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Irene Vallejo y el (in)acabado romance con los “clásicos”
Ismael Martínez comment Un comentario

Más allá de la misoginia latente, el mito [de la caja de Pandora] es curioso en su ambigüedad: la esperanza es un mal, puesto que estaba en la vasija; pero a la vez un bien, ya que no escapó con las otras calamidades. Los griegos pensaban que nuestras ilusiones, aunque son tal vez engañosas, nos alegran la vida. Y es que, en el fondo, a todos nos gusta caer en el dulce señuelo de los sueños.

Irene Vallejo

El testimonio de mi conciencia es para mí de mayor precio que todos los discursos de los hombres.

Cicerón

El romance con los clásicos, en específico con los así llamados “verdaderos” clásicos: los griegos y los romanos, parece ser ahora, entre los literatos de nuestro tiempo, una costumbre en desarraigo.

La modernidad, primero, y la posmodernidad, después, parecen influir con su desparpajado cinismo no sólo en los ámbitos depredadores de la vida común, sino también en los más elevados cotos de la civilización: las artes. Y notablemente, valga decir, en la literatura, lo que ahora tenemos a bien en aperturar con mucha mayor sensibilidad en el término globalista de “cultura escrita”.

Así como los movimientos y los activismos de lucha por los derechos y las libertades civiles han denunciado (por no decir “crucificado”) la sensibilidad(/dureza) “patriarcal” del cuento de hadas y la vitalidad(/imposición) “moralina” del relato costumbrista y la primera etapa de la novela formalista (ay de aquel que ose hoy día decir a las chicuelas que eso de ser tratadas como “princesas” es, ya no digamos, asequible, sino deseable), pareciera que el profesional de las letras comete un pecado de indignidad al recitar a Virgilio o de recordarnos las palabras de Tácito, Séneca y Cicerón.

Afortunadamente existen quienes aún recuerdan (porque leen) a los sabios de antaño, y entre ellos la más ilustre (por ahora, arriba abajo: de la academia hacia los legos) es Irene Vallejo.

La llegada de El infinito en un junco (Debolsillo, 2022) al panorama editorial no sólo regocijó a los letrados (cosa común) y satisfizo al gremio (el ensayo obtuvo el Premio El Ojo Crítico, el del Gremio de Librerías, el Premio Nacional de Ensayo 2020, el Premio Aragón 2021 y el Premio Antonio de Sancha 2022 del Gremio de Editores), sino que tomó por asalto la mesa de novedades (cosa harto in-común), esa rapaz arena de gladiadores donde por el espacio (¡máximo!) de veinte días puede un libro librar su batalla de supervivencia en la mente del potencial lector (ya no hablemos de los pocos segundos que se tiene de atención en los formatos electrónicos).

Entonces Vallejo saltó a la fama. Pasó de escribir breves e inteligentísimas columnitas segregadas en la diáspora lectora a llenar auditorios y a suscitar un repunte en la venta de banquitos plegables y sombrillas para esperar en largas filas de autógrafos. Y, pues qué bien. Más aún porque este interés pondrá el dedillo no sólo en esa increíble Babel que la oriunda de Zaragoza (tierra arquetípica de sincretismos, de “moros y cristianos”, de romanos poetas) tuvo a bien construir en su bello junco ya arriba referido, sino porque ahora nos va a permitir revisitar ese pensamiento tan grecolatinista de una genuina interesada en la sabiduría antigua.

Hablemos de tres de sus (“otros”) libros: Alguien habló de nosotros (Debate, 2023), El futuro recordado (Debate, 2022) y El silbido del arquero (Random House, 2022).

En Alguien habló de nosotros y El futuro recordado encontraremos la voz primera (y primaria) de Vallejo, la especialista en filósofos y poetas (hay quien dice que esas dos son una y la misma cosa) latinos y en las gracias heredadas de su lengua (ahora evolucionada en aproximantes palatales sonoras pero aparentemente involucionada en contenido). En esos libritos deliciosos que se disfrutan como comer granada, la autora nos presenta unas doscientas píldoras de todos colores pero con un mismo regusto: la sensibilidad por una duda, esa rica intriga que sólo puede derivar en conocimiento. En dichos textos la autora nos recuerda (y pone al día), por ejemplo, el origen de frases incrustadas en el imaginario colectivo, tales como “La espada de Damocles”, “Pelillos a la mar”, el “Talón de Aquiles” y “La caja de Pandora”; abunda en textos como “Ostracismo”, “Troyanos”, “Zoquetes” y “Dilemas” sobre palabras-herencia del latín y el griego; pero también se permite, en pasajes como “Candidatos”, “Sin escrúpulos”, “Patologías del poder” y “Desmesura”, eruditas reflexiones sobre la histórica (y hasta plenipotenciaria) ignorancia de los políticos, estatistas y gobernantes.

Finalmente, en El silbido del arquero (que contiene una conmovedora dedicatoria: “A mi padre, que zarpó”), Vallejo se sumerge en la técnica de un relato de aventuras clásico. Teniendo en mente, sin duda, las epopeyas griegas, la maña filóloga nos regala un relato de descubrimientos, y creo, así como ya lo (bien) dijo Eduardo Lamarche en su reseña para el diario La Nación, que “el ensayo histórico tenía mucho de novela de aventuras: los escritos anteriores a la imprenta tenían valor de tesoro”. Así, el tesoro que Irene regala a su padre para que le acompañe por el Cocito tiene forma de novela y le susurra a Virgilio, en su deriva hacia el ocaso, con nuevo brío de alegre melancolía.

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