En su afán por dilucidar estos crímenes y atrapar a su autor para someterlo al peso de la ley, Kreizler se enfrenta no sólo a los prejuicios de una sociedad que lo toma por un charlatán, sino también con policías corruptos, proxenetas y demás individuos que se oponen, por diversos motivos, a que cumpla su misión. Así, la narración también reaviva el cuestionamiento de si la maldad simplemente nace o se construye como producto de una serie de causas sociales y personales que terminan por labrar a un psicópata. Carr, a través de diversos personajes y acontecimientos, nos muestra la prostitución infantil y lo sórdido de una sociedad que no quiere mirar lo que hay detrás de asesinatos tan terribles, ya que evita a toda costa verse en el espejo de la maldad que ella misma ha creado. Como sea, esta serie de escabrosos crímenes es un reflejo de los deseos más sombríos de una ciudad pujante que no puede escapar del todo al horror que se vive en sus barrios más pobres.
Lo más impresionante es que El alienista, no obstante la honesta obscenidad con la que se adentra en el laberinto del mal, lo hace de forma tal que hay belleza en sus páginas. Sírvase el lector a sacar sus conclusiones, claro está, una vez que haya pasado por el análisis y búsqueda de un asesino serial cuyas verdaderas inclinaciones y motivos, por más que se intenten alumbrar, siempre serán oscuros e inextricables.