¡Si sabremos Gabriela y yo de la maleza venenosa del chismerío y del rencor!
Le dije de todo: mediocre, impostora, retardataria, decimonónica.
Desde las infancias debió soportar la suficiencia y la mala fe.
Borges le dijo no, Huidobro le dijo no, Rokha casi no,
¿quién no le dijo no entre los letrados de la pedagogería del Mapocho
y los vanguardistas del 38 que la negaron y la renegaron?
Pero yo le digo que sí, siempre le dije sí.
―GONZALO ROJAS
Desde décadas atrás es posible acceder a la vida de quien ha decidido narrarse al mundo a través de videos o podcast grabados en su habitación o desde su cocina. Se cuenta a la cámara la historia hecha contenido, se viralizan anécdotas, se digitaliza la vida. Que las nuevas generaciones imaginen conocer a alguien sin el eterno scroll de publicaciones permite presentar ante sus ojos la vida hecha cartas y tinta.
La primera entrega de Mistral, una vida. Solo me halla quien me ama (Lumen, 2023) se disfruta por la detallada investigación realizada por la profesora, traductora y editora estadounidense Elizabeth Horan. Con pasajes que inician en 1889 con el nacimiento de la escritora y que tal vez son conocidos por sus seguidores destacados, el texto por supuesto va también para quienes recién la encuentran a través de las misivas que compartió con amigos.
Palabras que fueron el arma de la poeta, que resistieron al tiempo y que son todo menos el temido escombro al que, de acuerdo con Mistral, uno se va reduciendo, porque ¿cómo ser escombro cuando se construyó un hogar de cantos, poemas y nanas para las infancias?
Poco a poco, el alma de Gabriela Mistral se va revelando, el inicio de su perseverancia, el rechazo a las opciones que para entonces se ofrecía a las mujeres y su postura ante quienes percibían las prosas y poesías escolares como de segunda categoría. Una joven Mistral respondía entonces: “sin esos versos, la mitad de mi alma quedaría ignorada; se me conocería solamente en versos salvajes, y no solo hay púas es mi espíritu. He querido, en esos versos escolares, pagar mi deuda de mujer con la naturaleza… no he dado hijos, pero educo a los ajenos”.
Conforme se avanza en el texto se viaja junto a la escritora premiada con el Nobel de Literatura en 1945, y cuyas palabras sentenciaban “las casas no me amarran”, así su alma escapista buscaba oportunidades diplomáticas para trasladarse como la mano sobre la hoja en blanco.
Las páginas de Mistral, una vida. Solo me halla quien me ama permiten enterarse de cómo elige llamarse Gabriela Mistral frente a Lucila Godoy Alcayaga (su nombre verdadero), de cómo vivió la separación de sus padres, así como la influencia de su abuela paterna con quien leía la Biblia en voz alta, del papel que tuvieron sus secretarías, cuyo trabajo principal fue “literalmente el de guardar los secretos de la poeta”. Y sí, también está presente ese incidente en el que recibió el rechazo y gritería por parte de compañeras de clase, situación que la marcaría al ser acusada por su madrina de ladrona “recibiendo pedradas en su cuerpo y su alma”, y que más adelante al recordar lo vivido la joven poeta declararía que “perdonar es un don divino, o es una falta de dignidad [...]. No olvido nunca”.
Así pues, Solo me halla quien me ama es un encuentro de voces de quienes acompañaron la vida de una poeta que “soñaba con la convivencia al expresar su deseo de 'comprar tierras en el sur', aprender la lengua indígena y contribuir a la comunidad [...], antes de hacerlo, debía domar su espíritu rebelde y mejorar su alma haciendo literatura”.
Se trata, pues, de una lectura que invita a conocer a Mistral quien se valió del lenguaje de los cuenteros orales para ser “la contadora”, la que inventaba y dramatizaba en compañía de su público oyente.