Son varias las claves de interpretación que Oscar Wilde (1854-1900) ofrece en el prefacio de El retrato de Dorian Gray (Random House). En una hoja aproximadamente con 18 retazos cortos, el autor irlandés advierte, como introducción, sentencia, una vez que se ha completado la lectura de su única novela -originalmente publicada en 1890 como cuento en una revista literaria estadounidense- y complementa en tono filosófico, casi como sugerencias sin explicación, sobre la moralidad, los contextos y los objetivos que el quehacer artístico comprende.
“Todo arte es a la vez superficie y símbolo. Quienes profundizan, sin contentarse con la superficie, se exponen a las consecuencias. Quienes penetran en el símbolo se exponen a las consecuencias. Lo que en realidad refleja el arte es al espectador y no la vida”.
Bien sabida es la historia: Dorian Gray, un guapo y encantador adolescente inglés de clase alta es retratado al óleo por el pintor Basil Hallward, sin embargo, el retrato cambia a medida que Dorian envejece y actúa, moralmente, mal. Así, Dorian queda atrapado en la simbolización que su retratista y amigo de este, el amoral Henry Wotton, realiza de Dorian en relación con su retrato: un joven de belleza extraordinaria e inmaculada.
Nuestro protagonista, después de ser retratado, se enamora de Sibyl Vane, una actriz de teatro. Los dos se corresponden en belleza y amor. Sin embargo, Dorian la rechaza por una mala ejecución teatral y su enamoramiento desaparece para rechazarla con crueldad. Sybil se suicida. De esta manera, el retrato sufre su primera transformación no favorecedora para la percepción de nuestro protagonista.
“Se acercó al cuadro y lo examinó con detenimiento. Iluminado por la escasa luz que empezaba a atravesar los estores de seda de color crema, le pareció que el rostro había cambiado ligeramente. La expresión parecía distinta. Se diría que había aparecido un toque de crueldad en la boca. Era, sin duda, algo bien extraño… Sin embargo, el retrato seguía contemplándolo, con el hermoso rostro deformado por una cruel sonrisa. Sus cabellos resplandecían, brillantes, bajo el sol matinal. Los ojos azules del lienzo se clavaban en los suyos. Un indecible sentimiento de compasión le invadió, pero no por él, sino por aquella imagen pintada. Ya había cambiado y aún cambiaría más. El oro se marchitaría en gris. Las rosas, rojas y blancas, morirían. Por cada pecado que cometiera, una mancha vendría a ensuciar y a destruir su belleza. Pero no volvería a pecar. El cuadro, igual o distinto, sería el emblema visible de su conciencia.”
Dorian entonces guarda secretamente el retrato bajo llave y este será tiempo después revelado de manera fatal para su autor con un tour de forcé que desencadena el final de la novela.
Es de acuerdo a este conflicto psicológico cercenado por la moral que la novela se convierte en un clásico literario. Toca una herida compleja y común. No es ajeno al lector haber mostrado alguna vez lo bello de si (lo simbólico, es decir lo acordado) y en efecto haber ocultado lo malo (lo inmoral) para después percibir en síntoma (físico o mental), consecuencia o rumor, la revelación de lo encubierto.
“El artista no tiene preferencias morales. Una preferencia moral en un artista es un imperdonable amaneramiento de estilo. Ningún artista es morboso. El artista está capacitado para expresarlo todo. Pensamiento y lenguaje son, para el artista, los instrumentos de su arte. El vicio y la virtud son los materiales del artista…” continua el autor en el prefacio. Y el verdadero artista en el relato no es Basil Hallward, sino el dandy Henry Wotton, influencia principal de Dorian. El arte no es aquí circunscrito a manipulaciones plásticas, sino ampliado al artificio de las formas del comportamiento en sociedad.
“–Ser bueno es estar en armonía con uno mismo –replicó lord Henry, tocando el delicado pie de la copa con dedos muy blancos y finos–. Hay disonancia cuando uno se ve forzado a estar en armonía con otros. La propia vida…, eso es lo importante. En cuanto a la vida de nuestros vecinos, si uno quiere ser un hipócrita o un puritano, podemos hacer alarde de nuestras ideas sobre moral, pero en realidad esas personas no son asunto nuestro. Por otra parte, las metas del individualismo son las más elevadas. La moralidad moderna consiste en aceptar las normas de la propia época. Pero yo considero que, para un hombre culto, aceptar las normas de su época es la peor inmoralidad.”
Frente a los albores de los estudios psicoanalíticos y ante la decadencia de la rígida época victoriana, El retrato de Dorian Gray se posiciona como un texto fundamental que reflexiona sobre la búsqueda personal de lo bueno, lo útil, lo placentero y lo bello, con sus consecuencias -conscientes o inconscientes- en una libertad condicionada culturalmente.