Estimado Philip Marlowe:
Estoy seguro que en este momento bebes whisky directo de la botella que siempre llevas escondida en el traje, mientras esperas que el trabajo toque a tu puerta. Podría apostar una botella de Wild Turkey a que tu sombrero y tu saco están colgando del perchero mientras ves por la ventana del Edificio Caluenga en Hollywood Boulevard, donde tienes tu despacho. Seguro tendrás esa misma cara de melancolía que has llevado por años, esa cara que te sirve para hacer preguntas y recibir golpes. Eres un tipo duro, Marlowe, uno de esos que se dan cada tanto, de esos extraños sujetos que son justos y que viven de aire, porque desprecian el dinero. Nada que ver con esos cabrones de la Continental o ese Sam Spade, que resuelven problemas pero que siempre sacan tajada.
Naciste en la época equivocada, eres de los que deberían traer armadura plateada y espada al cinto, viajando en caballo, deshaciendo entuertos, rescatandodoncellas. Hoy las doncellas no necesitan ser rescatadas; mucho menos existe esa cosa mítica llamada honor, Marlowe.
¿Sigues viviendo en Hobart Arms, en la calle Franklin o en aquel viejo departamento del Edificio Bristol, en el 428? ¡Qué tonto! Claro que no, por eso me regresaban las cartas. Si vives en esa mansión de Yucca Avenue en Laurel Canyon. ¡Qué vida debes de llevar, Phil!, ¿me permites decirte Phil?
Por fin, luego de tantos trabajos puedes llevar una vida relajada, sin sobresaltos. Al menos en lo económico. Aunque eso de andar metiendo las narices por todos lados no se te quita, por eso no renunciaste a tu despacho. Ahí siguen llegando tipos para saber si su esposa los engaña, alguien que busca a un familiar perdido o que desconfía de su socio. Con ellos siempre sabes qué hacer. El problema es cuando llegan esas rubias mantequilla que tanto te encantan. Esas muñecas maravillosas y encantadoras que sobreviven a tres reyes del hampa y que se casan después con un par de millonarios de a un millón por cabeza. Esas son las que se te complican, amigo… Claro, ¿si es que te puedo llamar amigo?
Siempre he pensado que has desperdiciado tus talentos: tu rostro de Cary Grant, tus respuestas irónicas y ágiles, tu cuidado vestir, tu inteligencia y esa pasividad ante el peligro que te ha salvado el pellejo todas las veces. Si hubieras sido policía habrías sido el mejor, ascendido a capitán y tal vez, con un poco más de manejo político, hasta jefe condecorado de la división. Ah, pero tu maldito sentido de la justicia te ha jodido, tu amor por esos viejos valores que no caben esta sociedad de martinis y autos caros. Todos tus conocidos acaban metiéndote en problemas por eso. ¿Te acuerdas de Terry Lennox? Cómo no te vas a acordar de él, si acabaste con el agua al cuello por creer en su amistad, en la Amistad.
Tal vez por esa cabeza tan dura tuya, por tus convicciones anticuadas, es que te aprecio y admiro tanto. En la trinchera sólo le confiaría mi vida a un hombre como tú, Marlowe, aunque seas un romántico, aunque nunca cobres por un trabajo y sigas hasta el final porque la consciencia te obliga a ello. En un mundo podrido eres el único que nunca se mancha, no importa que tan abajo bucees en el fango.
Con mucho cariño, Iván Farías.