Ah, qué suave está eso, señor. Deveras cásense, porque
nomás hay que andar en el vacile como si no existiera
Diosito; hay que poner las cosas en orden. Bueno, ya
llegamos al hotel de mi compadre, si quieren se los
presento para que nos trate a todo dar.
J.A., “Cuál es la onda”.
Las letras mexicanas, a lo largo del siglo XX, cambiaron de tono político-social, desde la muerte del romanticismo decimonónico a las letras nacionales del ocaso del Porfiriato, a la novela de la Revolución mexicana y, a la postre, la presencia de los escritos que dieron cuenta de los cambios nacionales de la posrevolución. Ahí, sin lugar a dudas, José Agustín tomó las riendas para relatar la experiencia de los jóvenes que salieron de la esfera intelectualoide recatada adscrita a aquellas “buenas costumbres” descritas por Carlos Fuentes en su novela homónima. Y el campo de batalla de esta generación también fueron las letras.
Si bien la bibliografía de José Agustín es prolífica y dio origen a un nuevo género, que describió las experiencias de vida de las juventudes del otrora Distrito Federal, surgidas después del Milagro mexicano, cuando la vida urbana tomó posesión de los días de la política-nacional. Mientras que la ciudad de México fue el punto de partida, siempre en conexión con la frontera norte.
De nuevo, Estados Unidos permeó la sociabilidad mexicana, entretanto las letras de José Agustín también lo relatan. Entre otros escritores de este género están Gustavo Saínz con La princesa del Palacio de Hierro y El Rey Criollo de Parménides García Saldaña.
Estas impresiones las podemos encontrar en La contracultura en México; además, vale la pena recordar que la primera edición es de 1996 y, aunque fue de las obras tardías de José Agustín, entra en diálogo con un mote literario, el cual siempre rechazó el escritor. Décadas atrás, en 1971, Margo Glantz tuvo a bien hacer una compilación de escritores jóvenes que estaban despuntando y creando con las letras mexicanas.
Aquel texto lo tituló Onda y escritura: jóvenes de 20 a 33, en donde incorporó “Cuál es la onda” de José Agustín. Con ese texto, Glantz bautizó las obras de aquellos jóvenes urbanizados retractores de la “buenas costumbres mexicanas” como “la literatura de la onda”. Por lo demás, los caracterizó fuera de la República de las letras, es decir, quienes seguían a la perfección las normas ortotipográficas, léxicas y rítmicas.
Mismos que escribían desde poesía, historia y novelas de la mexicanidad, en consonancia con El perfil del hombre y la cultura en México de Samuel Ramos; entre ellos, Jorge Aguilar Mora, José Joaquín Blanco y, el summum de la expresión literaria atemporal, José Emilio Pacheco.
Con ello no queremos decir que tengan mayor o menor valor estos escritores respecto de la literatura de José Agustín. No obstante, él no consideró que la parcelación de géneros descrita por Glanzt fuera detallada y justa para caracterizar los textos de esta generación. Así tenemos que La contracultura en México tuvo otras ediciones, la última de 2017 bajo el sello editorial Debolsillo. No es menor que el estudio introductorio, 21 años después de la primera edición del texto, estuvo bajo la pluma del finado periodista cultural Carlos Martínez Rentería.
Este personaje, sin lugar a dudas representó por sí mismo aquel movimiento contracultural, siempre a la vanguardia de fomentar foros para rockeros, punks, chavos banda y a quienes la “sociedad católica panista-priísta del estado Nación” llamó inadaptados sociales. No por nada tenía el apodo de “Carlitros Bartínez Cuetería”, sí, le fascinaba la borrachera.
La contracultura en México de José Agustín es un viaje de viajes acompañado por la ingesta de drogas sintéticas con efectos psicodélicos que tuvieron su auge entre México y Estados Unidos. No es casual que en este texto ambos países están imbricados en esta experiencia contracultural. Parte de los puntos nodales de esta narrativa es el rock, la literatura, los beatniks y las drogas, estos elementos que cruzaron la frontera de norte a sur y viceversa.
Grosso modo, José Agustín describe y explica cómo se vivió la contracultura en México desde los campos artísticos, música, literatura, arte, teatro, cine y más.
