La aproximación del escritor a la II Guerra Mundial desmitifica imaginarios colectivos sobre los soldados que participaron en la batalla.
Debemos al escritor Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) una decena de novelas atravesadas por los más diversos escenarios bélicos. Cuando El húsar se publicó en 1986, el autor apenas tenía 35 años, y desde entonces no ha dejado de acrecentar una extensa y nutritiva biblioteca compuesta por novelas y artículos periodísticos. Tomando la guerra como escenario secundario en el que se van moviendo sus personajes, pero sin hacer de ella el tema central en sus ficciones, en 2020 sorprendió a sus lectores con la publicación de Línea de fuego, una personal y particular aproximación del escritor a la Guerra Civil Española en la que logra retratar la pluralidad de facciones que cada bando aportó durante el combate. En El italiano (Alfaguara), su más reciente trabajo, vuelve a ficcionar alrededor de un conflicto en el que él no estuvo presente, pero entre cuyas narrativas aún hay historias por contar; por ejemplo, la de la Decima Flottiglia MAS, unidad de comandos buzos militares que participó en la guerra hundiendo o dañando buques de guerra y barcos mercantes de los Aliados entre 1942 y 1943 frente a las costas de Gibraltar.
Unas veces admirado y otras criticado por los lectores, con esta nueva historia, el autor de La Reina del Sur y La tabla de Flandes tiene por lo menos tres aliados que permitirán el justo aprecio de su nueva obra. El principal, desde luego, es el tono que utilizó para contar la historia, una cuestión fundamental para cualquier obra escrita, sobre todo, a la hora de acercar un tema a un público específico. Sucede que con las obras que se plantean divulgativas el tono es muy importante. ¿Cómo dar un repaso a las complejidades de armas y técnicas secretas de guerra sin romperse la quijada a bostezos o cómo explicar las distintas estrategias militares de la II Guerra Mundial sin inducir migrañas? La decisión no es sencilla y la ejecución lo es mucho menos. El italiano se inspira en hechos reales, pero —como el autor advierte desde las primeras páginas— “sólo los personajes y algunas situaciones son imaginadas” y el resultado permite partir de un hecho real que pasa por un tamiz de ficción para tratar temas de los que no sería posible hablar si uno atendiera estrictamente a los hechos reales. Así lo explica el propio autor: “necesitaba detalles más precisos sobre el aspecto humano de tan asombrosa aventura: pormenores que permitieran profundizar en algunos personajes y narrar de modo exacto y creíble, aunque fuese bajo la forma de una novela, lo que vivió cada cual”.
Los otros dos aliados son: la extensa práctica como corresponsal de guerra y su preocupación por entender la naturaleza humana en situaciones extremas. Sobre el segundo, El italiano es un libro de casi cuatrocientas páginas, intenso y entusiasta, minucioso y claro, en el que hay un personaje raro y desconocido que el lector descubre como resultado de la apasionada pesquisa que realiza el autor. Reverte persigue la sombra de la X Flottiglia MAS a través de archivos, correspondencias, libretas, papeles secretos, encuentros azarosos y testigos interesados en fundar su propia versión de los hechos, la intención es romper los sellos de esos secretos y esa búsqueda aporta un carácter de novela de detectives a la lectura de este libro.
En cuanto al tercer socio que resalta esta novela podemos encontrarlo en la parte humana de la guerra que retrata el español. Desde la óptica reflejada en la historia, la guerra tiene dos aspectos fundamentales: un componente ideológico y otro humano; ambos están vinculados desde el origen porque uno depende del otro, pero cuando pasa el tiempo ocurre que la parte ideológica se mantiene y la parte humana se olvida. Las personas que tenían veinte años en 1943 —año en que se desenvuelve la historia— ya han muerto o están desapareciendo, ahora tendrían alrededor de cien años, con lo cual el testigo directo desaparece y con ello el testimonio real de lo que ocurrió, y sólo quedan las ideas generales en términos de buenos y malos, pero el conflicto es mucho más complejo que todo eso. Arturo demuestra que la ideología no basta para explicar la guerra y que hacen falta los seres humanos: al desaparecer ellos desaparece la explicación. Con esto en mente —sin tratar de recomponer o aclarar nada en especial—, Reverte intenta devolver el elemento humano al primer plano. El lector puede apreciar que en la II Guerra Mundial se pasó hambre, frío, sed, hubo disparos, se tuvo miedo y coraje al mismo tiempo, y al llegar a la página cien de la novela al lector ya no le importa si el personaje es el del Eje o el de los Aliados, lo que percibe es que el ser humano es mucho más complejo y está más allá de la división entre blanco y negro.
