Los recuerdos del exilio: el año romano de André Aciman

Frida Juárez

02 April 2025

A lo largo de la historia, los seres humanos se han visto obligados a desplazarse a otros territorios, ya sea por razones políticas, sociales, bélicas e, incluso, ambientales. En ese ir y venir, han tenido que mudar de idioma, adaptarse a nuevas culturas y, en muchos casos, ceder parte de su identidad para sentir que pertenecen al lugar al que llegan.

Mi año romano (Alfaguara, 2025), la nueva novela de André Aciman, es una autobiografía en la que somos testigos de un periodo crucial de su adolescencia: el año que pasó en Roma tras haber sido expulsado de Alejandría, Egipto junto a su familia, después de que la dictadura de Gamal Abdel Nasser intensificó la persecución contra la comunidad judía.

Perteneciente a una familia acomodada, pues su padre era dueño de una fábrica de tintes para ropa, Aciman tuvo que abandonar su hogar en compañía de su madre sorda y su hermano, rumbo a Italia, dejando atrás no solo sus pertenencias, sino también sus costumbres y su modo de vida. Y es que, tras su llegada, quedaron bajo la tutela económica de su tío Claude, lo que los obligó a adaptarse a una realidad muy distinta a la que conocían.

Lejos de la Roma que imaginaban o veían en las películas, se encontraron con una ciudad —bajo su perspectiva— en decadencia y, peor aún, ante un modesto departamento en la via Clelia, que antes había sido un burdel, el cual distaba mucho del estilo de vida al que estaban acostumbrados en Egipto.

“Yo quería la Roma de las películas, la de los grandes monumentos, las mujeres más hermosas que volvían la cara para sonreír a muchachos de mi edad, pero esa Roma no estaba en ninguna parte, quizá nunca había existido. En su lugar, allí tenía la Roma en blanco y negro, la de las películas rodadas en la ciudad a mediados de los cincuenta y principios de los sesenta”.

Perspectivas

La primera parte de esta autobiografía está marcada por un tono reflexivo. En ella, el narrador describe la barrera del idioma a la que se enfrentaron cuando arribaron, el rechazo hacia una ciudad que les resultaba extraña y la dificultad de encajar en un entorno donde todo les era desconocido, llegando incluso a fingir una vida distinta en su nueva escuela para ser aceptado.

A medida que la narración avanza, el tono se vuelve nostálgico, pues poco a poco Roma deja de ser solo un lugar de penurias y se convierte en un escenario de descubrimientos; aparecen los paseos en bicicleta, la música, el cine y la exploración de su sexualidad.

Lo que podríamos definir como la segunda parte del libro sucede durante la adultez del escritor, cuando éste regresa a Roma con sus hijos, y lo que alguna vez fue un lugar de tránsito se revela, finalmente, como un espacio amado. "Pensaba que había aprendido a tolerar Roma. Pero bien, al contrario, era amor", menciona. Pero también se convierte en una reflexión sobre su escritura y el poder que tiene en la reconstrucción de sus recuerdos. 

Pienso también en Mi año romano como un testimonio de la fragilidad del exilio, así como en una puerta abierta hacia el método de supervivencia que emprendió el alejandrino durante el exilio: poblar los espacios que lo rodeaban —y que detestaba— con nuevos libros, recuerdos e historias, transformándolos así en su hogar. 

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