La paternidad presente

Andrea Pulido Watts

24 November 2023

La paternidad ha estado presente en la literatura desde sus remotos orígenes: el heroico padre, Ulises, regresa a Ítaca para gobernar al lado del hijo pródigo, Telémaco. Aunque sus primeras representaciones fueron épicas, casi siempre y lamentablemente, se les ha retratado como una figura ausente. Múltiples autores nos han compartido papás complicados, desde el clásico mexicano como Pedro Páramo de Juan Rulfo, donde el padre es la semilla de la desilusión y el trauma generacional, hasta contemporáneos como Alison Bechdel, donde entender las relaciones paternales tóxicas es una clave para descubrir la identidad propia. Sin embargo, Didí Gutiérrez nos deja tomar una bocanada de aire fresco en su novela, La alegría del padre (Alfaguara, 2023), en la que la presencia paterna abarca toda la narrativa. Ese semblante positivo del padre que pocas veces hemos explorado desde el pensamiento literario, ahora nos abraza para demostrarnos la posibilidad de una paternidad que cuida y desea seguir cuidando.

Con una prosa simple, coloquial y divertida, Gutiérrez nos relata la historia de Abigaíl y su padre, quienes, al verse abandonados por su madre, deberán afrontar un nuevo mundo en complicidad y con cariño. La autora no toma el camino tradicional de ahogar a sus personajes en la tragedia, al contrario del pensamiento que nos legó Tolstoi en su clásica Anna Karénina, donde en sus primeras líneas nos dice que son más comunes las familias infelices, Gutiérrez gira hacia el opuesto y nos demuestra que las familias alegres también forman parte del imaginario universal. No es que ignore el dolor por completo, pero desarrolla una narradora protagonista que se niega a dejarse vencer por el trauma; no deja que las decisiones externas la definan. Abigaíl es una protagonista fuerte, decidida y creativa, que prefiere comprender el universo que la rodea desde su imaginación activa que abandonarse a la desesperanza. El título nos guía a lo que literalmente la autora desea enseñarnos: que existe alegría gracias a una paternidad que está ahí.

Al utilizar el agua desde múltiples metáforas, como las albercas, Didí Gutiérrez sumerge a sus personajes en una situación complicada, pero ambos deberán ser su apoyo mutuo para mantenerse a flote. Deberán aprender a nadar en un mundo lleno de tristezas, enfermedades, prejuicios y abandonos, con el fin de seguir juntos e inventarse su propia corriente de felicidad. Como bien dice el padre de Abigaíl: “Un japonés comprobó que las buenas vibras cambian positivamente la composición del agua y si los humanos somos ochenta por ciento agua, pues imagínate”. Lo que me parece más valioso de esta novela es justamente la decisión que toman los personajes de ser felices, de cuidarse física y mentalmente para demostrarnos que el amor familiar puede ser el soporte más consistente y tierno, si nos permitimos abrazarnos en toda nuestra complejidad.

A pesar de todos los malestares que este dúo sobrevive, al final, siguen nadando en sincronía entre risas y apapachos. Gutiérrez nos demuestra que, para crecer, tanto Abigaíl como su padre deberán cuidarse en compañía, cada uno tomando el rol del cuidador en diferentes partes de la novela, cuando la vulnerabilidad de cada personaje lo amerite. Es extraño ver el concepto de los cuidados desde la representación paternal en lugar de la maternal, pero me parece una decisión esencial por parte de la autora. No porque intente focalizar a los padres como los máximos representantes del trabajo de cuidado, sino porque desarrolla un personaje que presenta un nuevo posible arquetipo: los padres presentes y felices de estarlo. A final de cuentas, la vida puede imitar al arte y, ojalá, gracias a narrativas como esta, pronto sea más común hablar de un padre alegre que de uno ausente.