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La vida está hecha de repeticiones
América Gutiérrez comment 0 Comentarios

“No hay necesidad de fuego, el infierno son los otros”

A puerta cerrada, Jean Paul Sartre

Cuando decidí leer Por si se va la luz fue como arrojarme al vacío; no sabía nada de la autora ni me detuve a leer la contraportada. No era un buen momento de mi vida; sin embargo, la experiencia no dolió. Lo leí durante el verano, en un año en el que, como los personajes de este libro, me había saltado la primavera y no tenía intenciones de llegar al otoño. Quizá por eso escribí hasta ahora, en invierno, cuando el texto me exigía algo que sólo pueden decir las palabras ligadas a la baja temperatura.

¿Qué pasa cuando te das cuenta que el ruido es demasiado y no queda más que buscar el silencio? ¿Somos capaces de dejar todo atrás? ¿Qué tan difícil es empezar de nuevo? ¿Es naif y superficial querer regresar al origen? Puros cuestionamientos… Avanzaba por las páginas y lo único que encontraba eran preguntas que ninguno de los personajes se planteaba; era mi grado de identificación, mis ansias de huir a cualquier punto del planeta sin señal ni smartphones, lo que me había traicionado.

Nadia, Martín, Enrique, Damián y Elena, ninguno parecido, pero todos semejantes. Personajes sacudidos por la finitud, por las necesidades humanas vitales, por el aislamiento y el tedio. En Por si se va la luz la prosa es intensa y convulsa y suelta rastros poéticos que impiden abandonar la lectura. Cada palabra está bien puesta y sin rodeos.

Terminé la novela en dos días. En las primeras cuartillas superé el cliché; por primera vez, estaba un escenario rural español donde el tema principal no era la guerra civil, sino el hastío. Me parecía estar viendo una película de Bergman, la imagen clara de una pareja en una situación límite. Una especie de drama introspectivo, lleno de insatisfacción personal, de reconocimento de la fragilidad. El infierno juntos es mejor que el infierno solo.

Al mes de haber concluido la lectura, me enteré de que era la primera novela de Lara Moreno; fue entonces cuando, tal vez por accidente, leí la contraportada. Ahora sé que tenemos casi la misma edad y que su novela me causó una sensación muy parecida a cuando me topé con Julián Herbert y su Canción de tumba; dos libros que tomé sin expectativas. Hay para mí, aquí, una clara lección: quizá esa deba ser mi actitud no sólo frente a la literatura, sino también frente a la vida. No esperar nada y sólo al final dejar que llegue el asombro, así, sin anunciarse… discretamente.

 

Por si se va la luz, Lara Moreno, Lumen, 2015.

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