La crítica redentora en la narrativa de Chandler

María Fernanda Gómez Peralta

15 December 2016
[title maintitle="" subtitle="En todo lo que se pueda llamar arte hay algo redentor. Puede que sea tragedia pura, si se trata de una tragedia elevada, y puede que sea piedad e ironía, y puede ser la ronca carcajada de un hombre fuerte. Raymond Chandler, El simple arte de matar (1944)"] ¿Qué distingue a la novela negra de Raymond Chandler (1888-1959) del resto de las novelas de detectives? De manera resumida y superficial se puede decir que los personajes en la típica historia policial o de detectives son simplemente un elemento más en la lógica narrativa del misterio por resolver. Por el contrario, en la novela negra se aborda la situación desde un acercamiento realista; sus personajes son reflejo de un contexto social específico y, al menos en el caso de Chandler, se intenta darles la mayor verosimilitud posible como personas de carne y hueso, no sólo como simples desencadenantes de una serie de eventos. El más claro ejemplo de esto en las narraciones de dicho autor es el detective que protagoniza todas sus novelas: Philip Marlowe, quien resulta ser un rayo antipático de luz en la podredumbre que lo rodea en cada uno de los casos en los que se ve involucrado. Ya sean familias adineradas, el medio hollywoodense o unos cuantos eslabones corruptos del sistema de justicia, Marlowe siempre es la figura incorruptible –según sus ideales– y cínica, brusca y refinada. En muchas ocasiones, durante las siete novelas que protagoniza, termina siendo parte de la escena misma del crimen. No lo inmuta la crudeza de los crímenes, busca justicia mientras hace referencias a Macbeth, Flaubert, Elliot y Dostoievski como si fuera lo más común del mundo en alguien de su oficio. También juega ajedrez consigo mismo, lo cual es una muestra elemental de la mente estratégica que tiene. Este antihéroe casi romántico es el vehículo perfecto para transitar por una sociedad cambiante, que ha sobrevivido a los horrores de la guerra sólo para traer esa violencia a sus propias casas. Curiosamente, todos los crímenes que Marlowe investiga se originan en la intimidad. Con esto último me pregunto: ¿qué tanto de esta crítica se refiere a una sociedad en particular?, ¿cuánto se refiere al ser humano como parte unitaria de un todo? Las novelas de Chandler son sintomáticas, retratos realistas, no sólo de un contexto social específico, sino de la complejidad y de las motivaciones humanas que puede que se adapten, pero que no evolucionan del todo. Dice Marlowe en El largo adiós: “El crimen no es la enfermedad, es un síntoma”. Chandler se vale del artificio de la literatura para reflejar una realidad completamente verosímil, para criticar —en voz de Marlowe— aspectos del sistema de su mundo ficticio y al mismo tiempo real. Todo esto con una voz cruda y, por momentos, lírica; completamente autocrítica. Si soy honesta, en un principio no me gustó Raymond Chandler, pero fue en una segunda y hasta tercera lectura que su voz crítica lo redimió para mí.