Desde el inicio de su carrera literaria, el territorio del relato fantástico le fue tan natural a Carlos Fuentes como respirar. De ello es prueba el primer volumen de cuentos (y también el primer libro) que publicó: Los días enmascarados (1954); de ello es refrendo el libro de relatos de 2004 Inquieta compañía, que incluye Vlad, una novela corta publicada en 2010 como volumen independiente y donde mora un vampiro recién llegado a la Ciudad de México; de ello es contundente cima uno de los libros más leídos en México: Aura (1962).
Venturosamente, Aura es lectura de prescripción para estudiantes de secundaria-preparatoria; lo digo porque en mi paso por las aulas a mí me prescribieron libros que estuvieron a punto de vacunarme contra la lectura. Sin embargo, tal prescripción dio lugar en 2001 a un accidentado episodio protagonizado por Carlos Abascal, secretario de Trabajo en el sexenio del presidente Fox, una de cuyas hijas debería haber leído esa obra por indicación de su profesora de español en el colegio (de monjas, por supuesto) Félix de Jesús Rougier, cosa que no sabemos si llegó a ocurrir, pues Abascal (quien de seguro siempre fue todo un big brother con su familia) armó un escándalo porque consideró que partes de la novela no eran apropiadas para una estudiante de ese nivel. Como resultado (¡por supuesto!), la profesora en cuestión fue despedida, y todo hubiera quedado en las sombras de no ser porque ésta buscó a la prensa, varios periodistas la entrevistaron y dieron seguimiento al caso, que ya no era simplemente el de un padre que censura las lecturas de su hija, sino el de una figura pública que, simplemente, censura. En apoyo de Abascal se manifestaron (¡joder!) la Unión Nacional de Padres de Familia, el cardenal Norberto Rivera Carrera y Martha Sahagún. Indignados por tanta mierda, Elena Poniatowska y Carlos Monsiváis se pronunciaron públicamente contra la insensatez (por llamarla de alguna manera) del secretario. Luego de una breve curva de algidez, el asunto se fue esfumando sin otras incidencias. La profesora debió buscarse otra chamba, por supuesto. El remate de la historia corrió a cargo de Fuentes, quien declaró en la Feria del Libro de Guadalajara en 2008: “Cuando un libro es objeto de un acto de censura, como que resucita. Aura fue objeto de un acto de censura que agradezco, porque gracias a ella las ventas del libro brincaron a veinte mil ejemplares a la semana, cosa que nos tuvo felices a mi editor y a mí”.
Por razones como las expuestas, censura incluida, me sentí muy afortunado cuando exactamente hace diez años me hice cargo de la edición del volumen titulado Cuentos sobrenaturales, que compila las siguientes joyas: “Chac Mool”, “Tlactocatzine del jardín de Flandes”, “Por boca de los dioses”, “Letanía de la orquídea”, “La muñeca reina” y Aura, y además las adereza con tres relatos inéditos: “El robot sacramentado”, “Un fantasma tropical” y “Pantera en jazz”.
Hoy, mientras escribo estas líneas, a pocos días de la conmemoración del quinto aniversario luctuoso de Carlos Fuentes, celebro cada una de sus incursiones en la literatura fantástica, en la otra realidad. Y celebro cada uno de los desconciertos, escalofríos y desasosiegos que me provocó su lectura. Pero, sobre todo, el inmenso placer que me proporciona cada nueva relectura.
Y para finalizar, lo que realmente importa: lo que sigue es una selección de opiniones de Carlos Fuentes relativas al tema de esta nota; todas fueron publicadas en libros, periódicos o revistas hoy quizás poco accesibles:
«Escribí desde muy niño. A los seis años redactaba crónicas de viaje y cuentos de brujos y fantasmas. El mundo de la segunda realidad siempre me ha apasionado, aunque a veces logre ocultarlo.» (Carballo, Emmanuel, 19 protagonistas de la literatura mexicana, Empresas Editoriales, México, 1965)
«Es muy difícil que haya literatura fantástica sin la primera persona, precisamente por esta posibilidad del narrador de convertir, o más bien de proponer, que lo verosímil es lo sobrenatural. La narración fantástica sólo puede tener lugar en un instante que es idéntico al presente, y que es idéntico a la duda.» (“The Inside Story of Carlos Fuentes”, entrevista realizada por Gustavo Sainz y Gabriel Careaga para la revista Eclipse 1970)
«La literatura fantástica nace de la convicción de que los monstruos nos ganaron la partida renunciando, mientras nosotros seguimos aferrados a esta envoltura mortal. Ellos optaron por ser inmortales y ahora también nos van a dar jaque renunciando a la inmortalidad y yéndose al otro paraje que está más allá de la mortalidad y la inmortalidad; a la realidad paralela que todavía no sospechamos, aunque James Purdy, coronado de acantos, ya haya dicho: “Las siluetas lo dicen todo”. ¿Quién tiene derecho de escabecharse a la Medusa, que era la única posibilidad de permanecer helado en vez de andar a salto de mata con un sistema nervioso viejo e inservible? Antes de los héroes, los monstruos eran parte del orden aceptado de un mundo proliferante e inclusivo. Y entonces uno se pregunta: ¿a qué monstruos mataron, antes de antes, para llegar a ser héroes, la Medusa y el Cíclope? De allí nacieron varios textos míos: “Chac Mool” y “Por boca de los dioses”, Aura y “La muñeca reina”. (Fuentes, Carlos, Los narradores ante el público, Joaquín Mortiz-INBA, 1967. Conferencia dictada en la Sala Manuel M. Ponce de Bellas Artes, México, el 26 de agosto de 1965)
«“Chac Mool” surgió, como numerosas obras literarias, de la lectura de una gacetilla de periódico. Una exposición de arte mexicano visitó Europa en 1952. En ella figuraba el Chac Mool, dios de la lluvia. Éste, a su paso, produjo tempestades y cataclismos. La gente le ponía centavos en la barriga, e inmediatamente se desataba una tormenta espantosa.» (Carballo, op cit.)
«Cortázar me había dicho: “No dejes de ir al cine del barrio para ver Ugetsu Monogatari”. Es decir, Los cuentos de la luna vaga después de la lluvia, de Kenji Mizoguchi, una película japonesa. La película me impresionó enormemente y me llevó a la lectura de Akinari, que fue el autor en el siglo XVIII del cuento en que se basó Mizoguchi, pero que a la vez derivaba de otros cuentos chinos tradicionales […]. En China no hay propiamente géneros sino grandes temas; el de la mujer que recobra su juventud, que es el tema de Aura. El tema de la reunión de los amantes separados, que es también un tema de Aura. Todos estos temas que están en la literatura china, que entran en la japonesa y que entran en la literatura occidental […]; la condesa de Pushkin, la señorita Havisham de Dickens, en la mujer de Los papeles de Aspern de Henry James. Fueron cosas que tuve presentes cuando escribí Aura, pero sobre todo tuve presentes las más viejas tradiciones japonesas y chinas. Y más allá de eso, tuve presente la gran fuente de la metamorfosis de la mujer en la cultura occidental, que es el personaje homérico: Circe, una mujer capaz de transformar, porque es capaz de transformarse.» (Lemus, Silvia, Tratos y retratos, Fondo de Cultura Económica, México, 2013)