Internet, redes sociales y la crisis del periodismo

Erick Baena Crespo

05 November 2019

Las fake news (o noticias falsas), ese cáncer de las redes sociales, tienen la capacidad de desatar infiernos. El 29 de agosto de 2018, en Acatlán, Puebla, Ricardo Flores, de 21 años, y su tío, Alberto Flores, de 43, fueron linchados por una turba enardecida. Horas antes, en grupos de Whatsapp, los rumores sobre la presencia de secuestradores de niños en el pueblo encendieron la mecha. Sin comprobar la culpabilidad de Ricardo y Alberto, el pueblo los quemó vivos. La policía, a la postre, afirmó que no había pruebas de que hubiesen cometido crimen alguno. Sí: las fake news también matan.

De acuerdo a un estudio efectuado en 37 países por el Reuters Institute, México ocupa el segundo lugar en exposición a fake news, sólo por debajo de Turquía. El 53 por ciento de los mexicanos confía en las noticias de los portales que sigue en redes sociales, así como en las noticias que resultan de sus búsquedas en Google. Las personas entre 35 y 54 años son los que más confían en las noticias que ven en Internet.

Las fake news, sin embargo, son el síntoma de un padecimiento más alarmante: la relación rota entre medio–lector. 

Diego Salazar (Lima, 1981), periodista y editor, en su libro No hemos entendido nada, trata de responder a una pregunta que agobia a las redacciones, pero que pocos se atreven a analizar con tanto esmero y dedicación: ¿qué ocurre cuando dejamos el futuro de la prensa a merced de un algoritmo?

Es una “deliciosa ironía”, como dice Salazar: No hemos entendido nada es un libro que nació como un blog, que Salazar abrió en junio de 2017, con el “fin de reflexionar sobre el estado actual del periodismo”. 

Twitter, Facebook y Google News “han sido fundamentales a la hora de perfilar la manera en que los usuarios consumimos noticias (y, por ende, en que los medios las producen)”.

En la guerra por los likes, el periodismo ha perdido la batalla. Pero, entonces, ¿hoy en día se hace mejor o peor periodismo que hace algunas décadas? Salazar aventura dos respuestas: “La […] fácil y pesimista sería hablar de la decadencia del periodismo, de la avalancha de fake news, de la pérdida del rigor, de la debilidad de buena parte de la audiencia por la información de dudosa calidad y la complicidad de los medios a la hora de satisfacer con rapidez y sin escrúpulos esa demanda. La respuesta optimista sería señalar […] que nunca se ha hecho mejor periodismo que el que se hace hoy”. Nunca ha sido –afirma– más sencillo llegar a millones de personas. Y en un texto páginas adelante, Salazar afirma (citando al periodista español Arcadi Espada): “Nunca ha habido tanto periodismo de calidad, bien investigado, con más altos estándares, mejor editado y contrastado e, incluso, mejor diseñado y presentado a los lectores”. No obstante, matiza, ese optimismo se desinfla cuando se pregunta: ¿quién va a financiar ese buen periodismo? Y no encontraremos las respuestas si antes no afrontamos la forma en que las audiencias consumen noticias hoy en día:

 “Yo sé que parece increíble, pero hay periodistas que piensan que la gente se levanta temprano por la mañana, se ducha, se prepara café, se sienta a la mesa, dispone los periódicos (varios y en papel, porque leer uno y en una pantalla es de plebeyos incultos) y se dice a sí misma en voz alta: bueno, ahora voy a informarme. Por supuesto, esa gente no existe, ni ha existido nunca”.

Salazar suelta una verdad dolorosa: en la era digital, todo es contenido. Esta reseña, además de tu columna, reportaje o crónica, colega, competirá por la atención de los usuarios con “el nuevo video de la vedette en turno o el último test gatuno de Buzzfeed”. Afrontemos que la crisis actual del periodismo, como dice Salazar, no es un problema de oferta, sino de demanda. “Ese periodismo bien hecho debe convivir y disputar la atención de los usuarios de Internet y redes sociales junto a esas millones de ‘noticias’ de dudosa procedencia que narran las desventuras de una actriz porno mordida por un tiburón […]”.

