De un amigo a Margaret Atwood

Carlos Priego Vargas

13 February 2018
Estimada Margaret Atwood:
Esta no es una de esas cartas de reclamo que los lectores apasionados mandan a los escritores, o una queja sobre un error, similar a la que se envían a las revistas y que terminan en un penoso “fe de erratas”. No. Esta es una carta de un lector a una autora y de lo que cambió en mí Un día es un día. Así que espero estimada Margaret que no se extrañe al ver estas palabras. Ahora gracias su libro siento que debo escribir en su mismo estilo, el del narrador de cada una de sus historias. Después de comenzar a leer los relatos no hay forma de escapar. Me parecen magníficos y debo decir que en su conjunto me parecen mejor que: Érase una vez, La maldición de Eva o Nada se acaba, estos dos últimos también publicados por Lumen. Pocas veces he disfrutado más. Sin duda, la sencillez con la que cuenta las historias es lo más notable. Admiro la forma en cómo mantiene una extraña tensión y a la vez logra esos pequeños retratos, maravillosos, uno tras otro, cada uno poco esclarecedor, sin interrupción ni alboroto y sin alejarse ni un poco de eso, la sencillez. Sin embargo quisiera hablarle de un relato en particular, el de Betty, algo inútil, me temo, sobre un asunto francamente deprimente: la amistad. ¡Ay! Es posible que haya un relato en torno al tema que le menciono. Esa cuestión ha venido dando muchas vueltas en mi cabeza a lo largo de estos días. No le diré que haya llegado a una postura coherente pero quizá esta carta sea el momento de intentarlo. Se dice que al ser seres sociales, nacidos de otros seres y destinados a vivir rodeados de otros seres hasta el día de nuestras muertes, ansiamos la amistad. Esta última, entre muchas cosas, significa buenas maneras, amabilidad y constancia en el afecto, pero es preciso señalar que las amistades decaen y mueren, por ejemplo las que se dan entre personas que no comparten necesariamente intereses comunes. Es así como le sucede al narrador de su historia. Una formulación bastante absurda; supongo ¿Cómo puede existir una amistad entre una niña y una mujer común y corriente con poco sentido del humor? Creo que la amistad requiere constancia en el afecto, pero también creo que las amistades se basan en la admiración, para algunos ese sentimiento es fundamental para que dos personas puedan relacionarse durante prolongados periodos de tiempo. Se admira a alguien por lo que es y por su manera de conducirse a través del mundo. Evidentemente, este sentimiento no está presente, o no estuvo en el narrador a momento de conocer a Betty. Esto significaría que: ¿No hubo amistad entre esas dos mujeres? En un principio no me di cuenta del desastre ocurrido en mi cabeza tras leer el texto, pero cada vez que pienso en ello me dan muchas ganas de volver a leerlo y en cierto sentido me gusta hasta lo que no acaba de gustarme, pues me deja un grado de incertidumbre sobre la amistad que es poco frecuente en los tiempos que corren y me hace pensar en las cosas de interés que he podido hacer o leer. No sabe lo agradecido que estoy que una autora tan elocuente como usted se haya embarcado en la empresa de escribir un libro tan curioso y sorprendente al grado de emocionar por la manera en como retrata el mundo occidental y el papel que desempeñan las mujeres en él. Por lo demás sólo me queda decirle que sus relatos se han convertido en el único momento luminoso del día para mí, así que por favor no deje de escribir. Sinceramente, Carlos