En la calle Sexta, en la mera esquinita, donde se asientan las historias, está el gringo, el güero, un cholo que tenía una vida allá en el otro lado, en los Unáire Steits, antes de que todo viniera pa´bajo y llegará a caer en la calle Sexta; esa calle “sucia, rodeada de cantinas, farmacias, hoteles, congales, restaurantes y muchísimos lugares que venden artesanías, y sin iglesia o cruz roja que la redima y la salve del infierno cuando muera.”
Esta calle que está entre México y los Unáire Steits, es el lugar donde gringos, asiáticos, mexicanos, negros, morros, morras conviven en una vertiginosa corriente de cerveza, tequila y mezcal. Donde el lenguaje se empapa de la calle y los cholos hacen de su vida y las palabras una poética de la lealtad, la violencia, los corazones flagelados y el barrio, siempre el barrio al que se le respeta.
En el entrecruce de calles, en el mero barrio nos topamos con el Saico, el Güero, la sensual Fabricia, la China, Ken, la delgadita Laura con su sonrisa de medialuna, Beto el bartender, el pesado Ciruelo, el Pancho que siempre trae a recuerdo al viejito César Vallejo, A Cristina que dice que no es chola y a Betty.
Luis Humberto Crosthwaite (1962) Premio de testimonio Chihuahua (1992) y Premio Nacional de Cuento Décimo Aniversario del Centro Toluqueño de escritores (1994) y en 2024 Premio Nacional Letras de Sinaloa, logra en Estrella de la calle sexta narrar la vida de los desamparados, los que no son ni de este ni del otro lado: los cholos. Crosthwaite disfrutando del lenguaje nos cuenta la vida de estos personajes estigmatizados y empujados a lo límite de la sociedad.
En estas historias contadas a través de un lenguaje que respira, nos encontramos con sujetos duros como el piso de la calle, pero con emociones sin cerrar y con los ojos lagrimeantes. Cada relato nos envuelve con la música de los Platters, Los Cinco Latinos, Javier Sólis, Los corazones Solitario y Richie Valens.
Con el güero, el gringo, en el cuento de Sabaditos en la noche, nos hallamos a un hombre que nos cuenta su vida, y que lo podemos hallar en la misma esquina de siempre. Su esquina que se ha vuelto su oficina y hogar. Nos cuenta su vida en el otro lado, y su herida ante el padre ausente y un vuelco de suerte donde perdió todo: su mi-jiii-ta, su es-poo-ssaa, su madre y su jale. Envuelto en una locura de entre cholo y mendigo, vemos que puede arreglar un carro, pero un corazón no queda con un trabajo de hojalatería.
Con Kevin, en Todos los barcos, seguimos a un joven con el corazón hecho pedazos, y para olvidar su mal de amores, su primo, lo invita a conocer las delicias nocturnas de Tijuana. Mujeres despampanantes, gringas alcoholizadas y alcohol mucho alcohol, para darse cuenta de que no hay a donde escapar. La noche invita al exceso, como los ojos de Yvette, una bailarina que, con su sabiduría y su mirada profunda, demuestra que hay lugares en el mar donde todos los barcos se hunden.
Con el cuento de El Gran Pretender, seguimos al Saico y a los Cholos que, bajo su aspecto de hombres duros y recios, hay un niño que quiere recordar y dar rostro a su padre ausente. Lo vemos con la China, su esposa que antes lo despertaba con las palabras más dulces: Levántate, mijo. Levántate porque el día comienza y apenas me alcanzan las horas que tengo para ti. Pero ahora no lo baja de güevón. Vemos a la clica, a la banda que se reúne junto al fuego, y que hace que el barrio se respete: Johnny, un yunior que estudia en Southwsternr College y que va a Tijuana a visitar a sus novias se metió con quien no debía y como está escrito: “El que no respeta hasta ahí llegó: si es cholo se quemó con la raza, si no es cholo lo madreamos macizo.”