El maestro de Petersburgo / Debolsillo, 2014
Como dice Alejandra Pizarnik,
alejandra alejandra
debajo estoy yo
alejandra
así, en minúsculas, porque no siempre la mayúscula da un estatus de solución a la existencia, como es el caso de la búsqueda en la literatura de Coetzee. Se sabe en mayúsculas, pero al leerlo uno reconoce que no necesita capitulares para ser parte de las sensaciones orgánicas y primarias del ser humano.
Ella obedeció; desde entonces, no ha vuelto a maquillarse. Es de esas personas que aprenden rápido, que se acomodan, se amoldan a los deseos ajenos.
Lo dice Anne Carson,
En aquel instante
Ella, si no me falla la memoria, empezó a ser su caída,
puesto que ya estaba calmado.
Ella piensa mejor ser que no ser su caída.
Esa noche nieva.
Porque allá de los paisajes, los fríos y los olvidos, Coetzee sabe transmitir el dolor de la caída y del silencio. De la imposibilidad y, tal vez, de la salvación.
¿Sabe qué impresión me causa usted en este momento? La misma que un caballo viejo, con orejeras, que da vueltas y vueltas sin fin, que rueda y amasa a diario el mismo cuento de siempre, un día y otro sin cesar.
Neruda lo sabía: Sucede que me canso de ser hombre… Sin embargo, Coetzee mantiene un pabilo encendido a través de su literatura:
Si las humanidades quieren sobrevivir, seguramente deben responder a esas energías y a esa ansia de guía: un ansia que al final es una búsqueda de salvación. Mientras John Burnside escribe: Concédeme un poco menos/con cada amanecer: colores, un hálito de viento,/la perfección de las sombras,/hasta que solo encuentre,/lo que ya estaba ahí:/el oro en los surcos de mis manos/y la luz de la noche, que arde. Donde
Como otras muchas cosas ahora, la dejo con una sensación de estupidez, como alguien que se extravió hace mucho tiempo pero persevera por un camino que quizá no conduzca a ninguna parte.
Y Alejandra, siempre Alejandra: Ruidos de alguien subiendo una escalera. La de los tormentos, la que regresa de la naturaleza, sube una escalera de la que baja un reguero de sangre. Negros pájaros queman la flor de la distancia en los cabellos de la solitaria. Hay que salvar, no a la flor, sino a las palabras.
La belleza de la rosa: el poema le da de lleno con la precisión de la flecha. Ella no es dueña de sí misma; tal vez tampoco sea él dueño de sus actos.
Fernanda Álvarez