Cuatro novelas donde lo verdadero y lo falso se aman, se traicionan y se confunden
Hay verdades que hieren y mentiras que protegen. En las relaciones humanas, la frontera entre ambas es tan fina como frágil: basta una palabra para romperla. Mentimos por miedo, por amor, por supervivencia. Callamos por lealtad, por vergüenza o por simple costumbre. ¿Y decir la verdad? A veces, decir la verdad también es una forma de traicionar. Esta semana, en Langosta Literaria, exploramos la tensión constante entre lo verdadero y lo falso en las relaciones humanas a través de cuatro novelas donde la mentira no es solo un recurso narrativo: es una forma de vivir, de huir, de resistir.
- El mentiroso, de Mikel Santiago
La verdad como un rompecabezas sin caja
En El mentiroso, Mikel Santiago convierte la amnesia en una poderosa metáfora: la memoria como espacio frágil, selectivo, moldeable. Álex, el protagonista, despierta en un escenario que parece de película: una fábrica abandonada, un cadáver cercano, un golpe en la cabeza... y ninguna idea de lo que pasó en las últimas 48 horas. Poco después, la policía inicia una investigación y él comienza a atar cabos con ayuda de su entorno. Pero ¿puede uno fiarse de los demás cuando ni siquiera confía en sí mismo?
La novela plantea una de las preguntas centrales de este Top Langosta: ¿puede la verdad reconstruirse a partir de versiones rotas? Santiago arma un thriller psicológico donde la tensión no nace solo del crimen, sino de las relaciones personales: amistades deterioradas, amores en ruinas, secretos que duermen debajo de la alfombra del pueblo. En Illumbe, todos tienen algo que callar, y cada silencio pesa más que una confesión. La verdad no es una línea recta, sino un laberinto con salidas falsas. Y el lector, como Álex, avanza con la sospecha constante de que algo —o alguien— le está mintiendo.
- La verdad sobre el caso Harry Quebert, de Joël Dicker
Cuando amar es también mentir
Joël Dicker es un maestro de la arquitectura narrativa, y esta novela es prueba de ello. La verdad sobre el caso Harry Quebert cuenta la historia de Marcus Goldman, un joven escritor que intenta salvar del escándalo a su mentor, el célebre Harry Quebert, acusado de haber asesinado a una adolescente con la que mantuvo una relación veinte años antes.
Lo interesante aquí no es solo la investigación del crimen, sino la manera en que la mentira se entreteje con los afectos: Harry ama a Nola, Nola oculta verdades, Marcus duda de su propio juicio. Todos creen tener la verdad, pero cada uno la cuenta a su manera. El amor, la fama, la literatura misma: todo está contaminado por una visión subjetiva de los hechos. En este caso, la verdad es un producto narrativo más. Dicker juega con esa idea con astucia: el lector se convierte en juez, detective y víctima de sus propias suposiciones. ¿Qué tan fiable es una historia cuando cada personaje busca proteger algo? ¿Hasta qué punto mentimos para defender a quienes amamos?
- La desaparición de Stephanie Mailer, de Joël Dicker
El pasado no miente... pero tampoco habla claro
Si en Harry Quebert la verdad era un rompecabezas sentimental, en La desaparición de Stephanie Mailer es una bomba de tiempo. Veinte años después de resolver un caso brutal de asesinato múltiple en un pueblo ficticio de Nueva York, los detectives Jesse Rosenberg y Derek Scott se enfrentan a una periodista que afirma que todo fue una mentira: el asesino real nunca fue detenido. Poco después, la mujer desaparece sin dejar rastro.
Dicker convierte la premisa policial en un fresco humano: decenas de personajes, cada uno con su historia, su versión, su propio secreto. Las mentiras no son solo excusas; son mecanismos de defensa ante un pasado que, aunque enterrado, sigue respirando. Aquí, la verdad es como el cadáver de Nola en la novela anterior: se oculta por años, pero termina saliendo a la superficie, aunque no sea reconocible.
Las relaciones humanas —padres e hijos, amigos y enemigos, esposos y amantes— están aquí marcadas por omisiones, dobles vidas y silencios cómplices. Como lectores, pasamos de la duda a la sospecha, del cariño al juicio. Nadie es del todo inocente; nadie es del todo culpable. Porque a veces, la peor mentira es la que se dice sin palabras.
- Alicia nunca miente, de Jorge F. Hernández
Creer en alguien como acto de fe
Más breve pero igual de intensa, esta novela de Jorge F. Hernández ofrece una aproximación íntima y casi filosófica al tema. El protagonista, Adalberto Pérez, es un periodista que ha dejado de creer en todo: en las noticias, en el amor, incluso en sí mismo. Hasta que aparece Alicia. Ella no miente. O eso dice. O eso cree él. ¿Pero puede alguien afirmar con certeza que nunca miente? ¿Y no es, acaso, el amor una de las mentiras más bellas?
Hernández escribe con ironía, lucidez y un tono confesional que hace que la historia duela más de lo que esperábamos. Aquí, la mentira no destruye: sostiene. La verdad, en cambio, puede desmoronar lo poco que queda en pie. Esta es, quizás, la propuesta más radical de todas: que a veces necesitamos que nos mientan. No por cobardía, sino por ternura. No por manipulación, sino por fe.
Estas cuatro novelas tienen algo en común más allá de su trama: colocan al lector en una posición incómoda. Nos invitan a desconfiar no solo de los personajes, sino de nosotros mismos. ¿Cuántas veces hemos preferido una mentira dulce a una verdad cruel? ¿Qué tanto de nuestra identidad está construida sobre versiones editadas de los hechos? ¿Acaso no todos —aunque sea un poco— mentimos por amor?