Solemos pensar, y con buenas razones, que los escritores y los futbolistas viven de lo que les gusta, de aquello a lo que se aficionaron desde niños o al menos desde edades tempranas y que, cuando la vida les permite dedicarse por completo a escribir y jugar, consuman un sueño. Y eso suele ser verdad. Sin embargo, en tanto creadores, escritores y futbolistas viven un apremio en su fuero más interno, que si no es permanente al menos regresa cada vez que inicia —o se retoma— la escritura de un nuevo libro o está por iniciar un torneo.
Mientras a un futbolista lo invade la presión de no poder rendir igual o mejor que en una temporada exitosa, imagino que un escritor que logra publicar una obra de gran calado y de muy buena acogida entre los lectores, cuando da a luz una nueva ha de sentir cierto temor de que la creación recién salida del horno de su imaginación no esté a la altura de la precedente, haciéndole sentir que ésta ni siquiera obedeció a un golpe de inspiración fugaz sino a una auténtica chiripa, ese “milagro pagano”
[1] que le patentiza ya no el de por sí desolador agotamiento de su talento sino el indicio verdaderamente estremecedor de que probablemente nunca existió.
Si alguien ha conjurado —y reiteradamente— el riesgo de ser tragado por las fauces de las letras propias cuando ya no deleitan, es Eduardo Sacheri, quien después de los altos registros que alcanzó con los cuentos de futbol reunidos en
La vida que pensamos, saltó nuevamente a la cancha con otra deliciosa compilación de su narrativa breve,
Las llaves del reino, que nos revela porqué Sacheri, para muchos futboleros, es ya un autor de culto.
Los relatos de esta selección sacheriana van desde el recuerdo de cómo una padre y su hijo vivieron una final continental, pasando por la locura más vistosa de René Higuita, las fantasías a que dan lugar los concursos de pronósticos deportivos, una ingeniosa y lúcida tipología de los aficionados al futbol, hasta una diatriba filípica contra un árbitro funesto, por sólo mencionar algunos de los 26 textos que dan cuerpo a este libro también publicado por Alfaguara.
En su más novela,
La noche de la Usina, para no variar Sacheri mete al futbol. Lo hace a través de uno de sus personajes —un ex futbolista— que al verse en medio de un entuerto lleva al narrador a recriminarle mediante una alegoría futbolera: “salió a jugar un partido de verdad sin hacer la pretemporada, y ahora se está rompiendo por todos lados”
[2]. Con
Las llaves del reino, Sacheri da una prueba más de que no sólo hizo la pretemporada, sino que lleva varias temporadas jugando de maravilla, y que su literatura no se rompe por ninguna parte.
[1] De León, Fernando,
Alguien/Zozobra, unam, México, 2013, p. 24.
[2] Sacheri, Eduardo,
La noche de la Usina, Alfaguara, México, 2016, p. 291.