De cómo actuar fuera de la ley puede ser una acción honesta

Ramón Córdoba

10 April 2017
Si mi mal karma me llevara a la necesidad de planear un gran y furtivo robo, no me cabe la menor duda de que, para planearlo y ejecutarlo, recurriría a modelos tomados de la literatura y del cine. ¿De dónde más, si no? Dicen que en épocas no tan remotas hubo en este país ladrones a la “alta escuela”: ingeniosos, aplicados, sutiles, de esos que roban, incluso en sitios donde hacerlo es difícil en extremo, sin dejar huella. Casi unos artistas, o sin el casi. Y sí, creo que hubo tal clase de ladrones; hasta recuerdo haber leído un par de historias acerca de ellos. La cosa es que ya no los hay porque ahora lo que impera es el robo a mano armada y el (muchísimo más productivo) robo al erario. Son otros tiempos, joder. Si se tratara de apropiarse de algunos tesoros del Museo de Antropología, el problema sería menor. Como quedó claro en 1985, no haría falta ni siquiera planeación, sólo una mínima dosis de inconsciencia y echarle huevos al asunto. Ni alarmas ni guardianes ni cerraduras ni cercados fueron eficientes: una manga de ineptos entró y tomó cuanto quiso; si los pescaron fue por exhibicionistas y por imbéciles. Por extensión, pienso, probablemente no sería muy difícil robar en casi cualquier clase de institución o edificio público. Los guardianes estarían dormidos o concentrados en comer quesadillas, las cámaras de vigilancia no funcionarían o estarían mal enfocadas, las alarmas descompuestas, las cerraduras todas jodidas… Una breve incursión a la chita callando, un gran botín y si te vi, ni me acuerdo: a disfrutar la riqueza mal habida. Pienso en el robo y en probables estrategias a raíz de mi lectura de La noche de la Usina, obra ganadora del Premio Alfaguara de Novela en 2016, porque en esa novela hay un pelotón de maravillosos personajes a quienes les esquilman el escaso patrimonio en dólares con el que pensaban emprender una empresa productiva y a lo largo de muchas páginas estuve deseando encendidamente que lo recobraran… para lo cual no les quedó otra más que intentar robarlo de vuelta. ¡Un robo honesto, nada menos! Un robo justo, ingeniosamente planeado, inspirado, claro, en modelos de novela y de película. Elevé oraciones laicas para que todo les fuera bien, porque desde las primeras páginas les fui tomando afecto y compartiendo sus ineptitudes, sus vidas un tanto chatas, sus risas y alguno que otro vaso de vino tinto. Y tengo muy presentes las facciones del par de malvados que los pusieron en tal trance y mis fervientes deseos de patearles yasabenqué. La realidad, como diría mi abuela, es cruelmente real. El mundo es lo que es. Con todo en contra, en una noche oscura y tormentosa como las que describía el magistral Snoopy, nuestro memorable grupo de expoliados intentará cometer un gran robo, no sólo para recuperar su dinero, sino también las ganas de vivir. Y su honor, que nunca es poca cosa.