Siempre habrá, al presentar el periodismo en forma de cómic, una tensión entre las cosas que pueden verificarse, como una declaración grabada, y las cosas que no pueden verificarse, como un dibujo que pretende representar un suceso en particular. Los dibujos son interpretaciones incluso cuando constituyen serviles representaciones de fotografías, generalmente entendidas como captaciones literales de algo real. Pero en un dibujo no hay nada literal. Un dibujante de cómics ensambla elementos deliberadamente y los coloca con intención en una página. No hay en ello nada del azar del fotógrafo que toma una instantánea en el momento justo. Un dibujante de cómics «toma» su dibujo en el momento que él o ella elige. Esta elección convierte el cómic en un medio inherentemente subjetivo. Pero esto no exime de responsabilidad al dibujante que aspira al periodismo. Las obligaciones comunes del periodista —informar con precisión, citar adecuadamente y comprobar afirmaciones— también le conciernen. Pero un periodista de cómics tiene obligaciones que van más allá de esto. Un escritor puede describir alegremente un convoy de vehículos de la ONU como «un convoy de vehículos de la ONU» y continuar con su relato. Un periodista de cómic tiene que dibujar un convoy de vehículos, y esto conlleva muchas cuestiones. ¿Qué aspecto tienen esos vehículos? ¿Qué aspecto tienen los uniformes de las dotaciones de la ONU? ¿Qué aspecto tiene la carretera? ¿Y las montañas que la rodean? (…) la ventaja de un medio intrínsecamente interpretativo como el del cómic está en que fomenta la relación personal del dibujante con cualquier sujeto que tenga a mano. No le permite encerrarse en los confines del periodismo tradicional, ni hacer del desapasionamiento una virtud. Para bien o para mal, el cómic es un medio inflexible, obliga al periodista de cómics a tomar decisiones, y esto es parte del mensaje.(Francamente, si por mí fuera, pondría toda la introducción (¿Un manifiesto? Lo llama él) de Joe Sacco, aunque esos tres párrafos resumen perfectamente lo que más me interesa exponer en esta pseudo reseña, pues poco o nada se puede sumar a lo que el autor tan bien explica en pocas líneas.) Al ser neta y honestamente subjetivo –tanto el género como el autor del periodismo en cómic– los trabajos adquieren, tácitamente, una dimensión humana (entendiendo lo humano como aquello que no es blanco ni negro, sino que tiene matices) equiparable, sí, a la que la crónica tiene gracias a su vena literaria: cada uno de los trabajos que Sacco ha publicado en este libro te cimbran de algún modo, muestran personajes entrañables, situaciones sórdidas y otras chuscas, el hambre, el egoísmo, la ira, la humillación; también la alegría. Durante cada trabajo el autor se dibuja así mismo, se le ve andando por las calles de alguna ciudad o entrevistando a algún soldado, a una madre, o reflexionando; he ahí una manera más para conocerlo (es difícil asociar su imagen a otra después de leerlo: cuando vi su fotografía no lo reconocí) y que supera, bajo mi punto de vista, al yo omnipotente y casi biográfico de la crónica. Y al final de cada reportaje Joe Sacco realiza observaciones posteriores de su trabajo: muchas de ellas son acerca de cómo falló en tal o cual parte, de cómo su material pudo haber sido mejor si hubiera hecho tal o cual cosa. Se admite falible en sus métodos, y reafirma que el periodismo es sobre todo prueba y error; una actividad, como ya mencioné, humana. Algo que “la objetividad periodística” que pregonan en las aulas jamás les enseñará a sus alumnos.
Samuel Segura