En vísperas del fallo de la Academia Sueca que anunciará este jueves al Premio Nobel de Literatura 2022, hacemos en Langosta Literaria una breve revisión de las óperas primas de los galardonados pasados para quedar a la espera de posibles sorpresas frente a nuestras eternas ilusiones personales (Michel Houellebecq, Margaret Atwood o Salman Rushdie) como también imposibles: que en paz descanse Javier Marías.
Danza de las sombras
Alice Munro
Este año Lumen editó por primera vez en español el primer libro de relatos de la ganadora del Nobel del 2013 (“por su maestría en el arte del relato”) y del prestigioso Man Booker Prize del 2009. Danza de las sombras, originalmente publicado en 1968, reúne 15 cuentos donde la autora explora, a veces desde una mirada infantil y desencantada, los inesperados detalles de las relaciones comunitarias inmersas en fiestas desabridas y tristes chismes de pueblo en lo que podría ser su originario Ontario. En el video pregrabado con el que Alice Munro aceptó el premio responde a la pregunta ¿Alguna vez miras hacia atrás y lees alguno de tus primeros libros? “¡No, me temo que no! Porque probablemente me entraría una urgencia terrible para cambiar un poco aquí y un poco allá, e incluso lo he hecho en algunos ejemplares de mis libros, pero me doy cuenta de que no importa porque no han cambiado afuera”. Sin embargo, recuperamos un fragmento de Danza de las sombras para mostrar la agudeza y brillantez con la que Alice nos involucra y muestra a uno de sus personajes:
“…dejamos atrás a la señorita Marsalles y sus fiestas imposibles, seguramente para siempre, ¿por qué somos incapaces de decir, como cabría esperar que dijéramos: ‘Pobre señorita Marsalles’? Es esa danza de las sombras la que nos lo impide, un comunicado desde otro país donde ella vive feliz.”

Tierras de poniente
J. M. Coetzee
En el extraño discurso de aceptación del Premio en el 2003 (por “quien en innumerables formas retrata la sorprendente participación del forastero”) Coetzee relataba las ocupaciones de el hombre: “No lee, ha perdido el gusto; pero la escritura de sus aventuras lo ha acostumbrado a escribir, es una recreación bastante agradable. Por la noche, a la luz de las velas, sacará sus papeles, afilará sus plumas y escribirá una o dos páginas de su hombre, el hombre que envía el informe de los patos de Lincolnshire y de la gran máquina de la muerte en Halifax… A cada lugar al que va, envía informes, ese es su primer negocio, este hombre ocupado.” Y así pareciera como si desde Tierras del Poniente (Debolsillo), escrito en 1974, el autor confirmara su vocación sobre la escritura de informes en un libro que reúne dos historias tramadas por hilos coloniales: la guerra de Vietnam y la esclavización de Sudáfrica en el siglo XVIII. Leemos en el epílogo de La Narración de Jacobus Coetzee de 1760 la invención de la palabra colonial:
“Yo no conozco esto, mi gente no lo conoce, pero al mismo tiempo sé cómo es, es como el rooigras, es una especie de rooigras, lo llamaré boesmangras. A su manera Coetzee cabalgó como un dios a través de un mundo que solamente en parte disponía de nombres, diferenciando las cosas y otorgándoles existencia”.

La viuda
José Saramago
“El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir. A las cuatro de la madrugada, cuando la promesa de un nuevo día aún venía por tierras de Francia, se levantaba del catre y salía al campo, llevando hasta el pasto la media docena de cerdas de cuya fertilidad se alimentaban él y la mujer. Vivían de esta escasez mis abuelos maternos, de la pequeña cría de cerdos…”
Empieza así el discurso de aceptación del Nobel en 1998 cuya primera obra, de 1947, La viuda (Alfaguara, 2022) toma lugar en una finca de Alentejo para relatar el dilema de la apenas viuda María Leonor frente a las pretensiones sexuales de dos hombres. La pobreza también marcaría la publicación de la obra: como condición, Saramago no recibiría regalías ni tampoco la compra de la obra; aparte la novela llevaría el nombre impostado de Terra do pecado. Una tercera similitud con el discurso de 1998: Saramago entonces con 24 años cuidaba de su recién nacida Violante con los servicios de escribiente en las oficinas de los Hospital Civil de Lisboa. Leemos en La Viuda con una escena reminiscente al despertar del abuelo del autor: “A la mañana siguiente, Antonio se despertó con el canto de los gallos en la finca. Por la ventana que había dejado entornada, según un percepto higiénico que siempre respetaba, entraba una franja de sol que se extendía por el suelo hasta los pies de la cama. Se frotó los ojos, amodorrado con la intensidad de la luz, y miró por la ranura apoyado en el borde del colchón. Sólo percibía un rectángulo azul de cielo, donde surgía el perfil blanco y suave de una nube, muy alta y ligera, casi transparente, que pasaba con lentitud, flotando.” Regresamos finalmente al discurso de 1998: “Muchos años después, escribiendo por primera vez sobre éste mi abuelo Jerónimo y ésta mi abuela Josefa (me ha faltado decir que ella había sido, según cuantos la conocieron de joven, de una belleza inusual), tuve conciencia de que estaba transformando las personas comunes que habían sido en personajes literarios y que esa era, probablemente, la manera de no olvidarlos…”.

