La “Ciudad Luz” a través de una literatura panorámica

Daniel Sotomayor Vela

10 July 2023

El escritor, una vez hubo puesto el pie en el

mercado, miró en derredor como en un panorama,

y sus primeros intentos de orientación los captaría

un género literario propio: una literatura panorámica.

Walter Benjamin, “Le flâneur”.

Lo que representa Nueva York en nuestros días como cumbre del cosmopolitismo contemporáneo y, para occidente, el summum de la cultura posmoderna y centro del mundo artístico atajado por un snobismo-hedonismo que parece no tener fin, a fines del siglo XIX, y durante las primeras décadas del siglo XX, así era visto París, bajo el epíteto de “La Ciudad Luz”.

Para entonces, Francia representó el culmen de la modernidad después de las revoluciones de 1848 y la aniquilación de la Comuna de París en 1871. Además, el panorama urbano y arquitectónico de la capital francesa cambiaron, en tanto los barrios viejos de calles angostas y construcciones de piedra fueron derruidos tras el advenimiento del “saneamiento público” encabezado por el político Georges-Eugene Haussmann.

Así, la cartografía histórica parisina dio un giro de 180° para dar paso a la apertura de avenidas y áreas verdes con amplitud; casonas art déco, los prototipos de centros comerciales con grandes vitrales y pasajes para la entrada de luz, junto con la venta de infinidad de mercancías de uso común que conseguía la gente aunque no tuviera una necesidad vital para asirse de ellas. La foule (Édith Piaf dixit) y París cambiaron bajo el mismo ritmo capitalista. La Bastilla ya no existía, pero trascendieron los champs-élysées, l' arc de triomphe y, para rematar la llegada de la modernidad, la erección e inauguración en marzo de 1889 de la Torre Eiffel y sus toneladas de hierro tomaron la batuta como uno de los faros principales de la cultura occidental.

Este saneamiento urbano tuvo dos fines: el primero fue para tratar de afianzar la débil estructura estatal de la Tercera República francesa de 1875. El otro fue para que los subalternos sociales, anarquistas y comunistas no repitieran la creación de barricadas en los barrios para tratar de subvertir el orden. Así, los trabajos de Haussmann brindaron frutos y al poco, junto con un despegue bohemio, del flâneur, la novela de folletín y policíaca, París se catapultó como la capital cultural del mundo. Si bien el inglés, para ese entonces, ya era la lengua franca para la política y los negocios; el francés lo fue para la vida social, junto con su dosis sicalíptica para trascender toda frontera humana.

Este continuum histórico puede apreciarse desde la imaginación literaria y, si se trata de París y su proyección sociocultural hacia el mundo, México y América Latina resultan ser un campo de experimentación metahistórica y lingüística sin parangón para ejemplificar las conexiones de este campo social. Es así que, parafraseando a Fernando del Paso en su Palinuro de México, encontramos una fiesta de palabras en Cochabamba (Alfaguara, 2023) de Jorge F. Hernández, que hacen un recorrido por ese París que imaginó Haussmann.

Me atrevo a decir que esta novela es un ejercicio de rememoración, confirmación y definición de una vida. En este caso, tanto del autor como de Catalina Guerra, la protagonista de Cochabamba, que bien puede ofrecer un significado y las repercusiones de las actitudes que tenían las élites latinoamericanas frente al mundo que los rodeaba. Y cómo estos sectores boyantes en materia de economía política tendían a responder ante la otredad, la explotación y la miseria de sus connacionales para, sin más, ignorarlos y apartar la mirada hacia aquella Europa del periodo de entreguerras; específicamente París, como ejemplo del culmen social de la humanidad y máxima aspiración a imitar.

Aunado a esto, la cuestión que impulsa el relato es la posición social de la familia de Catalina Guerra o Equis, como el autor nombra el apellido familiar. Su padre era dueño de minas, magnate y hombre de negocios poderoso de Cochabamba, Bolivia. Él tenía el control absoluto e incuestionable de los designios familiares. Un día, durante la comida de los Guerra, Pedro García, un obrero del centro minero, toca la puerta para pedir la mano de Catalina. El señor Equis, tan pronto escucha la propuesta de su empleado, se sulfura y decide sacar a su hija del corazón boliviano rumbo a París.

Es así como Catalina sale de su tierra natal y hace el otrora recorrido en paquebote por mar hacia las costas argentinas para después hacer el viaje transatlántico hacia el Viejo Mundo. Ella fue criada como una princesa de la alta sociedad parisina, se familiariza con la gastronomía, idioma, costumbres y, después de adentrarse en la crema y nata parisina, conoce a un hijo de condes franceses, quien fuera su futuro esposo y padre de Xavier Dupont, amigo de Jorge F. Hernandez. Años después él le pidió que novelara la historia de su madre, Catalina.

Jorge F. Hernández

Pero vayamos por partes, que para conocer los pormenores de la idea y construcción de la novela, el propio autor lo relata con lujo de detalle a lo largo de Cochabamba. Por ello, en este espacio prefiero referir que Jorge F. Hernández, quien toma el papel de narrador y escritor en tercera persona en Cochabamba, explica que el texto se coció a fuego lento por más de 20 años, cuando conoció en México en la fiesta taurina a Xavier Dupont, a la sazón diplomático francés en La Habana.

Así surgió una amistad entrañable entre ellos en consonancia con las escuelas históricas francesas de longue durée. Mientras que Jorge F. Hernández escuchó, pensó y relató por años y en diferentes sitios del mundo la vida de Catalina, también imaginó y construyó un relato panóptico sobre cómo se pueden fundir los latinoamericanos con la alta cultura francesa sin mayor problema. Es así como Cochabamba resulta una proyección de aquel París tras la realización del proyecto arquitectónico de Haussmann. Durante su vida en el Viejo Mundo, Catalina Guerra se adentra en la alta sociedad y a costa de ciertos supuestos, sus suegros y, a la sazón condes, la reciben con beneplácito, contrae nupcias y empieza el desfile de hijos, entre ellos, Xavier Dupont.

La narración de Jorge F. Hernández mantiene al lector al filo de la intriga histórica, puesto que, de acuerdo con el testimonio de Dupont, Catalina se codeó con grandes artistas cinematográficos de la época. Tras años de matrimonio y de una monotonía de la vida, al parecer perenne a las nupcias, Catalina y su marido se adentran en el mundo de los amantes. De aquí, destaca su amorío y cercanía con el existencialista Albert Camus. En el relato se especula que este, al morir en un accidente automovilístico junto con el editor Gallimard, guardaba una fotografía de Catalina en el portafolio donde encontraron el manuscrito de El primer hombre.

La historia da un giro cuando enviuda y, bajo cualquier pronóstico, tiene contacto con Pedro García y se casa con él. Sus segundas nupcias connotan la experiencia de una mujer que no desea mayores bienes terrenales, sino tener un fin en Cochabamba, que a sus ojos resulta ser una imagen idílica, puesto que tras una ausencia de más de 50 años la vida ahí no era la misma. Esto significó un choque cultural para Catalina, porque a su regreso no recordaba su lengua natal, los sabores, olores y colores bolivarianos, tuvo que volver a nacer en Cochabamba para poner fin a su vida; una novela que, desde antes de surgir, fue digna de ser narrada por Jorge F. Hernández. Por ello, es justo agregar que Cochabamba puede leerse como un ejercicio de literatura panóptica, en tanto la vida de aquella, quien fue educada como una princesa parisina, concluyó en su tierra natal.