“La única diferencia entre un final feliz y un final triste es dónde uno decide terminar la historia”, dice un conocido refrán. La máxima apunta a una verdad indiscutible: la vida no es exclusivamente ni una comedia ni un drama, sino una combinación de ambas, según el momento que uno esté atravesando y las circunstancias de cada persona.
En el caso de los finales que destacamos en esta lista, es verdad que todos ellos son dramáticos, algunos trágicos incluso, pero no necesariamente concluyentes: en muchas de estas narraciones, el autor da la pauta de que después del punto final, es decir, de donde decidió terminar la historia, las cosas podrían cambiar, e incluso ser mejores. Después de todo, tocar el fondo es a veces una oportunidad inmejorable para tomar impulso.
Las ilusiones perdidas, de Honoré de Balzac
Esta “comedia humana” de uno de los más grandes escritores franceses podrá estar situada en el período conocido como la Restauración Borbónica, una época marcada por el regreso a los excesos y lujos previos a la Revolución, pero su adictiva trama repleta de periodistas inescrupulosos, empresarios corruptos y artistas vanidosos no ha perdido ni un ápice de actualidad. El final, en el que, sí, nuestro protagonista en efecto pierde sus ilusiones, es el desenlace inevitable para una parábola sobre los peligros de considerar al dinero y al poder los objetivos más importantes en la vida.
Anna Karénina, de Lev Tolstói
Esta apabullante novela de Tolstói, una de las más perfectas y ambiciosas jamás escritas, no solo contiene uno de los comienzos más famosos de toda la literatura (“Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera”) sino también uno de los finales más dramáticos y lacrimógenos, con su significado siendo debatido hasta el día de hoy por académicos y lectores en todo el mundo. ¿Tolstoi castiga a Anna Karenina por ser adúltera? ¿O por el contrario está denunciando la hostilidad de las leyes y la sociedad hacia las mujeres, especialmente aquellas que no siguen los mandatos conservadores? ¿Anna es una heroína romántica o un trágico emblema del poder destructivo del amor? La riqueza de la novela es tal que, casi 150 años después de su aparición, todavía estamos intentando descifrar los secretos de este libro inagotable.
La muerte en Venecia, de Thomas Mann
Tal vez el final de La muerte en Venecia (Debolsillo, 2020) sea más conocido en la actualidad en su versión cinematográfica -acompañada de la inmortal partitura de Gustav Mahler-, pero la ambigüedad de la prosa original de Mann complejiza de maneras más interesantes la historia del compositor Gustav von Aschenbach y su arrebatada fascinación por el joven Tadzio. En su película, el director Luchino Visconti enfatiza el patetismo inconducente del protagonista en sus momentos finales, mientras que Mann parece sugerir que una muerte por amor, sin importar lo decadente o alucinatorio que este sea, es una manera más que espléndida de culminar nuestros días en este mundo.
Vía Revolucionaria, de Richard Yates
El sueño americano convertido en una pesadilla universal. Frank y April son dos jóvenes que comienzan su relación de manera apasionada y ambicionando una vida artística y libre, pero la rutina del matrimonio, la vida de oficina y las limitaciones de una sociedad opresiva como la estadounidense en los 50 terminan sellando sus destinos de manera dramática. Una novela implacable que hace lucir a las primeras temporadas de Mad Men, aquellas describiendo las frustraciones maritales y existenciales de Don Draper en los años previos a la revuelta libertina y contracultural de los 60, como comedias hilarantes.
La trama celeste, de Adolfo Bioy Casares
En un libro colmado por relatos signados por la originalidad y la melancolía, ninguno se destaca como “En memoria de Paulina”, uno de los cuentos más elegantemente devastadores y misteriosos jamás escritos. Nuestro protagonista ama a Paulina, y el casamiento entre ellos es una formalidad que todo el mundo da por hecho. Hasta que aparece el enigmático y oscuro Montero, que enamora a Paulina y envía a nuestro protagonista a un exilio para curarse del desamor. A su regreso, el encuentro entre los ex amantes transforma esta historia de amor juvenil en un relato fantástico tan magistral como trágico, con Bioy haciendo foco en la violencia machista décadas antes que el tema tuviera un lugar central en la agenda pública.
