Todos tenemos una historia que contar empezando por la nuestra

Natalia Rodríguez Priego

10 October 2022

“Si no lo hurto, lo heredo” suele decir mi madre con frecuencia cada que hace un acto que le recuerda a mi abuela, como guardar algo que en su momento no es de utilidad, pero que seguramente en un futuro lo tendrá. Cuando llega ese día, casi siempre, mi madre no encuentra el dichoso objeto que prometía ser usado. Busca y rebusca en cajones o en el clóset sin éxito alguno. Y ahí es cuando suele gritar aquella frase acompañada de un “parezco tu abuela”. La escena tiene sus variantes con otros momentos que le recuerdan actuar como su familia, particularmente a su propia madre. A mí me pasa lo mismo: hago o digo cosas que me remiten inmediatamente a la mía o a mi padre. Y es que no me dejarán mentir: cuando de la familia se trata ni yendo a terapia podremos negar la cruz de nuestra parroquia (otra frase que mi madre dice cada tanto.) Y así, la lista de similitudes que uno pareciera absorber de su familia puede ir desde los actos más nimios y cotidianos, hasta los traumas y patrones más profundos, dolorosos y difíciles de sanar.

Estas imágenes propias de mi hogar vinieron a mi mente al leer Justo antes del final (Random House, 2022), la más reciente novela de Emiliano Monge. Un texto que desde sus primeras líneas hasta el último capítulo (que consiste en un potente párrafo) me pareció conmovedor. No en su sentido más superfluo y cursi, sino más bien desde su significado casi etimológico: me emocionó y me cautivó. Y es que Justo antes del final es un acercamiento íntimo y amoroso a la vida de una mujer, la madre de un narrador contado desde una segunda persona del singular, que se propone entrevistarla sobre cada año de su vida -desde su nacimiento en 1947, hasta su muerte en 2014-, ahondar en sus recuerdos y en su propia autonarrativa para profundizar en temas que han marcado a su familia tanto como a cualquier otra: la enfermedad, la locura, el abandono, la violencia patriarcal, la depresión, entre otros.

Así, Monge nos presenta un relato en donde lo biográfico y lo ficcional se entretejen para crear un mosaico de recuerdos de esta madre en torno a la cual gira la narración familiar. El narrador se entrevista no solo con su madre, sino con sus tías y tío, quienes desde su propio rol van desempolvando su memoria y aportando su perspectiva a la biografía de la madre y del mismo narrador, quien comienza a sumar sus propios recuerdos, flashazos de imágenes de su pasado con relación a su familia.  

El uso de la segunda persona para narrar la historia crea un efecto de que es uno, el lector, quien se sienta con la madre a charlar, con sus tías y tío. Es el mecanismo literario perfecto para crear un relato universal: la familia y, particularmente, la madre como fuente generadora de identidad. Ningún personaje en el relato tiene nombre, solo roles: madre, tíos, abuela, abuelo, hijos, hermanos que van conformando un entramado de recuerdos que en suma crean un retrato de familia que poco importa si es la del autor, pues bien podría ser la de cualquiera que está leyendo.

La caracterización de los personajes satelitales a la madre es construida a través de sus actos: una tía que cocina delicioso y se deleita con sus propios platillos; un tío taxista amante de la lectura y el más querido de los tíos del narrador; otra tía ultracatólica que prefirió donar a la iglesia el dinero que su madre le heredó antes que a su hermana en aprietos económicos; un tío mayor que se volvió loco, se fue del país y nunca volvieron a saber de él. Un abuelo psiquiatra que enloqueció a todos sus hijos y a su propia esposa a un grado tal que eso, la locura, se volvió el trauma, la herida, el mayor de los miedos de esta madre protagonista, cuya vida entera pasó huyendo de dicha enfermedad y de cualquier signo que le recordara a ese padre pirado.

De  las muchas maneras que se puede abordar lo autobiográfico, Monge eligió contar sobre sí mismo y su familia a partir de la historia de su propia madre como una figura no exclusiva de ese rol: como una mujer que también fue hija, hermana, esposa, abuela, maestra, trabajadora. Una mujer nacida a mediados del siglo XX y cuya vida fue enmarcada por acontecimientos históricos, sociales, culturales, científicos que definieron los últimos años de ese siglo y del presente. Justo antes del final no solo es un relato biográfico que conmueve por el tratamiento de la historia, la manera en que se acerca a la madre, sino, a mi parecer, por los tintes de confesión que la novela va adquiriendo conforme se avanza en el tiempo, en donde los personajes sienten la confianza de abrir las heridas del pasado para contarse a sí mismos un relato que tiene infinidad de aristas, diversas caras que dan como resultado una historia tan universal como íntima, en donde el autor, a través de ese narrador en segunda persona, nos invita a pasar para recordar que todos tenemos una historia que contar empezando por la nuestra, la de nuestra familia o la de nuestra propia madre.

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