“Me llamo Eva. No tengo pasado. No nací de nadie. No tuve infancia. Soy el ser que no muere. Soy la primera. La madre de todos ustedes”.
Hace algunas semanas me llegó un paquete. En él había una carta que decía que gané el favor de recibir los papeles de Eva; que los cuide, pues se me fueron confiados. Indica, además, que si los he apreciado, cuando sienta mi luz menguar, elija con sensata fe a la siguiente persona destinataria. No miento cuando digo que así ocurrió.
Tuve en mis manos El libro de Eva, de la escritora mexicana Carmen Boullosa. Contiene 10 libros y 91 pasajes que desmienten que la primera mujer nació de un pedacito de costilla, que fue castigada y expulsada del Edén, que robó el fuego, y otras cosas que ya conocemos sobre la historia del Génesis.
Es una novela provocadora que cuestiona —y se cuestiona a sí misma— a través de diferentes voces transgresoras: reúne papeles sueltos con anécdotas, diálogos y versiones distintas a la del relato de Eva. Ara, sus demás hijas, Caín, Abel y Adán crearán un efecto Rashomon al narrar sus múltiples verdades.
En esta historia no hay pecado. No hay pecado porque no hubo maldición. Y no hubo maldición porque en el Edén no existía el lenguaje. Tampoco había manzana. Era algo… parecido; una fruta crocante que avivó el olfato de Eva, que la hizo escuchar por primera vez cuando pasó por sus dientes. Eva saboreó, tocó, miró. Tomó conciencia de sí misma, de ese otro que estaba con ella y de la muerte que la rodeaba. Adán también probó de la manzana-no-manzana, y despertaron. Sus cuerpos despertaron. En esta historia no fueron expulsades del “Paraíso”: irse de ese lugar artificial sin tiempo ni acción era lo único que les quedaba.
La humorística prosa de la escritora nos recuerda la importancia de las palabras, y nos acerca al placer de descubrir(nos). Leerla produce una especie de estimulación sensorial, ya que encontramos pasajes sumamente poéticos sobre el sueño, el baile, los guisos, el llanto, la cerveza, el pan, la creación del clítoris y del ano, la risa, el frío.
Boullosa muestra la belleza del reconocimiento propio por medio del cuerpo y del lenguaje; Eva reclama el poder de nombrar y de definir por sí misma su experiencia. Y qué divertido que lo haga citando a Rosario Castellanos y a Sor Juana Inés de la Cruz.
Lo eváceo fue la curiosidad; la capacidad de crear y de transformar, dar vida. En cambio, lo adánico fue la envidia del clítoris y de la maternidad; el miedo y el rencor. Así como es de esperarse, lo terrenal no escapó a la lógica patriarcal. Comenzaron las reglas en lo doméstico, y se relegó a las mujeres únicamente a ese espacio. Ellos aprendieron a matar; ellas, a cuidar. A convertir su voz en ausencia.
La novela se vuelve dolorosa. Motivado por el resentimiento, Adán robó el relato e impuso su verdad: fue el primero. Fue creado de polvo y un soplo, y todos morirían por culpa de Eva por morder la manzana. La mirada androcéntrica se extendió por el mundo hasta que ser mujer se convirtió en sinónimo de maldad y sumisión.
El libro de Eva es una invitación a revalorizar las historias de todas las Evas que habitan en nosotras; a explorar nuestros deseos, y a cumplir con el mandato escrito en uno de los papeles sueltos: nunca dejarás que la voz de Eva quede escondida en el pasado.
Es una tarea revolucionaria.