Yo supongo que los abogados también fueron niños

María Fernanda Gómez Peralta

01 March 2018
Matar a un ruiseñor (1960) de Harper Lee (1926-2016) es una de las novelas más leídas en las escuelas estadounidenses. Hasta hace muy poco era el único libro publicado de la autora, y no faltaba más, ya que a pesar de ser el único, le valió un premio Pulitzer. Hay tantos datos curiosos que rodean esta historia que sería imposible hacerles justicia aquí. Es un bildungsroman (novela de aprendizaje) de dos hermanos que crecen huérfanos de madre, al cuidado de su padre Atticus Finch, que es abogado y “el mejor tirador” y de Calpurnia, la mujer de color que les ayuda en casa y también los educa. Jean Louise "Scout" y Jeremy Atticus “Jem” crecen en un pueblo en Alabama durante la Gran Depresión. Jem es el hermano mayor, y Scout la hermana menor tomboy que ama leer, ¡como Harper Lee de niña! E incluso tienen un amigo llamado Dill Harris que se parece mucho a un vecinito de los Lee que conocemos como Truman Capote. La trama transcurre en torno a las travesuras de los tres niños (en el verano, el resto del año están sólo los dos hermanos) en Alabama. Los niños son traviesos, son curiosos y siempre se meten donde no deben. Puede que uno de los mejores picos narrativos de esta historia sea cuando los niños explorando como es natural, deciden ver el juicio donde su padre Atticus defiende a Tom Robinson, un hombre negro acusado de violar a una mujer blanca. No quiero spoilearles el juicio, pero digamos que ese día los niños deben presenciar una injusticia producto no de la negligencia de su padre como abogado, sino del racismo que todavía permeaba en buena parte de los estados del sur. Esta escena me estruja el pecho porque creo que al día de hoy todos somos Jem, Scout y Dill viendo el juicio en las noticias, impotentes ante las acciones claroscuras que siempre han conformado a la humanidad. Es una historia agridulce, probablemente más agria que dulce porque vemos la narración entretejida a partir de las voces de la narradora adulta y la niña, que está viviendo los sucesos que probablemente no alcanza a entender en ese momento. Me evocó sensaciones que leí en Las aventuras de Huckleberry Finn (1885), otro adolescente sureño que se ve enfrentado a ciertos conflictos internos más por lo que la sociedad le dicta que por lo que él piensa. Scout no tiene filtros, habla y pega y luego la regañan. Y así son los niños, que probablemente hablan más por falta de filtros que por maldad y al final, con la vida misma, aprenden a ver a los ruiseñores de su vida por lo que realmente son, más que por chismes, habladurías o discriminación.

Scout va a mi top cinco de personajes favoritos junto con Jo March, Scout es básicamente la niña que hubiera sido Jo March si no hubiera tenido a su madre en su vida. El otro gigante del libro y la película para mí es sin lugar a dudas Atticus Finch, retrato absoluto de la integridad:

—Si no debes defenderlo, ¿por qué lo defiendes? —Por varios motivos —contestó Atticus—; pero el principal es que si no lo defendiese no podría caminar por la ciudad con la cabeza alta, no podría representar al condado en la asamblea legislativa, ni siquiera podría ordenaros a Jem y a ti que hicieseis esto o aquello.

Incluso cuando Atticus cree que su propio hijo cometió un delito reacciona como la persona más recta y digna posible:

Mis más sinceras gracias, pero no quiero que mi hijo inicie su vida con una cosa así sobre sus hombros. El mejor modo de aclararlo todo consiste en examinar los hechos públicamente. Dejemos que el condado intervenga y traiga sándwiches. No quiero que mi hijo crezca rodeado de murmuraciones, no quiero que nadie diga: "¿Jem Frinch? Sí, su padre pagó un montón de dinero para sacarle del apuro." Cuanto antes hayamos resuelto el caso, mejor.

Nelle Harper Lee dice que un escritor debe “write about what he knows and write truthfully” (“escribir sobre lo que sabe y escribir sinceramente”) y Harper lo logra de manera totalmente enternecedora y dura, que es como cuando uno deja la inocencia de los overoles sucios atrás. Aunque lloré, esta es la historia que más ha nutrido mi alma en estos últimos doces meses.

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