Un invitado en el jardín

Olmo Balam

23 May 2017
El gato que venía del cielo es la primera novela de Takashi Hiraide. Es una novela lírica, anclada al relato de una pareja sin hijos que recibe la visita inesperada de un pequeño gato blanco con manchas oscuras. Chibi, aparecido de repente en sus vidas, se convierte en la conexión de la pareja con el resto de su vecindario: una residencia de jardines y parajes boscosos más propios del Japón Antiguo que del Tokio metropolitano. La descripción detallada de la casa japonesa ocupa gran parte del relato y da la sensación de que la misma atmósfera del lugar es un símbolo. Por eso es frecuente leer en los pies de página la explicación de un vocablo que se refiere a las complejas relaciones y significados que se traman en la habitación de un japonés. Como por ejemplo el tokonama, un cubículo en medio de la sala cuya única función es ornamental, que se resiste doblemente a la traducción, a la lingüística y a la de nuestro entendimiento del mobiliario. Chibi, es un nexo entre la naturaleza y, dentro de ésta, un vínculo con la divinidad del espacio, la experiencia de una vida mejor en la que las ventanas de la bañera dejan ver la luna, los senderos que conectan las casas adquieren formas de relámpago y un viejo olmo cubre con su estatura a toda una comunidad. Chibi, gato pequeño que se pelea con otros felinos, nunca maúlla y tampoco se deja agarrar, es una presencia delicada como los rituales cotidianos de un Japón en vías de extinción. Pues los paseos furtivos del gato y la contemplación de la naturaleza tienen su contrarrelato: la especulación inmobiliaria que azotó a Japón a finales de los años 80 y que se expresa en la novela como el abandono de los viejos hogares a favor de los multitudinarios edificios de departamentos. En una escena, el narrador —un alias del propio Hiraide— va a buscar junto a su mujer un nuevo lugar para vivir y se encuentra con un panel colorido de aglomeraciones, un edificio donde se acumulan pintores, estudiantes, amas de casa, músicos y arquitectos. Contra ello se opone la ascética residencia de aires tradicionales donde Chibi tiene la soberanía de entrar y salir, de aparecer cuando se le dé la gana. Hiraide dice en otro lugar que el encanto de los gatos reside en que oscilan entre su naturaleza salvaje y su aspecto infantil. La violencia característica de los felinos, su discreción y hasta su aparente desprecio hacia los humanos se balancea con la ternura de sus ronroneos, todo lo cual conforma un enigma al que nadie es indiferente, ni los amantes de los gatos ni quienes los odian. De entender esa idiosincrasia espacial depende mucho del disfrute de esta novela, una reflexión sobre el cambio y la fortuna. Así como la pareja está a la expectativa de las subidas y bajadas de las rentas; el mundo que los rodea está en plena transformación: cambios de las estaciones, el comportamiento de las aves, el crecimiento de los renacuajos, las flores de cada temporada. Y sobre la incertidumbre, una idea de la Fortuna en su acepción maquiavélica: la combinación entre lo que controlamos y lo que está fuera de nuestras manos. Ningún animal encarna mejor a la Fortuna que el pequeño Chibi, cuyas apariciones (y desapariciones) son tan arbitrarias como bienvenidas.

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