
Dictadoras / Lumen, 2014
Todos hemos sido amantes. De algo o de alguien prohibido, y no necesariamente una relación amorosa ilícita; pero sí del amor que le profesamos a una idea que nadie comparte por descabellada, al hombre que no es aceptado en nuestras vidas; un amor que no es aprobado porque engendra una pasión, cruel y lastimera. Pero que quizá en ese amor encontramos el contrapeso, o el lado oscuro que todos cargamos.
Reflejo, quizá, de nuestra locura o de nuestro razonamiento más puro; Rosa Montero lo desentraña en las mujeres que compartieron la vida al lado de los hombres más despiadados de la historia en el viejo mundo del siglo XX: Stalin, Hitler, Mussolini y Franco.
Estas mujeres, aún sin saberlo o con toda la intención de formar parte de la Historia, al menos fueron dueñas de sus historias con sus
amados tiranos. Tuvieron la fortaleza y la valentía ―o habrá quienes digan que la estupidez o la inocencia― de entregarse, vivir y, también, repudiar―como muchos otros― a los infiernos y la podredumbre de los hombres que por su ideología y ambiciones se convirtieron en genocidas y traidores.
Como Nadia Alliluyeva, segunda esposa de Stalin, que se atrevió a desobedecerlo frente a todos sus allegados y después de hacerlo, tomar una pistola y darse un balazo en el corazón, escupiéndole al Zar Rojo que con su muerte ella era dueña de su vida y que jamás volvería a pisotearla.
O la rubia Eva Braun, una de las amantes más pacientes de Hitler, que a lo único que aspiraba, como toda amante, era a desfalcar a la esposa: un cónyuge “indestructible”, la Alemania nazi. Cuando al fin logra su cometido: casarse días antes de que los rusos entren a Berlín con un Hitler desquiciado y escondido en su búnker, acepta y participa en los preparativos que el dictador planeaba para su muerte: ella y su amado Adolf tomarían las pastillas de cianuro ―de las que habían comprobado su efectividad con su perra Blondi y sus cachorros― para que finalmente sus acompañantes en el encierro de la derrota incineraran sus cuerpos.
En
Dictadoras, Rosa Montero nos hace reflexionar sobre la concepción de la mujer, de su rol, de lo femenino. De la visión de los tiranos por el sexo con el que compartían la cama, y de las mujeres que los idealizaron, amaron y utilizaron. También de la noción de amor; de las locuras, vejaciones y ambiciones que cometen en su nombre.
Como Clara Petacci, la amante más fiel de Mussolini, que pese a saber que su hombre se había acostado con al menos 600 mujeres y que “pagaba el tributo” sexual con su esposa Rachele; situaciones que la corrompían de celos, no lo abandonó en el momento de su fusilamiento, por lo que no sólo murió acribillada por cientos de balas, sino que también fue colgada junto a su amado
Ben.
Las mujeres de los dictadores fueron mil veces defraudadas y envenenadas, pero ¿en realidad son ellas las verdaderas dictadoras?
Xochiketzalli Rosas