El 11 de noviembre del 1985, cuatro años antes de quitarse la vida, Sándor Márai escribe en su diario: “La gran prueba de la vida no es la muerte, sino el morir”. Esta oración bien podría ser el lema que sintetizara no solo la vida del autor húngaro sino también su extensa obra literaria, pues en ella abundan los personajes que, más allá de temer a la muerte, lo que temen es el modo en el que la vida, por su intrínseco movimiento que busca aferrarse a sí misma, es capaz de producir los peores de los sufrimientos, mucho peores que la angustia provocada ante la idea de no existir. Márai asume con temple su condición mortal, pero lo que no asume ni acepta es el hecho de ser un animal predispuesto a transitar a la nada. Es el paso a la muerte lo que lo perturba; ese puente minúsculo entre el latido y el no latido. Y es precisamente ese inefable intervalo contra lo que se rebela usando al lenguaje como arma. No escribe por seguir el ideal griego de inmortalizarse; escribe porque al crear mundos uno se mata un poco a sí mismo. Así, morir queda más en manos del artista que del hombre indefenso, que por más que grite es arrastrado hacia la desaparición.
Exiliado de su país a causa de la invasión alemana a mediados del siglo XX, testigo del creciente capitalismo e imperialismo norteamericano que rápidamente convierte a la cultura en un artefacto de mercancía, golpeado por una solitaria vejez (su esposa y todos sus conocidos mueren antes que él), Sándor Márai es víctima de muchas muertes a lo largo de su vida. Entiende como pocos lo que es dejar atrás una realidad para encarar otra, a veces más amena que la pasada y a veces más oscura. Vive de cerca los grandes desencantos de su siglo: la energía nuclear usada como herramienta de guerra; la utopía del socialismo hecha un sistema del terror; la muerte definitiva del arte tal como la humanidad lo venía conociendo. ¿Escribe porque escribiendo uno hila sueños que de otro modo quedarían por ahí sueltos, dispersos en los sótanos del miedo y de la soledad? Cada lector, naturalmente, verá un Márai distinto, pero algo que no escapará a la vista de nadie es el empeño que el autor pone en revelarnos los más íntimos paisajes interiores de sus personajes. Usando a menudo el flujo de la consciencia en su narrativa, accedemos desde el comienzo a secretos que con frecuencia las historias nos entregarían hasta la mitad o incluso hasta el final. El punto de partida es el clímax, y poco a poco vamos descubriendo las múltiples facetas de ese momento climático.
¿Por qué leer a Sándor Márai? Porque fue un pionero narrativo en esta nueva etapa de la humanidad donde el humano y la máquina conviven casi de modo simbiótico; porque él anticipó que un día un museo de arte podría albergar un frasco lleno de nada y venderlo a millones; también, porque hoy las ideologías totalitarias regresan con ímpetu, y el siglo XX demostró que no solo el uso correcto de la fuerza bruta y de la ley pueden contra ellas, sino también –y sobre todo- el replantearnos el lenguaje. Cuando el lenguaje decae, las sociedades decaen. Cuando regresa a su condición lúdica, las sociedades juegan. ¿Y qué es la literatura sino un inacabable juego de palabras? “La religión institucionalizada pierde justamente la esencia de la religión. Algo similar ocurre al institucionalizar la literatura y el arte: su esencia se evapora.” La literatura de Sándor Márai es una invitación a contemplar la profundidad y la belleza multidimensional del lenguaje en su uso diario, en su permanente plasmación sobre el mundo. En este sentido, su universo ficticio va de la mano con el trabajo de poetas como William Carlos Williams, Ezra Pound, Hilda Doolittle, etc., en los que el lenguaje pareciera cobrar vida como cobra vida cualquier fenómeno natural, y al leerlos da la impresión de que institucionalizar al arte es como querer institucionalizar al aire o a la lluvia. Sin embargo, no por ello debemos permitir que un arte falso secuestre los espacios culturales, y es en ese punto de tensión (entre la libertad absoluta y las instituciones) donde los personajes de Márai se rompen la cabeza buscando una respuesta para algo que seguramente ni tenga una.
“La crueldad es el punto de encuentro en que la humanidad actúa en harmonía”. Al igual que autores como Dostoievski o Anna Ajmátova, Sándor Márai encuentra en lo más hondo del dolor una especie de respuesta inefable para el eterno interrogatorio existencial de la especie humana. Sus novelas son un legado de esa revelación sin fondo de la que cada día huimos porque enfrentarla implica trascender; él nos la pone en la cara. Leer a Márai es leer los miedos de uno mismo y empezar a abrazarlos.
Algunos libros del autor: