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La viuda: curiosidades detrás de la primera novela de José Saramago
Jorge Bobadilla Vargas comment 0 Comentarios

En 1947 y con apenas 24 años, el Premio Nobel de Literatura de 1998, coincidiría con la extinta editorial portuguesa Minerva Lisboa para publicar su primer libro. Las condiciones de publicación: 1. El cambio del nombre de A viúva por Terra do pecado. Y2. El autor no recibiría regalías, ni tampoco la compra de la obra.

Para celebrar el centenario del natalicio de José Saramago (1922, Azinhaga, Portugal), Alfaguara junto con la Fundación Saramago publicará para el 2022 la obra completa al español del autor. Bajo este marco celebratorio, se encuentra ya la publicación, inédita hasta entonces en nuestra lengua, de La Viuda.

Por aquellos años de posguerra, Saramago trabajaba como escribiente en los servicios administrativos de los Hospitales Civiles de Lisboa y cuidaba de su recién nacida Violante. Seis años después escribiría su segunda novela, Claraboya que sería publicada hasta el 2011. Treinta años después de la publicación de Terra de pecado, Saramago vería publicada su tercera novela, Manual de pintura e caligrafía (1977).

El argumento de La viuda: tras la muerte de su marido, María Leonor, madre de dos hijos, afronta el pesar de su soledad, la administración de su finca en la zona rural del Alentejo y la pasión sexual de dos hombres que irrumpen en su vida marcada por el reciente duelo.

El genio temprano de Saramago se puede descubrir, a lo largo de la obra, en la disposición narrativa de contrastes espaciales configurados por la luz. Los abiertos, referidos por la luz del cielo que cubre al escenario y personajes de la finca; y los cerrados, concentrados con mayor agudeza en la mente atormentada y agonizante de María Leonor. Cielo e infierno, luz y tinieblas.

Amplitud:

“… y María Leonor observaba, por la ventana abierta, los campos encharcados de luz, que temblaban en el horizonte, en el lugar donde se confundían con el cielo, difuminándose el azul y el verde…”

Cerrazón:

“De nuevo sola en su habitación, María Leonor intentó volver al punto en que había dejado su pensamiento. Procuró retomar fríamente la idea del suicidio, dominar la rebelión de su carne contra el aguijón del fin de su vida, pero ya no lo consiguió. En sus oídos tintineaba aquella voz animada y el “madre” como una llamada desesperada de vida. Y no pudo resistirse. Cayó de rodillas junto a la ventana, la cabeza apoyada en el alféizar llorando.”

Luminosidad:

“A la mañana siguiente, Antonio se despertó con el canto de los gallos en la finca. Por la ventana que había dejado entornada, según un percepto higiénico que siempre respetaba, entraba una franja de sol que se extendía por el suelo hasta los pies de la cama. Se frotó los ojos, amodorrado con la intensidad de la luz, y miró por la ranura apoyado en el borde del colchón. Sólo percibía un rectángulo azul de cielo, donde surgía el perfil blanco y suave de una nube, muy alta y ligera, casi transparente, que pasaba con lentitud, flotando.”

Oscuridad:

“…María Leonor se quedó observando estúpidamente el fondo negro del pasillo por donde había desaparecido la criada. Después, se dejó caer en el suelo, a punto de desmayarse. Le pasaban por la cabeza mil pensamientos que se chocaban entre ellos como planetas de un sistema de donde hubiese desaparecido el orden y la armonía. Tan pronto volvía a ver el funeral de su marido, bajo aquella imponente lluvia de marzo por los caminos embarrados del campo, como le parecía sentir los labios, aun doloridos, la presión furiosa de la boca de Antonio. Entre las nebulosidades crecientes de la inconsciencia, oyó fuera la carcajada de unos niños. Después se desmayó.”

Un tercer ejemplo, sublime éste, que reconcilia, o une, la luz y las tinieblas atestiguadas por la agonizante protagonista en un momento de levedad:

“… Después fue cayendo la tarde. El cielo empezó a oscurecerse y la habitación a llenarse de sombras. Por una ranura de la cortina, María Leonor vio brillar en el cielo la primera estrella de la noche. Se levantó y la contempló a través de los cristales. En la bóveda, que se iba ennegreciendo, era la única luz que brillaba, con resplandores rojos, como un rubí clavado en cielo. Parecía que todo el azul no tenía otro fin que no fuese hacer resaltar, por contraste, la belleza de la estrella. Pero todo el cielo poco a poco se fue llenando aquí y allí, de puntos luminosos, como si, por detrás de la oscuridad azulada, acechase el despertar de un nuevo día, que así lograra iluminar la tierra”.

Y de qué agonía padece María Leonor en la novela: de su secreta entrega sexual a su cuñado y al doctor del pueblo. Así, en esta encrucijada moral, presenciamos el pesar de la culpa sobre la libertad del goce femenino reprimido en un contexto políticamente conservador en el Portugal añejamente provinciano de la posguerra.

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