Además, retoma la generación de los beatniks, provenientes de Estados Unidos, aquellos jóvenes que huían de la represión política, que protestaban contra el militarismo imperialista y los efectos del macartismo. Llegaron a México para probar los viajes con hongos, peyote y cualquier sustancia que los hiciera entrar en trance. De ahí también la incorporación al proceso de la contracultura de María Sabina y sus hongos; los textos de Carlos Castaneda y Las enseñanzas de Don Juan, una verdadera guía para “el buen viaje”.
Entre aquellos escritores estadounidenses que fueron pioneros de este movimiento de contracultura, está Jack Kerouac y su obra En el camino, o William Burroughs, quienes ya tenían fascinación por llegar a las costas del Pacífico mexicano, entre ellas, Acapulco, Mazunte y Zipolite, las capitales de los viajes psicodélicos.
Desde luego, este movimiento tocó todas las fibras sociales, no sólo la literatura; también la música, el cine, el teatro y los hoyos funky, ahora devenidos en pseudo foros culturales que velan por su mercantilismo barato y no para generar propuestas crítico-sociales desde el arte.
En este viaje literario contracultural de José Agustín, la música es de especial mención, dado que mucho se habla de que el rock mexicano fue una copia de lo que provenía de Estados Unidos, pero nada parecido con la realidad.
Que los Teen Tops, con Enrique Guzmán y César Cervera, hicieran representaciones de canciones famosas estadounidenses, no quita que el talento mexicano despuntó para experimentar con la guitarra eléctrica y la psicodelia de los 70 del siglo pasado, con el uso de las pedaleras y órganos eléctricos. Entre ellos, la música de Carlos Santana, Javier “el Brujo” Bátiz, Los Dugs Dugs, Peace and Love de Tijuana, Three Souls in My Mind —después El Tri de Alex Lora—, El Haragán, Nopálica, Interpuesto, Real de Catorce, entre otras.
Por supuesto que sí, estos grupos recibieron influencia de grandes del rock como Pink Floyd, The Rolling Stones, Bob Dylan, The Doors, Led Zeppelin, Canned Heat, Frank Zappa, pero no por ello les resta creatividad, un carácter sui géneris. Es ridículo reprobar un género por retomar ideas creativas del pasado: ¿Qué serían de las sinfonías de Beethoven sin las fugas de Bach?
Otro hito del rock mexicano, mal entendido por cierto y punto nodal en La contracultura en México, fue aquel festival de música llevado a cabo en Avándaro el 11 y 12 de septiembre de 1971, también se le señaló de copiar el festival de 1968 en Woodstock, pero no fue así.
Todo comenzó cuando organizaron carreras de autos y se invitaron a grupos de rock para amenizar, pero nunca esperaron la llegada de cientos de chavos banda para celebrar; el resto es historia, Díaz Ordáz y Luis Echeverría sabrán lo que hicieron para criminalizar a la juventud. Cómo olvidar, años después, la creación del Tianguis de El Chopo, aunque ya no es lo mismo, aún persiste en las inmediaciones de Buenavista, donde algunos grupos se reúnen para las tocadas.
Asimismo, José Agustín presenta un choque cultural entre las letras mexicanas que se producían. Da cuenta cómo él y sus compañeros de letras eran ninguneados por gente como Octavio Paz, quien desde su arrogancia intelectual no comprendió el fenómeno de la contracultura en la Ciudad de México y de la frontera México-Estados Unidos y cómo permeó, y aún lo hace, en nuestro país. Basta con ver sus aseveraciones en El laberinto de la soledad sobre los pachucos en los años 40 del siglo pasado, pero afortunadamente está David Maciel y la literatura chicana para contrarrestar a los intelectuales de aquella época.
De ello, el escritor relata una anécdota que incluye a los escritores Parménides García, Ignacio Solares, José Agustín y Octavio Paz. Cuenta que Octavio Paz encargó a Solares y a Esther Seligson hacer una antología literaria para jóvenes en la revista Plural. Pero Paz decidió no incluir a Parménides García, porque lo consideraba un loco drogadicto.
Entonces, aquel, al enterarse, hizo un gran escándalo y entró a la editorial para golpear a Paz, pero se escondió dentro del excusado del baño. En su furia, Parménides descargó su ira y “procedió a patear a Solares” y después golpearon a Parménides García.
Esta es solo una de tantas anécdotas que relata José Agustín sobre la vida fuera de la República de las letras en México. Aquella época fue un territorio fértil para la crítica social dentro de la imaginación literaria y que, definitivamente, la globalización arrancó desde su raíz para transformar la imaginación contracultural en una industria vacía de contenidos y formas.