Piedad Bonnett y la constante incertidumbre

Paloma Cuevas

27 May 2025

Leer a Piedad Bonnett es un atrevimiento del que nadie regresa indiferente.

Pero leer La mujer incierta de Piedad Bonnett, abre una puerta que no volverá a cerrarse nunca, y que si tuviera siquiera la intención de hacerlo dejará por siempre una fractura en el entendimiento y el espíritu.

Dice Leonard Cohen, en su Anthem: “There is a crack in everything, that's how the light gets in,” o en castellano “Hay una grieta en todo, así es como entra la luz.”

Así vamos por la vida, rotas, rotos, rotes o por lo menos agrietades en un grito, sabiendo – porque nos han hecho creer, además, como resultado de estas infancias pobladas de traumas y omisiones, - que todo ese dolor ha generado la resiliencia que hoy nos permite seguir en el mundo.

Que conste en actas señor juez que he escrito “seguir en el mundo”, sea como sea, a pesar de nosotras mismas, porque una cosa es experimentar la vida, siendo mujer, siendo hombre o perteneciendo a las diversidades sexo genéricas.

En mi caso confesaré que me ha costado poner la vida misma, - la mía, - en un tamiz y analizarla, mientras ella comparte la suya de un modo crudo y desparpajado de quien no puede hacer nada para cambiar lo que ya ha ocurrido, pero que también sabe que han existido miles de razones para darse cuenta hoy al paso del sufragismo, los derechos humanos y los diversos feminismos que muchas cosas han sido injustas e incorrectas, tales como la repartición del trabajo en casa, cuando dice:

“Mi hermana y yo éramos entrenadas en pequeños oficios: lavar el lavamanos con mucha agua y jabón, sostenidas en un banquito, o barrer algún corredor, después de ser entrenadas sobre cómo coger la escoba. Yo adoraba limpiar las entrañas de la máquina de coser de mi madre, armada de una agujita que me permitía recoger las motas. Eran, se supone, tareas formadoras. Mis hermanos, en cambio, no hacían nada. Nada de nada. Eran hombres, estaban destinados a mandar.”

He pensado que tal vez sea por la cercanía generacional que guardan Bonnett y mi madre,  que este libro me ha resultado no solamente cercano, sino excesivamente familiar. Desde el hecho de mi abuela diciendo “Sírveles a tus hermanos” y yo rebelándome con el consabido “Ellos también tienen manos,” a riesgo de ser acusada de grosera y poco femenina y de saber que seguramente me iba a quedar “para vestir santos.”

En “La mujer incierta” Piedad, - a estas alturas hemos generado un vínculo de intimidad que nos permite hablarle de tú a tú, con nuestros dolores y los fragmentos de vida que nos ha ido arrancando con sus propios recuerdos, - se siente más como una cómplice de vida que como alguien ajeno.

Y es que, ¿qué tenemos en común las mujeres latinoamericanas? La incertidumbre, la brutal certeza de ser siempre inciertas, siempre inconclusas, siempre con la sensación de insuficiencia.

Es por eso que, en este campo minado en el que nos desenvolvemos, llega Piedad con el nombre, pero completamente alejada de la compasión de las madres y las abuelas y nos deja caer las bombas del despertar sexual, las dicotomías de los caminos en que se acepta nuestra presencia: Santas o Putas. Ser “buenas mujeres” o ser consideradas “malas influencias”, lo que la muerte de un hijo nos hace, los temas de salud mental, el amar, la pasión, para después quizá solo poder conformarnos en lo que hay.

Es esta travesía al pasado y visualización del futuro lo que Piedad va sembrando en el campo minado por las vivencias son amapolas, - demás está decir que son mis flores favoritas. – Amapolas a imagen y semejanza de nosotras, las mujeres LATINOAMERICANAS, - ¡ah, como amo esa palabra! – Nuestra aparente fragilidad naciendo en rojos gritos de libertad, sosteniendo al mundo, a la vida y hasta la economías de países vulnerados y precarizados por el capitalismo voraz.  Existiendo sin rendirnos, desde el dolor de una herida que probablemente no sane jamás, pero que al compartirla se vuelve llevadera.

Levantando el puño por los hijos, hijas e hijes desaparecidos.

Reuniendo comunidad para seguir vivas.

Tragándonos lágrimas de incomprensión.

Sensualizando nuestras experiencias de vida.

Gozando lo que pueda ser gozado, aunque a veces sea silenciado.

Sonriendo con la esperanza tatuada en la mirada.

No somos una, somos todas y hoy nos llamamos PIEDAD.

 

 

 

 

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