
Escritor universal y argentino, se construyó cosmopolita en toda la extensión; igual hizo suyo al Martin Fierro, que a Joyce y a Spinoza. Ensayo, cuento, poesía, a veces parece un filósofo que encontró en esta última el lugar propicio para expresarse, como lo hicieran Heráclito y Parménides en los primeros tiempos de la filosofía, aquel “tiempo” en el que Borges siempre dudó, pero del que no pudo escapar.
Borges vive y se pierde, juega y se transforma. Él cree caminar por la tarde de Éfeso, caminando con los pies de Heráclito, que alguna vez fueron y no serán jamás; hasta que se observa con atención y se descubre en Corrientes 348, donde es Borges y no Heráclito. Borges es Fervor de Buenos Aires, el Ganges y la cabeza de un alfiler que refleja el universo. Le gusta jugar entre la metafísica y el engaño, la ontología y el sueño, la epistemología y los endecasílabos.
Escritor como Borges, sólo Borges, pero cuál Borges, preguntaría él si lo increparan. Quizá, al final, el único que importe es el que respira en los versos y camina con las páginas de sus eternos juegos verbales.
Víctor H.