Este ensayo, del que sirvió una parte para el discurso de ingreso de Carlos Fuentes al Colegio Nacional en 1972, es publicado de nuevo en este 2023 por Alfaguara para mostrar a sus aproximados 50 años una vigencia lúcida y erudita en sus afirmaciones sobre la revolución literaria que significó El Quijote de Cervantes (1605) cuyo parangón, señala nuestro autor, sería Finnegan’s wake de James Joyce, publicado en1939.
Paralelo a la conformación de Terra Nostra (1975) -acreedora de los premios Xavier Villaurrutia y Rómulo Gallegos, considerada como la mejor novela de Fuentes según la crítica especializada- Cervantes o la crítica de la lectura (Alfaguara, 2023) procedió como una síntesis que explica la complejidad del contexto histórico español del llamado Siglo de Oro (siglos quince, dieciséis y diecisiete) en el que se ve envuelta la aparición de “la novela moderna” con Don Quijote como precursora.
“Seguramente, ésta es la primera vez en la historia de la literatura que un personaje sabe que está siendo escrito al mismo tiempo que vive sus aventuras de ficción. Este nuevo nivel de la lectura, en el que don Quijote se sabe leído, es crucial para determinar los que siguen. Don Quijote deja de apoyarse en la épica previa para empezar a apoyarse en su propia epopeya. Pero su epopeya no es tal epopeya, y es en este punto donde Cervantes inventa la novela moderna.”
La España en cuestión es retomada por la Contrarreforma, mientras en Europa surge el Renacimiento, y así se expulsan a los judíos y musulmanes (importantes poblaciones económicas y culturales)[1] del reino cuyo empobrecimiento apenas se vería compensado por las importaciones de recursos del recién descubierto Nuevo Mundo. Un hecho histórico menos conocido pero recuperado por Fuentes es la Guerra de las Comunidades de Castilla; estimada como la primera revolución moderna de España y posiblemente de Europa -y también precursora de las revoluciones inglesa y francesa- que intentaría desde la burguesía (mosaico de personajes de Don Quijote) limitar el poder político de la corona de Carlos V cuya mano dura aplastaría al movimiento en 1520.
Las influencias literarias que desembocarían en nuestra novela serían el novel para entonces género picaresco y el Elogio de la locura (1511) de Erasmo de Róterdam. Respecto al primer elemento, Fuentes identifica que el Lazarillo de Tormes y, sobremanera, La Celestina “le arrancan la máscara a la épica… (porque) contiene una brutal negación de lo anterior.” Y es que en la épica clásica no hay ambigüedad, sólo podemos encontrar un significado.[2] Así, el héroe épico es Don Quijote y el representante pícaro es Sancho Panza. El pasado y el presente son contrapuestos en El Quijote.
«La realidad de las cosas depende sólo de la opinión. Todo en la vida es tan oscuro, tan diverso, tan opuesto, que no podemos asegurarnos de ninguna verdad.» comenta Erasmo. Todo es posible, todo está en duda. Pero para el hidalgo manchego no es viable la segunda opción porque lee y su fe (cercana a la locura) y refugio proviene de la literatura épica. “…lo leído y lo vivido deben coincidir de nuevo, sin las dudas y oscilaciones entre la fe y la razón introducidas por el Renacimiento.” Pero esta fe es sometida a juicio de la razón y la “crítica de la lectura” aparece en la tercera salida de don Quijote cuando se entera, por medio de Sancho, de la existencia de un libro llamado El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, un libro sobre él mismo. “Doble víctima de la lectura, don Quijote pierde dos veces el juicio: primero, cuando lee; después, cuando es leído. Pues ahora, en vez de comprobar la existencia de los héroes antiguos, deberá comprobar su propia existencia.” Con un golpe de realidad, su mundo ilusorio de papel cae a pedazos. Entonces pregunta Fuentes: ¿tiene sentido la lectura si corresponde a la realidad? “Por algo llama Dostoyevski a la obra de Cervantes «el libro más triste de todos»”.
Sin embargo, la locura de Don Quijote guarda cualidades morales. Don Quijote está loco no sólo porque ha creído cuanto ha leído, también está loco porque es ante todo un caballero que cree en la justicia, dentro de una España políticamente marchita, «para defender las doncellas, amparar las viudas y socorrer a los huérfanos y menesterosos». Nuestro autor nos describe la actitud de Cervantes: “Si su crítica de la lectura es una negación de los aspectos rígidos y opresivos de la Edad Media, también es una afirmación de antiguos valores conquistados por los hombres y que no deben perderse en la transición hacia el mundo moderno.”
En suma, Cervantes o la crítica de la lectura articula una triple motivación para leer, por supuesto, El Quijote, Terra nostra (reeditada el año pasado por Alfaguara) y Finnegan’s wake cuyo análisis al final del ensayo la sitúa como el segundo paradigma de la crítica literaria en la historia, en este caso con su crítica de la escritura: “…la crítica de la escritura en Joyce es una crítica de la escritura individual, de la escritura del yo, de la escritura única, como la crítica de la lectura en Cervantes desintegró la lectura única, la lectura jerárquica, la lectura épica.”
[1] Fuentes nos advierte: “Américo Castro afirma que «lo más original y universal del genio hispánico toma su origen en formas de vida fraguadas en los 900 años de contextura cristiano-islámico-judaica». Este complejo intercultural, sin duda, fue dominado por la influencia de judíos y moros sobre cristianos, y no a la inversa.”
[2] Recurre Fuentes a Octavio Paz: “Ni Aquiles ni el Cid dudan de las ideas, creencias e instituciones de su mundo… El héroe épico nunca es rebelde y el acto heroico generalmente tiende a restablecer el orden ancestral, violado por una falta mítica.»