Quien haya seguido la trayectoria policiaca del inspector Dolores Morales en El cielo llora por mí y, luego, en Ya nadie llora por mí, encontrará en Tongolele no sabía bailar (la tercera parte de esta trilogía de suspenso y conspiraciones) un mundo que, lejos de quedar esclarecido −como a menudo sucede en las tramas detectivescas, donde el misterio al fin se desentraña− más bien se queda absorto en el caos, la oscuridad y el engaño. La confusión y la desconfianza operan como dos agujeros negros donde los personajes irremediablemente regresan sin cesar; esto a pesar de sus esfuerzos y obstinación por encontrar la verdad de los hechos, la cual de por sí constituye un ideal inalcanzable, pero que en la era mediática y de la desinformación pareciera ser más algo obsoleto y su simple búsqueda casi una ridiculez. La Nicaragua de Sergio Ramírez le resultará familiar a cualquier lector latinoamericano, pues en ella se condensan las peores tragedias e ironías que a lo largo de los siglos han venido marcando el desarrollo de toda América Latina, tan poderosa en muchos sentidos y tan débil en otros. No obstante, poderosa o débil, la obra literaria de Sergio Ramírez reafirma la indiscutible importancia, influencia, belleza y autenticidad de todo este territorio en el ámbito de la literatura global.
En El cielo llora por mí, la primera parte de esta larga historia, al inspector Morales y al subinspector Dixon les es encomendada la misión de encontrar a una mujer desaparecida. Rápidamente, ambos se ven inmersos en un sistema judiciario emponzoñado hasta la médula por la corrupción, la impunidad y el crimen, cosa que ya conocían pero que, por ciertos motivos −que el lector irá tejiendo conforme progresa la narración−, ahora parecen confrontarlos más que nunca. Los delgados límites que separan a la ley del crimen son los senderos que dirigen el rumbo del inspector y del subinspector, siempre alertas para encontrar pistas, pero a la vez siempre derrotados por la facilidad con la que éstas se convierten en los pasos hacia su propia ruina. Ante un pueblo que, cansado de las injusticias de su gobierno, le cede voz y poder al crimen organizado (ya sea voluntaria o involuntariamente), los pocos soldados de la justicia que restan no tienen de otra más que contemplar, maniatados, el espectáculo de la violencia, la traición y el poder en sus peores facetas. De inmediato, llama la atención el estilo cinematográfico de la narración, llena de diálogos y acciones breves que con agilidad se vuelven imágenes precisas, vívidas, como si en momentos estuviéramos frente a una pantalla y no frente a un libro. En esta primera parte, el lector se sumergirá en una Nicaragua que tiembla entre las secuelas aún existentes de la revolución sandinista y el régimen del narcotráfico, con un registro del habla coloquial que contribuye al imperante humor negro de la historia.
Ya nadie llora por mí arranca desde un punto parecido al volumen anterior: una joven es secuestrada y queda en manos del inspector Morales encontrarla. Sin embargo, aunque en esta ocasión Lord Dixon nuevamente acompaña al inspector Morales en la travesía, su presencia se mantiene al filo de las categorías de lo real y lo irreal, pues −por razones que el lector descubrirá−, ella puede entenderse tanto desde los márgenes de lo fantástico, como desde lo real maravilloso, lo realista mágico y, finalmente, lo realista. En esta segunda entrega vemos también a un inspector que empieza a cobrar más profundidad de la que imaginábamos: en un contexto de miseria y desesperanza, de injusticia indestructible, donde el anhelo del bien parece un chiste, de pesquisas donde el fracaso es la garantía, ¿qué lo mantiene tan apegado a su papel justiciero?, ¿qué busca, en el fondo, este personaje? O en todo caso, ¿qué rehúye?, ¿en qué momento la defensa de la ley se puede volver un refugio para ocultarnos del mundo que nos aterra? Si en El proceso de Kafka vemos a un Josef K abrumado ante las tinieblas que rigen el orden de su época, en la obra de Sergio Ramírez vemos a personajes que, más allá de enfrentar los sinsentidos del Estado, combaten sus mecanismos inherentes y que de pronto hacen de éste una maquinaria de muerte, violaciones y secuestros: una prisión. Y por más que los personajes tratan de huir de su situación, regresan ineludiblemente al fatalismo.
En Tongolele no sabía bailar se percibe un interés por ir más allá del simple suspenso policiaco para adentrarse, con más detalle y profundidad, en la cultura nicaragüense actual: en sus miedos, sueños, prejuicios, en la imaginación colectiva y el entorno político que la dirige, fusionada casi por completo con el entorno criminal. Tras un inesperado exilio, el inspector Morales regresa para encarar a uno de los peores delincuentes de la región. Las revueltas sociales son la norma; la desinformación usurpa el lugar de la información; el criminal, tras bambalinas, mueve los hilos de la sociedad. Las redes sociales ocupan un lugar tan indispensable, que se vuelven casi un personaje más, poniendo a Nicaragua y a toda Latinoamérica en esa misma zona de homogenización que al resto del planeta, a raíz del boom de las redes. Y de pasar de generaciones en las que la literatura circulaba como pan caliente, emergen ahora generaciones que, por medio de los hashtags, memes y emojis, lejos de condensar significados, los reducen.
Esta trilogía de Sergio Ramírez será una lectura gozosa tanto para los amantes de las tramas policiacas como para el lector interesado en aproximarse a la Nicaragua de hoy y a algunos de los rasgos más predominantes de su historia.