Al día de hoy, existen varios libros en inglés sobre Junio Valerio Borghese y la famosa unidad naval de la X Flottiglia MAS de la que formaban parte los arrojados hombres rana que atacaron los puertos británicos en el Mediterráneo a lomos de sus torpedos tripulados. El mito de que los soldados italianos eran unos cobardes y poco proclives al combate ha sido astillado por biógrafos e historiadores desde William Schofield, Jack Greene y Alessandro Massignani hasta el mismo Valerio Borghese (cuya obra Sea Devils es una extraordinaria memoria sobre dicha unidad de élite italiana). Arturo Pérez-Reverte se adelantó a los escritores hispanos rescatando esta parte de la historia y contándola en nuestro idioma.
En el plano individual, cuando uno piensa en la segunda contienda, los nombres que principalmente llegan a la cabeza son de aviadores, como Adolf Galland, Douglas Bader o Pierre Clostermann, y marinos, como Bernhard Rogge o Günther Prien, pero entre los aventureros militares de aquella guerra brillan también con nombre propio unos cuantos italianos audaces. Hay que admitir que el estereotipo negativo fue políticamente muy conveniente para pasar por alto que Italia, después aliada, luchara en el bando del Eje hasta 1943 y el gran acierto de Pérez-Reverte es presentarle al lector una fábula de lo que hubiera visto y conocido si hubiera estado presente en esa época.
El italiano es una novela intelectual y romántica, una reinterpretación del canto VI de la Odisea, en la que una librera española que responde al nombre de Elena Arbués encuentra en la playa a un moderno Odiseo, el italiano Teseo Lombardo, quien ha naufragado en las costas de Gibraltar y la bahía de Algeciras. Al socorrer al soldado, la vida tranquila de esta Nausícaa del siglo XX ignora que su decisión cambiará el rumbo de su destino y que el amor —un elemento más que agrega Reverte a la ecuación bélica— será sólo parte de una peligrosa aventura, una perspectiva de la guerra ignorada hasta el momento en que busca evidenciar las narrativas de los civiles españoles que vivieron y participaron en la II Guerra Mundial de manera pasiva y cuyas voces no se incluyeron en las historias y relatos oficiales que nacieron en los periodos de posguerra. Intrigas, discusiones políticas en cafés y librerías, posturas morales, confabulaciones, todo sin demasiada pedagogía, son elementos que sostienen este libro y que permiten al lector conocer las motivaciones, contrariedades, confusiones y vulgaridades que a unos y a otros llevaron a participar en el conflicto.
Esta historia acotada intencionalmente permite que brillen las mejores virtudes del escritor, quien expone con habilidad todas las formas en las que lo político se convierte en algo personal y lo personal en político. Sin intentar convertirse en la gran novela sobre el conflicto en Europa, la aproximación del escritor a la contienda se centra en lo humano. Eran humanos todos los que participaron, claro que sí, y aunque por momentos El Italiano hace de muchos de ellos meros estereotipos y reduce casi a la nada las razones legítimas que justificaron la guerra, ninguna novela podría ser tan oportuna, porque el libro de Arturo Pérez-Reverte, en principio, es un manual de cómo llevar a cabo una investigación literaria. Comenzó —confiesa el escritor en una parte del libro— como una “compleja indagación sobre personajes y sucesos dramáticos” y la resolución de ese misterio dio como resultado una novela que tardó cuarenta años en escribir y cuya publicación justifica de la siguiente manera: “hay algo que sé, o que puedo averiguar… Algo que puede serles útil. Que tal vez interese”.