Al igual que sucedió contigo, hipotético lector, doce años de cursos de lengua nacional, literatura española o comoquiera que se llamase la asignatura escolar no bastaron para vacunarme contra la lectura, pero tampoco hicieron algo más que torturarme con precarios intentos de comprender cuestiones tan áridas y ajenas como el Poema de Mio Cid y con el interminable aprendizaje de nombres de autores, títulos de obras y fechas que para mí pertenecían al Precámbrico: eran fósiles. Tan no bastaron, por circunstancias que no es este el lugar para exponer, que en el inimaginable año de 1978, a los veinte de publicada, llegó a mis manos La región más transparente, primera novela de Carlos Fuentes, y mira nomás lo que son las cosas: por entonces ¡yo estudiaba Letras! (Sí: Letras. En este país. En una universidad pública, ubicada en las inmediaciones de Fuerte Apache, Iztapalapa.)
Lo bueno de estudiar esa carrera fue que en las aulas universitarias conocí a algunos inconscientes muy semejantes a mí, que hasta la fecha son mis amigos. Uno de ellos, Carlos Gómez Carro, era desde entonces un conocedor y un convencido seguidor de la obra de Carlos Fuentes y con frecuencia encontraba ocasiones para disertar, con entusiasmo inextinguible, no sólo sobre los libros sino sobre su autor, de quien sabía vida y milagros. Tan afortunados encuentros, pero en especial el efecto hipnótico que ejerció y sigue ejerciendo sobre mí la lectura del primer capítulo de La región más transparente bastaron para trazarme un destino manifiesto, que durante casi dos decenios fue volver varias veces (perdí la cuenta de cuántas) a sus páginas con propósitos declarada o vagamente críticos; incluso, académicos. Hasta intenté establecer sus conexiones (de algún modo hay que llamarlas) temáticas, estructurales o estilísticas con otras magnas obras, como Manhattan Transfer de John Dos Passos y Al filo del agua de Agustín Yáñez.
Mientras tanto, como dice la canción, “vino el remolino y me alevantó”: casi sin darme cuenta fui convirtiéndome en editor y aquí sigo, en el aprendizaje del oficio. Fui dejando, aunque sin abandonarlos del todo, los estudios literarios, la crítica académica y la docencia. Me dediqué a ser un profesional de la lectura, hecho que, habida cuenta de las circunstancias que mencioné al principio de esta breve nota, no deja de ser una paradoja. Y un día tuve la metafísica certeza de que había hecho bien y (si es que está ahí) Dios me recompensaba: cuando, en 2008, me tocó encabezar el equipo que se hizo cargo de la edición conmemorativa por los 50 años de La región más transparente.
El resto, como suele decirse, es historia. Aquí seguimos, donde nos tocó: en la región más transparente del aire.