones y los regalos, eso es lo de menos. Sino de una fecha para compartir y amar, para estar en familia y sentir que todo lo bueno que existe está ahí contigo y te apapacha. Como dice mi hija: “tache huarache” para ti, Grinch. Pero qué bueno que Dr. Seuss te hizo recapacitar.

Ebenezer Scrooge. Mire, viejo señor Cascarrabias. Sólo lo perdono porque cambió (y eso debido a los fantasmas de las Navidades pasadas que le metieron un sustón), pero eso de explotar a la bandita laboral y psicológicamente NO ESTÁ BIEN. Ojalá y en las clases de negocios de las escuelas de elite repartieran Cuento de Navidad de Dickens tanto como las guías de inversión, chance y así no habría tanto patrón pasado de lanza, digo yo.

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