El corazón de Granada

Olmo Balam

23 January 2017
Un puñal nublado de sangre fresca. La cercanía entre el amor y la muerte; la lejanía del amante (sea este hombre o mujer). La noche iluminada por la inmensa luna de Andalucía. Sustantivos recurrentes que complementan la madrugada del poeta: jazmines, toros, niños muertos o heridos hasta la agonía (un tema perturbador y recurrente), alacranes, palomas, ramos de flores diversas. Ésas son algunas imágenes o, más bien, melodías dominantes de estos dos poemarios de Federico García Lorca: Diván del Tamarit y Sonetos del amor oscuro, reunidos aquí sin más preámbulo que sus respectivos títulos. ¿Por qué menciono un preámbulo? Porque a pesar de su brevedad y limpidez, estos poemas implican un trasfondo mayor. Hay enigmas que esperan entre las rimas y coros de sus versos de inspiración mora y mestiza. Inéditos durante muchos años —los de la posguerra civil española—, ambos libros adquirieron una condición casi mítica porque eran póstumos y un homenaje a la poesía de origen árabe de la península. Además se perdieron y se ocultaron durante décadas, por lo que llegaron a significar algo así como una imagen directa de lo que obsesionaba a Lorca antes de morir, pues éstos fueron poemas en los que trabajó hasta su fusilamiento en 1936. Como muchos trabajos póstumos, también son una obra interrumpida. A pesar de eso, esta edición apostó por no poner más contexto a los poemas que la contraportada y cosa más; quizá para que el lector se vea frente a frente con las palaras sin hacerse juicios de valor sobre su condición inacabada. Sin embargo, los propios nombres de los poemas llaman a la investigación. Diván del Tamarit, por ejemplo, se divide en dos secciones: “gacelas” y “casidas”. Una breve búsqueda nos informa que, a grandes rasgos, éstos son dos géneros que los andaluces heredaron de los árabes y, por lo visto, de los persas. No es necesario aprenderse la rica historia de la poesía de Oriente Medio para disfrutar de los poemas, pues Lorca asumió estos géneros no tanto por replicar al detalle sus moldes, sino como punto de partida para explorar un clasicismo y una raíz olvidada de nuestra lengua, la del mundo árabe. En el caso de algunas de estas piezas hay estrofas que se repiten casi por completo, salvo algunas variaciones. Por eso suenan como canciones. Incluso sin saber de dónde vienen, es difícil leer o entonar estos poemas sin imaginar su probable música de acompañamiento o el acento andalusí de sus ritmos y sílabas. En Sonetos del amor oscuro se encuentra el estilo más reconocible de García Lorca, ese hilvanado de formas clásicas con imágenes y tropos modernistas. El tema de los sonetos es obvio además: la búsqueda en carne y sueño de un amante que, prácticamente no se oculta, es un hombre (La aurora nos unió sobre la cama, / las bocas puestas sobre el chorro helado / de una sangre sin fin que se derrama). La cercanía entre el amor y la muerte es el motivo que domina los dos poemarios (Tu vientre es una lucha de raíces, / tus labios son un alba sin contorno. / Bajo las rosas tibias de la cama / los muertos gimen esperando turno). Junto a los cadáveres conviven los besos y la piel entrevista bajo los rayos de la luna. La mezcla no sólo nos recuerda algo que debería ser obvio a estas alturas —la complementariedad entre la vida y la muerte—, sino que no hay nada tan perturbador como la similitud entre el rojo de la sangre y el de una guirnalda de flores rojas.