Lo había recordado y, detrás de ese recuerdo, vinieron todos los demás.
El 2017 es un año importante para los parroquianos de la Iglesia Gaiman; Iglesia, sí, porque Neil es un autor al que leemos con la misma devoción y fe con la que los católicos y musulmanes leen sus libros sagrados. Los fieles gaimanómanos sabemos que recién salió en inglés
Norse Mythology, su esperada reescritura de algunos mitos claves de la cultura nórdica; que Dark Horse ya empezó a publicar mes con mes la adaptación a cómic de
American Gods, escrita por el mismo Gaiman junto con P. Craig Russell, y dibujos de Scott Hampton; que el 30 de abril se estrenará la serie de televisión basada también en
AG y que Bryan Fuller y Michael Green se encargaron de llevar a buen puerto; y que a finales de este año llegará a la pantalla grande
How to Talk to Girls at Parties de la mano de John Cameron Mitchell y protagonizada por Nicole Kidman y Elle Fanning. Russell, Hampton, Fuller, Green, Mitchell, Kidman, Fanning. Todos ellos devotos gaimanómanos.
Los adultos siguen caminos, los niños exploran.
Tras regresar a su ciudad natal en ocasión del funeral de su padre, un hombre maneja hasta la casa donde creció; una casa cerca de un lago. Es entonces que el hombre recuerda cuando tenía 7 años. Cuando le gustaba Batman, Gilbert y Sullivan y leer. Cuando se hizo amigo de Lettie Hempstock, una niña de 11 años para la que ese lago era un océano. Cuando, con ayuda de ella y del resto de la familia Hempstock, se enfrentó a la temible Skarhach de la Fortaleza (probablemente inspirada en Yubaba de
El viaje de Chihiro. Recordemos que Gaiman escribió los diálogos para la versión en inglés de la
Princesa Mononoke). Cuando tuvo que lidiar con la muerte por primera vez.
A veces los recuerdos de la infancia quedan cubiertos u oscurecidos por las cosas que sucedieron después, como juguetes olvidados en el fondo del armario de un adulto, pero nunca se borran del todo.
En “What the [Very Bad Swearword] Is a Children’s Book, Anyway?” (discurso leído en 2012 con motivo de la Zena Sutherland Lecture en Chicago y antologado posteriormente en
The View from the Cheap Seats) Gaiman cuenta que escribió
El océano al final del camino para que su esposa, Amanda Palmer, pudiera ver cómo había sido su niñez.
Un día son cachorritos y al día siguiente ya son gatos viejos. Y luego sólo quedan los recuerdos. Y estos se desvanecen y se mezclan...
Seth, el gran historietista canadiense, en uno de sus cómics se pregunta sobre la naturaleza de la memoria: “Es algo raro. No es un registro factual, sino un destello de experiencia capturada. En un recuerdo uno no ve los lugares, los siente. Uno no puede voltear y describir lo que hay en la habitación, uno percibe los detalles, uno siente la cercanía de las personas y de los objetos alrededor. Se trata casi de una experiencia textual. Un recuerdo es como la fotografía de una sensación”.
Por dentro los adultos tampoco parecen adultos. Por fuera son grandes y desconsiderados y siempre parece que saben lo que hacen. Por dentro, siguen siendo exactamente igual que han sido siempre. La verdad es que los adultos no existen. Ni uno solo, en todo el mundo.
Conforme nos hacemos grandes nuestra infancia se va alejando cada vez más y más, hasta que un día toda ella no será más que un recuerdo borroso. Pero podemos escribir sobre ella para tratar de que no se nos olvide.
El océano al final del camino de Neil Gaiman, traducción de Mónica Faerna, Roca Bolsillo, Ciudad de México, 2016.