El cuento es un género en el que cabe la misma cantidad de problemáticas -y tal vez más- que en la novela. Y si todo es literatura, el café de cada mañana, la plática con los amigos de toda la vida o la pelea de todos los días también lo son. Pocos escritores se aventuran a tratar un tema tan poco sorprendente como puede parecer la vida cotidiana y, todavía, a hacerlo desde lo más profundo de las emociones como lo hace Alice Munro. Esta gran enseñanza de que se puede escribir literatura en cualquier parte exalta el cuento como un género sólido desde finales del siglo XX con escritores como Raymond Carver cuyas historias desarrollan a personajes visiblemente agobiados en lugares donde el estruendo del televisor, el olor a alcohol barato o la botella de catsup sobre la mesa revelan al lector mucho más de lo que aparentan.
A diferencia de Carver, quien escribía más a pesar de la vida cotidiana que sobre ella, Alice Munro apuesta por escribirla desde un punto de vista aparentemente pasivo en el que el tiempo transcurre alrededor de sus personajes envolviéndolos en un sosiego casi insostenible cuando se van revelando las tribulaciones de los mismos. La vida sigue pasando mientras arrastra a cada personaje dentro de una espiral de “calma” en la que conviven con sus problemas y su mente de una manera tan regular que llegan a fundirse.
Algo que quería contarte (Lumen), pertenece a la llamada primera época de la autora, pues contiene relatos de 1974 en los que podemos ya constatar la calidad de su escritura. El libro consta de trece cuentos donde el pasado explota sobre el presente como en “Algo que quería contarte”, relato que da nombre al libro; donde la necesidad de mentirnos a nosotros mismos al percibir nuestra propia vida más como un deseo que como una verdad se convierte en la razón de la existencia como en “Dime sí o no”; cuentos donde se describe la naturaleza humana con la crudeza de que la verdadera motivación no puede existir sin la frustración como en el magistral “Material”, en el que además atendemos al proceso creativo en una suerte de metaficción tormentosa.
Tenga el escenario que tenga, el relato de Munro saca a relucir las aflicciones de sus personajes a través de pruebas en las que busca esa parte de la vida desconocida y apenas perceptible dentro del disfraz de lo ordinario que sólo deja ver la superficie de soledad o tristeza para develar entre líneas el complejo aparato de emociones que los forja.
Decía Eudora Welty en On Writing que “la responsabilidad del arte consiste en convertir en real la realidad”, la escritora canadiense ha reconocido a Welty como influencia directa, así como a Flannery O’Connor, cuentistas develadoras las dos del misterio de lo cotidiano. Y es precisamente esa enseñanza de Welty la que encumbra la ficción de Munro a la hora de presentar acciones que son mucho más que ver la vida pasar, cuando en este mundo que podemos llamar “real” es el pan de cada día.
Alice Munro es una cuentista en toda la extensión de la palabra que imprime maestría en cada relato usando el día a día como arma para presentar las dolencias más profundas de la naturaleza humana. Una dignísima representante del género reconocido, al menos en cuanto a literatura contemporánea se refiere, con el Nobel en 2013. Una autora que demuestra que vivimos en una serie de momentos en los que la vida, con la búsqueda de la felicidad y con todo el dolor, surge de la cotidianidad.