¿Qué ocurre dentro del eco de la montaña y su eternidad?

Andrea Pulido Watts

07 April 2025

“Siempre he tenido la impresión de que los pies son la parte más íntima y personal de nuestro cuerpo. [...] Es en los pies donde se esconde todo lo que hay que saber respecto al ser humano, es ahí donde el cuerpo concentra el sentido profundo y dice quiénes somos realmente y cómo nos relacionamos con la tierra.” Pensé en esta frase de la novela, Sobre los huesos de los muertos de la ganadora del Premio Nobel de Literatura 2018, Olga Tokarczuk, en cuanto terminé de leer, El monte de las furias de Fernanda Trías. Encontré múltiples intertextualidades entre ambas obras, pero Trías nos sumerge en el fondo de la niebla que recubre a los cerros orientales de Sudamérica junto a su protagonista sin nombre y no nos deja escapar. Su novela nos comparte los ecos de la montaña, desde los sonidos más íntimos e inocentes de las criaturas más pequeñas que la recorren, hasta sus nuevos, repetidos gritos de dolor, en especial aquellos provocados por el supuesto progreso del hombre. Fernanda Trías planta nuestros pies hasta lo profundo de la tierra para recordarnos que la naturaleza estuvo antes que nosotros y seguirá después de nuestra existencia, pero su eternidad no nos exime del cuidado y respeto que le debemos.

 

En El monte de las furias, como su título lo sugiere, nos encontramos con criaturas de todo tipo, pero su protagonista y la montaña son el foco central de la historia. Nos cambia constantemente de voz narrativa, entre un narrador omnisciente que nos relata las memorias de la montaña, desde su misterioso origen hasta el tiempo presente y cíclico de la novela, y entre una narradora en primera persona que nos comparte sus múltiples apodos pero nunca su nombre real. Esta protagonista enigmática me recordó a Janina de Sobre los huesos de los muertos, dos mujeres subestimadas por la sociedad a causa de sus circunstancias, pero que demuestran a lo largo de la narrativa su enorme fuerza tanto de voluntad, como física y emocional, sobre todo cuando se trata de proteger a la naturaleza. El personaje principal de Trías tiene pocas conexiones humanas y la mayoría están plagadas de violencia. Sin embargo, ella lucha por vivir, es lo único que la motiva y encuentra su propia forma de fe ciega en la montaña. Serán compañeras de inicio a fin, un relato que termina y comienza paradójicamente para enseñarnos que entre más íntima sea nuestra conexión con el ambiente que nos rodea, más nos abrazará dentro su infinito destino, que sobrepasa los demonios creados por los hombres o los mitos que se comparten para escapar de sus culpas.

 

La autora crea una antítesis entre la industrialización extrema y la eternidad desproporcionada de la naturaleza a comparación de nuestras diminutas existencias. Su protagonista escribe en cuadernos donde nos comparte su monotonía dentro de la montaña, las situaciones inexplicables que ocurren ahí y los malestares que la veloz modernidad ocasiona en diferentes comunidades. Dicha antítesis se proyecta sobre todo en la nociva relación madre e hija. Trías describe un vínculo complicado, demostrando que la crueldad tiene matices pero no por esto el veneno que desechamos en los otros tiene menos consecuencias en la psique y sus emociones. El personaje principal encuentra su consuelo cuidando de cuerpos ajenos y buscando respuestas metafísicas a través de las voces que le susurran los cerros.

 

El monte de las furias oscila entre un nuevo realismo latinoamericano, que no teme enseñarnos la violencia desmedida de la que son capaces los seres humanos, y un mito fantástico universal sobre la bestialidad que subsiste dentro de nosotros. Crea imágenes vívidas de las máquinas destruyendo el medio ambiente sin utilizar clichés, no niega los beneficios del progreso, pero tampoco nos deja escondernos de la destrucción que hemos provocado. Fernanda Trías juega con imágenes y palabras, desde lo literal hasta la metafórico, para que la reflexión acerca de nuestra conexión con la naturaleza no sea la misma de siempre: que somos parte de un todo. Sí, efectivamente somos una pieza clave en la historia del mundo y sus hermosos montes, pero nuestra hubris radica en que comparamos a la montaña con un obstáculo, cuando nosotros hemos sido el verdadero inconveniente. “Nadie pidió nacer”, nos repite la protagonista de la novela, ni la montaña ni nosotros, y, a veces, sólo es necesario plantar nuestros pies en el musgo y aprender a coexistir entre la niebla de nuestros misterios.

¿Te quedaste con ganas de seguir leyendo?

Encuentra más aquí


Compra