Cevdet Bey e hijos
Orhan Pamuk
Declaraba Orhan Pamuk al recoger el Nobel en el 2006: “… cuatro años después de que hubiera decidido convertirme en novelista, a los veintidós años y abandonando todo lo demás y encerrado en mi cuarto, terminé mi primera novela, Cevdet Bey e hijos; con manos temblorosas le entregué a mi padre el texto mecanografiado de la todavía no publicada novela para que pudiera leerla y comentarme lo que opinaba… mi padre recurrió a un lenguaje muy intenso y exagerado para manifestar su confianza en mí o en mi primera novela: me dijo que, algún día, yo ganaría el premio que hoy, con inmensa alegría voy a recibir aquí.”. Escrita en 1982, Cevdet Bey e hijos (Random House, 2013), narra la modernización política de Turquía a través de tres generaciones enmarcadas entre 1905 y 1971. Por medio del contrapunto de posturas políticas e identitarias fraguadas en Cevdet Bey y su linaje, Pamuk articula en más de 600 páginas la idiosincrasia histórica de su país como el centro articulador de Oriente y Occidente.

La guerra no tiene rostro de mujer
Svetlana Alexiévich
Debate publicaba en el 2015, año en el que Svetlana Alexiévich fue galardonada con el Nobel, La guerra no tiene rostro de mujer que reúne una extensa serie de conmovedoras y crudas entrevistas a mujeres soviéticas que participaron en la Segunda Guerra Mundial. Enfermeras de quirófano, técnicas sanitarias, francotiradoras, integrantes de organizaciones clandestinas, secretarias, conductoras de tren y hasta artistas componen el coro con el que Svetlana reconstruye desde la microhistoria una de las grandes heridas del siglo XX. Y su escritura apenas interviene en el libro para otorgar protagonismo a los testimonios entre los que uno puede encontrar frases que sólo podrían surgir desde la guerra: “He visto más muertos que árboles…”. Comentaba la autora al recibir el Nobel: “Me encanta cómo hablan los seres humanos… me encanta la voz humana solitaria. Es mi más grande amor y mi pasión. El camino hasta este podio ha sido largo: casi cuarenta años yendo de persona en persona, de voz en voz. No puedo decir que siempre he estado recorriendo este camino. Muchas veces he estado conmocionada y asustada de los seres humanos. He experimentado el placer y repugnancia. A veces he querido olvidar lo que he escuchado para volver al momento en que vivía en la ignorancia. Más de una vez, sin embargo, he visto lo sublime en la gente, y he querido llorar.”

En tierras bajas
Herta Müller
A la rumana Herta Müller le fue entregado el Premio en 2009 por su capacidad de expresar “los paisajes del desamparo a través de la poesía y la objetividad de su prosa”. Y es en su primer trabajo En tierras bajas (Debolsillo), publicado originalmente en 1982, donde podemos atestiguar tal mérito. A través de 15 relatos cortos, narrados por quien podría ser la misma Herta, recorremos paisajes interiores, oníricos y poéticos donde la realidad inmediata y familiar adquiere el obtuso y delicado efecto literario como acto de protesta y vía personal de escape frente a la absurda dictadura de Ceausescu. Dejamos un fragmento de «El baño suavo», cuya publicación en 1981 fue considerado por los lectores de un periódico regional como una ‘denigración de la patria’, para mostrar las posibilidades de la literatura imaginadas por Ella, a quien despidieron de su trabajo después de haberse negado a cooperar con la policía secreta y a quien se la castigó con la prohibición de publicar en su país:
“La madre se mete en la bañera. El agua aún está caliente. El jabón hace espuma. La madre se restriega unos fideos grises del cuello. Los fideos de la madre nadan sobre la superficie del agua. La bañera tiene un borde amarillento. La madre sale de la bañera. El agua aún está caliente, le dice la madre al padre. El padre se mate en la bañera. El agua está caliente. El jabón hace espuma. El padre se restriega unos fideos grises del pecho. Los fideos del padre nadan junto con los fideos de la madre sobre la superficie del agua. La bañera tiene un borde parduzco. El padre sale de la bañera. El agua aún está caliente, le dice el padre a la abuela. La abuela se mete en la bañera. El agua está tibia. El jabón hace espuma. La abuela se restriega unos fideos grises de los hombros. Los fideos de la abuela nadan junto con los fideos de la madre y del padre sobre la superficie del agua. La bañera tiene un borde negro. La abuela sale de la bañera. El agua aún está caliente, le dice la abuela al abuelo. El abuelo se mete en la bañera. El agua está helada.”

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