"Las colisiones deforman el color, o deforman nuestra manera de percibir el color”¹, dice un niño que ha perdido a sus padres. Recuerdo eso de Una novelita lumpen. “Estábamos solos en el mundo”, dice Bianca, la narradora y protagonista. En los libros de Roberto Bolaño siempre descubro ausencias, en sus historias todo está desapareciendo. “¿En qué consiste la poesía, Jim?, le preguntaban los niños mendigos de México. Jim los escuchaba mirando las nubes y luego se ponía a vomitar.”² Pienso en qué consiste la poesía, de qué hablan todos los poemas de Roberto Bolaño: “Ahora soy poeta y busco lo extraordinario para decirlo con palabras comunes y corrientes. ¿Tú crees que existen palabras comunes y corrientes? Yo creo que sí, decía Jim.”³
Si hay una respuesta, para mí, sería la ruina. La primera vez que la vi, frente a frente, era muy joven: tomaba café en un Sanborns de la colonia Tabacalera y pensaba que la vida era buena porque yo estaba ahí dentro mientras afuera dos policías disfrazados de peatones me esperaban. No había leído por esos días a Roberto Bolaño. Pero la primera vez que leí sus cuentos supe que él observaba la ruina y huía de ella: escapaba como un equilibrista, para así desdibujarse. Esta anécdota me lleva a esa atmósfera construida por el extranjero Roberto Bolaño en México.
[caption id="attachment_17881" align="aligncenter" width="510"] Roberto Bolaño en elcultural.com[/caption]Roberto Bolaño (1953-2003) vivió en una ciudad que él mismo construyó a través de sus personajes, como la Santa. El lector que abre Los detectives salvajes se enfrenta a una ciudad inexistente: todas las ciudades son construcciones personales, como espejos en los que los personajes se miran para descubrir su ruina.
Pienso en Jack Kerouac y en su Tristessa: ese libro amargo que uno descubre para hundirse en un abismo. Este libro, al igual que los poemas de Roberto Bolaño, revela la oscuridad.
En el camino de los perros mi alma encontró
a mi corazón.
Destrozado, pero vivo,
sucio, mal vestido y lleno de amor.
En el camino de los perros,
allí donde no quiere ir nadie .
Me cuestiono si la poesía no es un camino para quedarse en alguna memoria. Una manera de dejar una muesca en el tiempo. Un gesto final de amor absoluto por la vida. Escribir poesía para salvarse y así quedarse en una grieta. Pienso que el recuerdo de mi encuentro con la ruina, con el miedo y las ganas de huir, existe solamente en un cuento, o un poema, de Bolaño:
Un amor desbocado. Un sueño dentro de otro sueño. Y la pesadilla me decía: crecerás. Dejarás atrás las imágenes del dolor y del laberinto y olvidarás. Pero en aquel tiempo crecer hubiera sido un crimen. Estoy aquí, dije, con los perros románticos y aquí me voy a quedar.
En Poesía reunida, Roberto Bolaño parece abarcar todo con su mirada. Observa dentro de los charcos breves de esta ciudad que ha sobrevivido a la desaparición de su propio nombre. Observa en las calles donde hay “Hoteles Garage” a cada esquina y donde alguien dice amar para luego extraviar su billetera, o darse un baño rápido para liberarse del sudor ajeno.
[caption id="attachment_17882" align="aligncenter" width="900"] Roberto Bolaño, fotografiado en 2002 por Daniel Mordzinski en elpais.com[/caption]Un poema que hable de los ausentes, parece decir Bolaño, y entonces, como un niño tembloroso después de la lluvia, lo escribe todo: la miseria, el amor, los perros, habitaciones sin calefacción, cuerpos desvanecidos, muerte y el amor absoluto a la vida. Todo está allí, dentro de una vieja libreta de reportero y un lapicero en un café de Bucareli.
¹Roberto Bolaño, Una novelita lumpen, Ed. Anagrama, Barcelona, 2002, p.14 ²Roberto Bolaño, "Jim" en El gaucho insufrible. Ed. Anagrama, Barcelona, 2001, p. 11. ³ Ídem