Para algunos el cuento es una imagen. Para otros es un momento de tensión. Y luego están los que creen que es una pregunta que, sin importar la manera, tiene que ser respondida. Monterroso concluye sabiamente y no sin ironía: quién sabe lo que es. Todos coinciden, sin embargo, en que es breve. Pero la brevedad también es una cuestión que se ha discutido mucho; lo puede ser tanto como aquel cuento de Hemingway (tan corto que puedo transcribirlo: For sale: baby shoes, never worn) o como los relatos de varias páginas de Alice Munro (Wingham, Canadá, 1931), quien obtuvo –se sabe– el Premio Nobel de Literatura en 2013 en reconocimiento a “su maestría en el relato breve contemporáneo”. ¡Breve!
Entre una tradición literaria y otra, entre una época y la que le sigue, lo breve halla matices distintos, muta, adquiere nuevas caras según el contexto. Hoy, envueltos en la vorágine de lo instantáneo, pareciera que las historias de Alice Munro duran más de lo que dura un “cuento convencional” (en su momento, algunos no se privaron de decir que su estilo recogía el aliento de la novela; ¿no basta decir que es cuentista? ¿Tiene que estar la novela siempre?); pero me pregunto cuánto debe durar un cuento. Poe decía ya en sus tiempos: “El cuento breve, en cambio, permite al autor desarrollar plenamente su propósito, sea cual fuere. Durante la hora de lectura, el alma del lector está sometida a la voluntad de aquél”. Una hora de lectura. ¡Para un cuento! ¿Van a decir que Poe tiene espíritu de novelista? No.
La virtud del cuento para profundizar en la trama, en la psicología de los personajes, en el conflicto, no proviene de la novela, sino que es su propia naturaleza; habría que decir más bien que ésta se lo debe a aquél (discusión aparte). Como sea, nadie pone en duda que Alice Munro sea una gran contadora de historias, y Danza de las sombras (reeditado por Lumen en 2022; trad. de Eugenia Vázquez Nacarino), que es su primer libro de relatos, constata que lo fue desde el inicio.
En 1968, cuando apareció este título, fue galardonado con el Governor’s General Award for Fiction. Desde entonces se vislumbraban en él estancias temáticas en las que se alojaría la escritora en futuras obras: la evocación como punto de partida, la nostalgia de la infancia que se enfrenta a la vida adulta, las pruebas de la adolescencia en medio de situaciones vulnerables, y la vida de familia en las granjas del medio-oeste canadiense. En los 15 relatos, protagonizados casi todos por mujeres, se distingue aquello que dijo en la entrevista transmitida en la ceremonia del Nobel: “conforme fui creciendo las historias trataban cada vez más sobre mí misma”.
En mundos como los de “El vaquero de la Walkers Brothers”, “Mejor el remedio” o “El día de la mariposa”, habita una voz en común que no teme ahondar en el pasado. Ya sea en una anécdota de la niñez o un hecho que marca el paso a la pubertad, las personajes se aferran a ese momento de la vida en que su presente tuvo una luz engañosa: “–He tenido una charla curiosa con tu madre. / –Puedo imaginármelo –dijo Louis. / –Me ha hablado de ese tipo con quien salías el verano pasado. / –Este verano” (p. 77). En una temperatura distinta, están aquellas mujeres que, desde muy temprano, encuentran una revelación que les ofrece mirar las cosas con nuevos ojos: “Me di cuenta de que no estaba tan asustada, ahora que había decidido marcharme del baile. No iba a esperar a que nadie me eligiera. Tenía mis propios planes (…) Me iba a ir a tomar un chocolate caliente, con mi amiga” (p. 213).
Pero donde más sorprende Munro, acaso, es en los cuentos en que se hace presente una visión crítica de lo que significa ser escritora en su época. “El despacho” es la historia de una narradora que, un día, decide tener un espacio para llevar a cabo su oficio; un guiño que nos conduce necesariamente a las ideas de Woolf, vistas a través del prisma de una cuentista:
“Una casa es un buen lugar para que un hombre trabaje. El hombre se lleva el trabajo a casa y se le hace un sitio; la casa se reacomoda lo mejor posible a su alrededor. Todo el mundo reconoce que su trabajo existe. Nadie espera que conteste al teléfono, ni que busque las cosas que se pierden (…) Puede cerrar la puerta. Imagina (le dije) a una madre que cierra la puerta, y los niños saben que está al otro lado, ¡se indignarían sólo de pensarlo! (…) O sea que una casa no es lo mismo para una mujer. La mujer no es alguien que entra en la casa, la usa y luego vuelve a salir. Ella es la casa; no existe separación posible” (p. 87).
Inéditos en español hasta ahora, los relatos de Danza de las sombras muestran una Alice Munro visionaria a los 38 años. Escribía cuento, reflexionaba sobre feminismo y, al mismo tiempo, nos daba las claves para repensar la brevedad en el futuro.