Del amor y otros demonios, de Gabriel García Márquez
Gabriel García Márquez como alquimista máximo. Diluyendo juguetonamente la frontera entre ficción y realidad, Gabo parte de una anodina jornada laboral en la que debió cubrir un rutinario vaciamiento de criptas en un cementerio local para desenterrar -literalmente- la historia de un romance prohibido durante la Inquisición en Cartagena de Indias. El maestro colombiano transforma lo que podría ser una anécdota destinada al olvido en un retrato vibrante y tenebroso sobre la intolerancia religiosa y un ejercicio reparatorio de memoria histórica.
La hora violeta, de Sergio del Molino
Siguiendo la estela dramática de Paula de Isabel Allende, el periodista español Sergio del Molino relata en este libro de no ficción el descubrimiento de la leucemia de su hijo de diez meses y la evolución de su enfermedad, narrando el shock inicial, la nueva vida hospitalaria y el dolor indescriptible por el desenlace trágico con una honestidad brutal e insoportable que hace de la lectura de La hora violeta (Alfaguara, 2023) una de las experiencias más desoladoras, humanas y profundas de las letras en español de los últimos años.
Tan poca vida, de Hanya Yanagihara
Pocas novelas han alcanzado en la última década el estatus de fenómeno como lo ha logrado hacer Tan poca vida (Lumen, 2021) de Hanya Yanagihara, amasando esa rara trifecta de millones de ejemplares en ventas, reconocimiento crítico y lectores fanáticos que exhiben su adoración por el libro casi como una marca de estatus. Los motivos son obvios para cualquiera que se acerque a sus páginas (la historia, que gira en torno a la vida de cuatro amigos que se conocen en la universidad y continúan juntos su derrotero adulto en Nueva York, es emocionante e imprevisible; la prosa de Yanagihara es inmersiva y cinematográfica; la tapa, una fotografía del artista Peter Hujar, es instantáneamente icónica), pero tal vez el arma secreta que explique su éxito sea su arrollador desenlace melodramático, cercano al folletín, que hace que el lector cierre el libro con el corazón partido en mil pedazos y seguro de que jamás olvidará esta historia.
Sudor, de Alberto Fuguet
Entregando el que tal vez sea el mejor libro en su obra, Fuguet arremete en Sudor (Random House, 2016) contra el boom latinoamericano, la frivolidad del mundo editorial, el presunto milagro económico chileno (que, proféticamente, se revelaría como la fachada que describía el libro muy poco tiempo después de su publicación) y el narcisismo del mundo gay en la época de Grindr e Instagram. Sin embargo, lo que le da el verdadero espesor a la historia es la fulgurante (y trágica) relación entre el hastiado protagonista y el jóven rebelde Patricio -miembro de la aristocracia literaria latinoamericana por asociación, al ser el hijo de un sosías de Carlos Fuentes- que se desarrolla durante un caluroso verano en la ciudad de Santiago. Si Fuguet buscó durante toda su carrera escribir un libro tan moderno y triste como una canción pop, nunca estuvo tan cerca de conseguirlo como en Sudor.
Mi año de descanso y relajación, de Ottessa Moshfegh
Un libro con un final tan estremecedor que mereció su propia columna en el diario El País. Una joven neoyorkina decide a comienzos del nuevo milenio pasar un año entero durmiendo gracias a fármacos de todo tipo consumidos en todo momento. Lo que sucede es gracioso y dramático, preocupante y ridículo, pero Moshfegh mantiene el mismo tono feroz a lo largo de la novela y hasta el imprevisible final, situando lo que acabamos de leer en una narrativa mayor sobre el colapso de los imperios y lo fortuito de la existencia.