Encontrar las palabras precisas para describir algo tan inconmensurable como el universo es sumamente complicado. No obstante, al ejercitar nuestro pensamiento para hallar, a través del lenguaje, una posibilidad de construir puentes que nos conecten con los fenómenos astronómicos, representa un desafío de creación. Ya decía el filósofo alemán, Theodor Adorno, que pensar es un hacer.
El libro La Luz en la oscuridad: los agujeros negros, el universo y nosotros, del científico alemán y profesor de radioastronomía y física de astropartículas de la Universidad de Radboud, Heino Falcke, es un buen ejemplo de esto.
Falcke tiene como campo de investigación los agujeros negros, pero intenta llevarnos, a través de un recorrido excitante, a comprender lo extraordinario que puede resultar para los seres humanos voltear a mirar cualquier rincón del cielo y dejarnos envolver tanto por las fuerzas como por los fenómenos del cosmos que se despliegan ante nosotros, como un papiro sobre la bóveda celeste, aguardando a revelar sus secretos.
El libro comienza con la sugerente invitación a emprender viajes en el tiempo y el espacio, para ello, será fundamental comprender las propiedades de nuestro móvil principal para abarcar los confines de la galaxia: la luz, la forma de energía más veloz que puede moverse en el universo, aproximadamente a unos 300,000 km/s.
Una vez listos para despegar y dejar atrás la gravedad de nuestros límites como especie a través de la imaginación, la luz nos llevará a visitar en un parpadeo a la Luna, motivo de suspiros y mitos a lo largo de la historia humana. En nuestra travesía llegaremos posteriormente hacia el astro rey, nuestra estrella dadora de vida, el Sol. Habremos llegado allí ocho minutos después de haber abandonado la atmósfera terrestre a la impresionante velocidad de la luz y, 43 minutos después arribaremos a Júpiter. Mucho más tiempo nos llevaría llegar a la estrella más cercana a nosotros después del sol, Próxima Centauri. La escalofriante cifra de más de cuatro años luz, algo así como 40 billones de kilómetros o un cuatro seguido de trece ceros, sería la distancia aproximada a dicho astro. Llegar al centro de nuestra propia galaxia, la vía láctea requeriría 26 000 años luz y, alcanzar la galaxia de Andrómeda supondría 2,5 millones de años luz. ¡Una locura total!
Por cierto, es importante recordar que el año luz como unidad de medida, calcula la distancia y no el tiempo, que puede recorrer la luz en el vacío en un año.
Si bien el osado lector pudiera sentirse abrumado por tan inmensas cantidades y la imposibilidad de experimentar estos desplazamientos en carne viva, ciertamente hallaría nuevas fuerzas al conocer que nuestra mente puede llevarnos a cualquier lugar. Bien podríamos adoptar la imagen de un viajero mitológico, podríamos ser como el propio Odiseo tratando de volver a Ítaca después de nuestra propia guerra de Troya, una vez que enfrentáramos el conflicto de buscarnos a nosotros mismos en el espacio exterior y tratar de entender quiénes somos, después de viajar a través del infinito océano cósmico para hallar nuestro propio destino.
Pero al tiempo que estamos entablando un viaje, también generamos una conversación, quizá entre susurros pero conversación al fin, con el pasado y el futuro, ya que viajar a través del universo implica movernos también entre un sinfín de estados por los que muta la materia.
En este diálogo con el tiempo y el espacio, encontramos que, en el pasado, la humanidad ha tenido diversas cosmogonías o formas de explicar el lugar que los seres humanos ocupan en el universo y el desarrollo del mismo y, estas palabras se encuentran escritas en nuestra forma de pensar, de vivir. Desde creer que la tierra se encontraba posada en el caparazón de una tortuga, o pensar que era el centro de todo lo que existía, hasta considerar que son las estrellas los centros gravitatorios de los sistemas solares y que estos se alejan entre sí, propiciados por una expansión constante de toda la creación.
El enigma que estas preguntas representan y que nos acompañan desde los orígenes de las sociedades humanas, es una de las estaciones que indagaremos en esta obra: acercarnos a la comprensión de los secretos del espacio interestelar para, probablemente, descubrir que ni siquiera el resplandor de mil millones de soles podrán desvelar el código de una teoría final futura; al menos no prontamente.
Volvamos a la Tierra. Y no porque la luz no pueda transportarnos a nuestro siguiente destino pero, es tan estremecedor, poderoso e intimidante, que es mejor maravillarnos a la distancia. A una muy grande.
Los agujeros negros, las estrellas de rock en los últimos años en lo que se refiere al estudio del cosmos, son objetos que pueden concentrar toda su masa en un solo punto a pesar de que esta pueda ser millones de veces más grande que, por ejemplo, el Sol. Los agujeros negros se originan después del colapso de estrellas muy masivas o en los centros de las galaxias y pueden engullir en sus fauces cualquier tipo de materia y energía, incluso la luz una vez que ha ingresado en su límite de no retorno, no podrá escapar jamás de esta oscuridad. Pero algo que es curioso es el hecho de que los agujeros negros no son del todo negros y pueden irradiar partículas subatómicas para ser detectados aun a distancias muy lejanas, y no sólo por los efectos de su gravedad. Estas y otras características esenciales son las que descubriremos en este escrito, que será de actualidad por bastante tiempo por la cantidad de noticias que cotidianamente se publican respecto al tema.
Falcke relata, y creo que sin duda este es el punto más destacado del libro, cómo lideró al equipo que logró tomar y construir la primera imagen en la historia del agujero negro supermasivo de la galaxia M87, ubicado a 55 millones de años luz, de tal forma que dicho evento fue denominado como el de mayor importancia, en términos científicos, del año 2019.
Falcke nos descubrirá las adversidades, impedimentos y hasta carencias económicas a las que se vieron limitados los integrantes de este equipo de científicos durante esta gran aventura y cómo es que, con gran dinamismo, genialidad y trabajo, lograron combinar la potencia de varios observatorios alrededor del mundo para transformarlo en un gigantesco telescopio digital. Y sí, cómo es que un observatorio mexicano contribuyó a esta gran empresa pero, sobre todo, cómo el trabajo colaborativo con gente de muy distintos países logró desembocar en uno de las mayores éxitos no sólo de la ciencia, sino de la humanidad, porque algo que aprendes cuando sales de viaje al espacio exterior y miras desde donde has despegado, es que a escala planetaria no hay fronteras, ni religiones o ideologías políticas: únicamente convive, como un todo, en ese pequeño punto azul, la humanidad.
Este libro me ha encantado porque, ese gran día, el 10 de abril de 2019, será recordado como la fecha en que se publicó la primera imagen de un agujero negro, una de las ideas más populares, enigmáticas y atrayentes para nuestra curiosidad en el último siglo, pero también porque Falcke pone sobre la mesa preguntas científicas y otras que aparentemente poco tendrían que ver con la ciencia: ¿qué es la nada?, ¿el universo tendrá un final?, ¿existe el más allá?, ¿cuál es el origen de nuestra propia existencia?, ¿qué representan los agujeros negros para la humanidad? .Y, claro: ¿Dios?
Para encontrar respuestas a estas y muchas más preguntas, y comprender mejor que el cosmos es el espejo de nuestra alma, que en nuestros cuerpos se encuentra el legado de las estrellas y que el universo (al que otros llaman la Biblioteca), como dice Borges en La biblioteca de Babel, es fascinante e infinito, es imprescindible leer La luz en la oscuridad.