En Contra las elecciones. Cómo salvar la democracia, (Taurus 2017), David van Reybrouck (brujas, Bélgica, 1971) se muestra partidario del tercer enunciado, es decir, diagnóstica los males que padece la democracia y propone un “remedio” alternativo para intentar salvarla. Su premisa básica es que la democracia está en crisis, y lo está porque “nos hemos convertido en fundamentalistas electorales”(Contra las elecciones, p51). La palabra democracia ha pasado a ser prácticamente sinónimo de elecciones. En ese contexto nuestro autor rebate el confort democrático. Como filósofo de formación, ha sacado del pozo griego de las ideas, una iniciativa alternativa a las elecciones que permita sortear a los representantes de la sociedad en pos de una democracia actual, funcional e igualitaria.
En su brillante exposición, David van Reybrouck, intenta remover a la democracia del estado de rigidez en el que se encuentra. Actualmente —año de corte del libro, 2017— hay “117 democracias electorales en un total de 195 países” (Contra las elecciones, p12), esto quiere decir que con mayor o con menor democracia el pueblo elige a sus representantes populares en más de la mitad de los países soberanos del mundo. Sin embargo y pese a un consenso tan logrado en la forma de gobierno, la incertidumbre entre los intelectuales y la ciudadanía reside en la pregunta de cómo traducir la aritmética electoral en la construcción del gobierno. Para el filósofo flamenco, el planteamiento de una posible respuesta no es causal a la definición constitucional del derecho al voto, sino que está orientada en pensar opciones viables para cambiar los mecanismos de acceso al poder y reformular el concepto de representación popular.
La perspectiva de Reybrouck es cruda. La democracia ha caído en una patología común a las grandes ideas forjadas en la Europa del siglo XVIII: al igual que sus compañeros humanismo y desarrollo económico, la democracia generó una expectativa mayor a la certeza que podía ofrecer. Aquellos que empeñaron su esperanza y alabaron con cánticos a la democracia, hoy, en vez de ser, exclusivamente, los más contentos, son quienes preludian su cansancio y denuncian su disfuncionalidad. El paisaje que dibuja la investigación de David van Reybrouck parece confirmar el desmoronamiento de la democracia: crisis de legitimidad política, pobreza económica, desigualdad jurídico-político, insensibilidad humana. La clase política incapaz de proponer, obstruye; usa el miedo para inhibir la participación pública, el jubilo de las elecciones se desvanece en la miseria de todos los días. El método electoral resulta débil: los ciudadanos se activan, a fuerza de propaganda, mediante el bombardeo informativo del deber constitucional y a partir de la operación clientelar, en torno a las campañas político-electorales cada determinado tiempo. Pero en el fondo hay ausencia de reflexión sobre la democracia como fundamento y como finalidad ciudadana.