
“Y todos tenemos guardadas distintas versiones de nuestras vidas, aunque nos las contemos solo a nosotros mismos, en silencio. Y las corregimos a medida que avanzamos”.
Así, estos doce relatos son muchas mujeres pero también es una sola en donde cuentan, en donde se cuenta, el discurrir de los años, la condición femenina y la aceptación del tiempo. Dividido en tres etapas de la vida: infancia, madurez y vejez, sus mujeres hablan desde la cotidianidad y con una mirada crítica de su alrededor. El cuento autobiográfico que abre el libro, “Momentos significativos en la vida de mi madre”, establece su punto de vista: “Era un mundo en el que la coquetería inocente era posible, porque había muchas cosas que las chicas decentes no hacían… Era como el haikú japonés: una forma limitada, de perímetros rígidos, en cuyo interior era posible la más asombrosa libertad”. Y esa contundencia y claridad se replica en el resto de sus historias puesto que el haikú ha cambiado de forma. Por eso Betty, con el abandono de su marido y una locura abrupta; Joanne y Ronette, con sus distintas esperanzas en el futuro; Sally, con sus contradicciones y la ironía de la infidelidad; la decepción de Julia y la posible salvación en el lenguaje; la resignación de Prue y su silencio; la frialdad de la amiga de Molly versus su violenta muerte, son personajes que nos hablan sin desgajarse el alma, y que tienen la absoluta capacidad de compartir sus emociones. Personajes que nos sirven de espejo en distintos momentos, porque muchas veces así nos contamos nuestras vidas, como Joanne, “siempre rodeado de comillas”.Fernanda Álvarez