Por tanto, concluye Salazar, la crisis del periodismo no es crisis de calidad, sino una crisis de negocio. 

“Las audiencias se han atomizado de tal forma y los precios de la publicidad digital son tan pequeños –explica– que es imposible que una publicación orientada a un público general, sin un nicho de mercado extremadamente marcado, sobreviva”.

El negocio ad–drive (basado en los anuncios publicitarios), inventado por el periódico The New York Sun, fundado por Benjamín Day en 1833, basado en el monopolio de las noticias, ha muerto. Y Salazar despliega los números negros que confirman dicha afirmación: “El gasto en publicidad digital en Estados Unidos para 2017 rondó los 83,000 millones de dólares. De ese total, Google se llevó un 40.7% y Facebook 19.7%. Y la tendencia es al alza”. 

El periodista peruano suelta una bofetada a los propietarios de los medios:

“Por momentos siento que la prensa, léase, los periódicos y los dueños de las cabeceras, han encontrado en Facebook el enemigo perfecto, para una industria en decadencia que, en muchos casos, se niega a cambiar. Un enemigo cuya presencia sirve para justificar de manera irreflexiva y simplista su propio fracaso”.

En México, el modelo de negocio tradicional, que amasó fortunas, es una serpiente que se muerde la cola: moldear la agenda, para complacer al gobernante en turno, con el fin de recibir un trozo del –entonces– abundante pastel de publicidad oficial, lo cual –a la postre– ha alejado al periodismo de los ciudadanos. De ahí que los taxistas, esos sociólogos urbanos, que toman la temperatura del ciudadano de a pie, le hayan dado la espalda al periodismo, para dedicar su atención a los youtubers (sí, esos que son como una perversión del periodismo ciudadano, quienes inundan con elogios al presidente en las mañaneras).

El futuro del periodismo es sombrío, pero el escenario puede cambiar si, desde ahora, buscamos respuestas, probamos modelos y tratamos de iluminar el camino.

“Facebook ha destruido el modelo de negocio –afirma Salazar sin aspavientos– de la prensa, pero no ha destruido el periodismo”.

No hemos entendido nada, además de contener una apasionada y vibrante discusión sobre nuestro oficio, también reúne textos en los que explora otros temas, como la pertinencia de mostrar o no, en medios, imágenes violentas. Y, en otro de los capítulos, nos cuenta cómo desenmascaró (con tan sólo honrar el fact checking, algo que quizá Salazar aprendió de Julio Villanueva Chang) a un famoso ilustrador peruano que, en Instagram, presumía sus publicaciones en la afamada The New Yorker. Y esos capítulos, en los que Salazar desmonta fake news, son lecciones de periodismo en la era digital. ¿Quién, en México, se daría a la tarea de verificar una noticia viral publicada en un diario de circulación nacional? Nadie, hasta ahora. En esta tierra, al igual que en el país andino, creemos –erróneamente– que las soft news son un mal necesario en la búsqueda de clic y visitas a nuestros portales, las cuales colocamos en un menú escondido, como si nos avergonzara. Para los que pensamos así, quizá debemos (re)leer cómo Salazar desmontó una fake news sobre Justin Bieber. 

Diego Salazar en eldiario.es

“Durante los dos años que he dedicado a la escritura de este libro –confiesa Salazar– he tenido la extraña sensación de estar redactando mi propio obituario. El mío y el de mi oficio”. Esperemos que Salazar esté equivocado y que ‘entendamos algo’ antes de que sea tarde. 

Los periodistas en México deberíamos de atender algunos de los temas que Salazar pone a discusión, para encontrar respuestas a los cambios y retos a los que nos enfrentaremos en la era digital.