Este libro nació tras un accidente de moto. Sucedió en algún punto de 2020, cerca del rancho de La Universidad Desconocida en Nuevo León. Diego Enrique Osorno paseaba junto a su hijo cuando los frenos de su vehículo fallaron y amenazaron con lanzar a ambos tripulantes por un precipicio; tras una maniobra, decidieron saltar por su cuenta hacia un voladero de más de cien metros. Y aunque ambos sobrevivieron, y el hijo en particular no sufrió daños mayores, el balance para el escritor y documentalista fue una rodilla inservible, treinta puntadas en la cabeza y “escoriaciones desde la pierna izquierda hasta el hombro”. Impedido de viajar por sus heridas y por las restricciones sanitarias derivadas de la pandemia causada por el Covid-19, a sus casi cuarenta años DEO (como lo llama más de uno) decidió hacer una retrospectiva de los viajes y personas que había conocido a lo largo de su ya no tan corta vida.
El resultado son las crónicas y perfiles de Mundo enfermo. Viajes infrarrealistas, que se presentan en un orden no cronológico, pues saltan, como la memoria, por países como China en víspera de las Olimpiadas de 2008; Siria en los años en que su presidente, Bashar al-Ásad, todavía no bombardeaba a sus propios civiles; peregrinaciones turísticas por Tierra Santa junto a algunos Legionarios de Cristo; las calles de Caracas poco después de la muerte de Hugo Chávez; Barcelona durante las celebraciones de Sant Jordi, cuando los catalanes regalan libros y rosas; Cuba en varios momentos: durante el auge de la blogósfera opositora encabezada por Yoani Sánchez, y después con la muerte de Fidel Castro.
Eso sólo por mencionar algunos de los muchos lugares y personas que Osorno conjura en este libro dedicado especialmente a eso, a sus encuentros con gente que le da sentido a las contradicciones de un mundo que, más que contradictorio, parece infrarrealista. ¿A qué se refiere con este adjetivo? En el primer manifiesto infrarrealista de 1976, escrito en el D.F., Roberto Bolaño llamaba a sus congéneres poetas a unir realidad e infrarrealidad, a ver el poema como un viaje: “La experiencia disparada, estructuras que se van devorando a sí mismas, contradicciones locas”. Así sucede en las crónicas que DEO dedica a su búsqueda de los cartógrafos ‒literales y literarios‒ de Sonora, ese estado que fue para Bolaño algo así como el Macondo de Gabriel García Márquez o el Yoknapatawpha de Willliam Faulkner: el lugar adonde el surrealismo vino a exiliarse.
Aunque esto lo dice para hablar de ese estado norteño de la república mexicana (tierra de los rarámuris así como de vaqueros y poetas espectrales), Osorno lo aplica sobre su visión del mundo: las Islas Caimán, uno de los mayores paraísos fiscales cuyo símbolo deberían ser las tortugas o las iguanas, y su capital, George Town, apenas tiene edificios a pesar de que ahí están inscritas miles de empresas y bancos fantasmas; el único indigente de Oslo está orgulloso de su país porque este es Noruega y su oficio es casi una curiosidad folklórica, un espeto contra el resto del mundo que tiene en los pordioseros un reflejo de su injusticia; los edificios de Toulouse le recuerdan a DEO a la famosa pantera del mismo color rosa que adorna las calles de esta ciudad del sur de Francia, así como la historia del genocidio de los cátaros, “una especie de católicos precomunistas” que fueron exterminados por los papas.
En otra parte del manifiesto infrarrealista se habla del “poeta como un héroe develador de héroes”. Así parece actuar Osorno cuando habla y retrata a personalidades como el actor Gael García Bernal, lesionado en Brasil; el escritor Juan Villoro, más abrumado por la derrota del Barcelona FC en la Liga de Campeones que por su ingente agenda de presentaciones de libros, colaboraciones y proyectos documentales; o de Residente, vocalista de de Calle 13, durante una gira que pasó por Monterrey. Y no sólo eso, DEO rinde homenaje a sus otros héroes, a los que han forjado su peculiar estilo de reconstruir el mundo: Ryszard Kapuściński, Carlos Monsiváis, y Gabriel García Márquez, precursores del periodismo narrativo que encuentra en Mundo enfermo un homenaje y una expresión propia, donde la víscera se mezcla con el arte.
Esta disociación entre personaje y narrador le permite a Osorno entrar y salir de sus propias narraciones. En el capítulo que se titula “Un escritor de mierda en Park Avenue”, DEO hace un alto y se ve sí mismo en medio de la farándula neoyorquina: desaliñado, con un saco de pana con parches en las coderas, y con la consigna de encontrar a Carlos Slim, el hombre más rico del mundo. Entonces, más que preguntarse a sí mismo algo, se hace una autoentrevista:
‒¿Por qué intento escribir de temas distintos a los que usualmente me toca trabajar?
‒La violenta realidad asombra menos. (...) Lo inverosímil es hoy la realidad. Los reporteros estamos contando hechos que parecen ficción ‒y ojalá lo fueran (...) ¿Qué imaginación literaria puede superar fácilmente eso?
Este libro, Mundo enfermo, termina con una visión un poco lúgubre del mundo en la sierra rarámuri, bajo la sospecha de que quizá este mundo tan violento e irreal está por terminarse. Contra ese mal augurio, DEO no no tardó en recuperarse de su lesión y volver a las andadas. Este mismo año se subió a La Montaña, una embarcación zapatista que en 2021 cruzó el Océano Atlántico, de México a Europa, para invertir, aunque fuera de manera metafórica, la historia del colonialismo que cumplió este año medio milenio de existencia.
Así pues, este mundo puede que esté enfermo, incluso de manera terminal, pero sólo porque otro siempre es posible. Y en la entrada en aventura que representa viajar y escribir, un pobre vaquero solitario regresa a casa cargado de nuevas historias.